Mundial de Fútbol: ¿Por qué ocultar las impurezas del deporte?

Mundial de Fútbol: ¿Por qué ocultar las impurezas del deporte?
Fecha de publicación: 
9 Diciembre 2022
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No quiero aguar la gran fiesta del reino de los goles, pero ¿por qué dar de lado a verdades necesarias? La labor de un periodista debe ir mucho más allá de reflejar los acontecimientos, un certamen deportivo en este caso: está obligado a interpretar, ir a lo profundo, a lo histórico sin ignorar sucesos relacionados, aunque no siempre esos enlaces se vean con claridad pese a su esencialidad en la vida. Precisamente por eso hay que traerlos sin neblinas, y darlos con inteligencia, con tacto, sin halarlos por los pelos.

Es injusto hablar de la XI Copa Mundial de Fútbol, albergada por Argentina en 1978, desconociendo sus graves problemas -de esa manera la han tratado-, cuando era una bofetada a la dignidad humano, una droga que intentaba tapar el horror sembrado en ese país por una tiranía pro yanqui.

En el sitio Wikipedia se expresan sobre dicha lid así: “El torneo se disputó mientras que en la Argentina gobernaba una dictadura que había impuesto un régimen terrorista de estado boicoteado por algunas organizaciones internacionales de los derechos humanos. La decisión de realizar el torneo en Argentina, las relaciones entre la dictadura militar con la FIFA, algunos resultados deportivos sospechosos y los actos de corrupción han sido materia de investigación y debate”.

Y hay tibieza en dichas líneas. Un centro famoso por sus torturas y asesinatos estaba cerca del estadio principal de la justa. Hubo compras de encuentros y los gorilas del área se pusieron de acuerdo, para encandilar al pueblo gaucho y al mundo con el sol de la victoria en el más universal de los deportes. No sería la primera inmoralidad de este tipo ni la última. Los nuevos opresores usaban y usan de esta manera la táctica de pan y circo de los esclavistas romanos.

Pierre de Coubertin arremetió contra “...el espíritu mercantilista que amenaza con invadir los círculos deportivos al haberse desarrollado el deporte en el seno de una sociedad que amenaza con pudrirse hasta la médula a causa de la pasión por el dinero”. La plata, sin ser precisamente la de las medallas, es fundamental en la política sucia de la burguesía, de los imperios: sintetiza la crueldad económica, la defiende. Es su esencia. Mancha también al ámbito del músculo.  

El rescatador del olimpismo detestaba “...la calidad del lujo, (durante los Juegos); su vulgaridad lo transformaría en estéril y solo tendería a inutilizar las fuerzas del tipo medio y a hacer más irritantes los contrastes sociales. Organizaciones más simplificadas, alojamientos más uniformes y más tranquilos a la vez, menos festejos y sobre todo contactos más íntimos y más frecuentes entre atletas y dirigentes, sin políticos ni oportunistas que los dividan”.

La utilización del deporte como cortina de humo ante los problemas sociales es vieja. Los Centroamericanos de La Habana 1930 lo fue para el machadato. También, la magna cita de Berlín 1936, ya desde la entrega de su sede a un gobierno asesino, racista que sería protagonista perverso de la posterior Segunda Guerra Mundial, causada por las potencias imperialistas que buscaban un nuevo reparto del planeta. Pese a que el negro estadounidense Jesse Owens desposeyó de los Juegos a Hitler, los nazis envolvieron con su propaganda a la Olimpiada.

Pablo de la Torriente Brau, intelectual verdadero caído como combatiente internacionalista por la República Española, al reportar la lidia centroamericana señalada, criticó lo mal hecho allí, desde el racismo impedidor de la asistencia de negros y mestizos a las instalaciones de los clubes exclusivistas hasta la mansedumbre de representantes de algunos países caribeños oyendo los Himnos de las naciones que los colonizaron y todavía los explotan, y está su especial observación a la delegación de Puerto Rico por traer la bandera norteamericana en lugar de la “...borinqueña, tan parecida a la nuestra”.

Su mayor y más creativa ofensiva contra los malvados resultó aquella en que tomó de base material de estudios -ahora lo decimos así- al basquetbolista apellidado como el Asno con Garras. El atleta, por su jornada aciaga, se ganó la crítica del público que repetía: ¡Quiten a Machado! ¡Quiten a Machado! Cual colofón citó el grito burlón que se escuchó apenas por los ruidosos aplausos ante la anterior petición:
 
“¡Sí, hombre, que quiten a Machado y que pongan a otro!”. Se jugó la existencia al publicar los citados textos en su crónica Las Olimpiadas Centroamericanas.
 
Pablo, en un texto memorable, en vísperas de ir a pelear por las tierras hispanas, dijo sobre la mencionada competencia suprema “Los desprecios de Hitler a los atletas norteamericanos triunfadores solo por ser negros, son elocuentes.  ¡Lástima que en ese equipo no haya habido un solo atleta capaz de asumir una actitud dignas y noble! Cada vez pienso más, que el atleta es el animal inferior de la escala humana”. Él era un magnífico jugador de rugby: la reflexión le dolió, mas debía decirla o reventaba.

Agregó: “Y los negros de Abisinia siguen peleando. ¡Esos sí son atletas famosos! Se refería a las embestida de los italianos a la hoy Etiopía. Pablo de la Torriente Brau desde su vida y su quehacer periodístico y literario nos da el ejemplo.

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