Inteligencia humana e Inteligencia artificial: incordios de pareja
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Hace solo unos días se reunieron los líderes de la industria tecnológica de EE.UU. con senadores de ese país para tratar el tema de la Inteligencia Artificial (IA) y su regulación por el Estado.
Elon Musk, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Sam Altman y otros magnates del mundo empresarial tecnológico asombrosamente llegaron a consenso acerca de la necesidad de regular ese tipo de inteligencia, considerando los potenciales peligros que puede entrañar para la especie humana.
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Ese es solo un ejemplo de cómo continúa subiendo la marea en torno a las preocupaciones por la IA y sus probables riesgos futuros. Munsk lo resumía de manera sucinta en la susodicha reunión: «Hay alguna posibilidad por encima de cero de que la IA nos mate a todos. Creo que es baja. Pero si hay alguna posibilidad, creo que también debemos considerar la fragilidad de la civilización humana».
Y sí, existe riesgo, merece reflexión y acción. Pero resulta paradójico, casi asombroso, que apenas se perciba preocupación por la inteligencia humana y su porvenir.
¿Nos estamos volviendo tontos?
Un estudio reciente de la Universidad de Northwestern ha evidenciado que el coeficiente intelectual de los humanos no solo se ha detenido en lo que era un constante aumento desde la década de 1930 (Efecto Flynn), sino que ahora va en marcha atrás.
La reveladora investigación, publicada en la revista Intelligence, abarcó una muestra de casi 400 000 estadounidenses, entre 2006 a 2018, y mostró caídas significativas de la capacidad cognitiva.
Pero claro, EE.UU. no es el mundo —aunque muchos quieran creérselo—. Resultados similares fueron constatados en Noruega, por ejemplo, y también en otras latitudes.
Investigaciones en Dinamarca, el Reino Unido, Francia, Países Bajos y Finlandia igual han detectado cierto declive del cociente intelectual.
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El efecto Flynt inverso se aprecia en la lógica y el vocabulario, en la resolución de problemas visuales y analogías, así como en habilidades matemáticas.
Vale aclarar que la inteligencia humana es un concepto complejo, multidimensional, y abarca diversas habilidades cognitivas, emocionales y sociales; de ahí que no sería pertinente generalizar afirmando que somos menos o más inteligentes. Aunque es innegable que existe un descenso de competencias intelectuales.
No hay claridad en las causas concretas que han provocado tales declives, pero estudiosos se inclinan por la influencia de factores sociales y ambientales como deficiencias nutricionales, contaminación ambiental, cambios en las habilidades sociales, así como carencias en los sistemas educativos y un uso excesivo de las redes sociales en detrimento de la lectura y otros consumos culturales.
Podría arrojar algo de luz sobre esas posibles causas, por ejemplo, el hecho de que cada vez se leen menos libros. Un estudio de la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias (IFLA) encontró que el 80% de los adultos en todo el mundo no leyó un libro en 2019, y según estadísticas mundiales de lectura de libros, el año pasado, del total de encuestados en 56 países, el 32% dijo que leyó de uno a cinco libros, en tanto el 18% aseguró haber leído de seis a 10 volúmenes.
Duele ver tanta biblioteca vacía. Foto: tomada de eldia.com.bo
La lectura estimula al cerebro y favorece desarrollar habilidades como la memoria, la atención, el razonamiento y la imaginación. Leer textos complejos y desafiantes mejora la conectividad neuronal y la capacidad de comprensión. Sin embargo, los hábitos de lectura han cambiado con la llegada de las nuevas tecnologías. Cada vez se lee más en pantallas que en papel, y se hace de un modo superficial y fragmentado. Mientras más corto y simple sea el texto, mejor.
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Las redes sociales y aplicaciones de mensajería se roban la popularidad, y sobre todo, el tiempo de potenciales lectores, a la par que el pensamiento crítico y reflexivo cede el paso al consumo pasivo e indiscriminado de información superficial y también falsa (fake news).
Pero es difícil hasta hablar de las potencialidades de la lectura y la inteligencia cuando, según la Unesco, https://www.unesco.org/es/literacy/need-know, en el mundo hay, al menos, 763 millones de adultos que no saben leer ni escribir.
Más de 250 millones de niños en el mundo no tienen acceso a una educación básica de calidad, lo que afecta su desarrollo cognitivo y emocional. Foto: AFP
La pobreza y las desigualdades limitan el acceso a una educación y a un ambiente adecuados para el desarrollo intelectual de millones de personas, especialmente en los países en desarrollo.
Pensar en tener o en ser
Preocupa mucho la IA y sus futuros impactos, pero apenas inquieta la situación arriba descrita, y mucho menos que las metas se enrumben a tener y tener, incentivado sobre todo por quienes con ello engrosan sus arcas. Tener más y más moderno, mientras que la mejoría del ser y no de los objetos se olvida estrepitosamente.
Mientras las ansiedades e inversiones de los poderosos giren en torno a mejorar, y ahora también en regular, la IA, y no se enrumben a mejorar la inteligencia humana, poco habremos conseguido.
Claro que es la inteligencia humana la creadora de la IA —hasta ahora—, pero se habla aquí de un asunto de mayorías, de miles de millones; y no son esos a quienes debemos tales avances tecnológicos, sino solo a unos pocos elegidos, generalmente bien pagados.
La inteligencia artificial, por su parte, se basa en algoritmos, programas y sistemas informáticos que simulan algunas funciones de la inteligencia humana, la cual «es superior e irreductible a la inteligencia artificial, ya que posee cualidades únicas e inimitables por las máquinas, como la conciencia, la emoción, la intuición», al menos eso asegura la propia IA, interrogada por CubaSí para este material.
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De hecho, cuánto se invierte no solo en desarrollar la IA, sino en tratar de conocer la posibilidad de otras inteligencias o vidas más allá de nuestro planeta, con viajes a la luna, a Marte; y en otros ambiciosos proyectos, mientras que del cerebro humano, «el hardware» de todas nuestras funciones superiores o cognitivas, apenas se conoce un pequeño porciento. A las neurociencias les queda un buen tramo por avanzar en el conocimiento del cerebro humano y sus potencialidades.
Y si el asunto es hablar de incoherencias mayúsculas, valdría entonces mencionar no solo lo anterior, sino, por ejemplo, la cantidad de humanos que mueren por enfermedades curables, prevenibles, o simplemente por hambre y desnutrición. No hay nada que descubrir o desentrañar en este orden, solo darle su lugar al sentido común, a la inteligencia y sensibilidad humanas.
Pero más allá de fundaciones caritativas, de donaciones personales y del loable quehacer de algunas organizaciones internacionales, esa multitud que agoniza a pocos les importa. Ya lo decía el secretario general de la ONU, António Guterres, en la reciente Cumbre del G77 y China efectuada en La Habana: «El mundo le está fallando a los países en vías de desarrollo». ¡Y de qué forma!, podría enfatizarse.
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Precisamente en esa reunión internacional, este tema de las nuevas tecnologías y la IA fue abordado, y en la Declaración de La Habana sobre «Retos actuales del desarrollo: Papel de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación», quedó recogido que:
«Reconocemos que las tecnologías de la información y la comunicación son un catalizador clave y facilitan el desarrollo sostenible. Reafirmamos la visión de construir una sociedad de la información inclusiva, centrada en las personas y orientada al desarrollo. Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional y a los órganos pertinentes del sistema de las Naciones Unidas para que adopten medidas urgentes encaminadas a reducir las brechas digitales y las desigualdades en la generación, infraestructura y accesibilidad de datos en y entre países y regiones, así como entre países desarrollados y en desarrollo, prestando especial atención a los más pobres y vulnerables. Instamos a crear las condiciones necesarias para proporcionar a los países en desarrollo una conectividad asequible y fiable, destinada, entre otras cosas, a promover el acceso y la inclusión digitales, incluso para las personas de comunidades remotas y rurales, así como a garantizar un desarrollo, acceso y uso ético, fiable y más equitativo de la inteligencia artificial».
La Cumbre rechazó los monopolios tecnológicos y otras prácticas desleales que obstaculizan el desarrollo tecnológico de los países en desarrollo, y llamó a considerar un marco tecnológico internacional que incluya el Pacto Mundial Digital, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
No podemos permanecer ajenos
Es obvio que la IA resulta desde ya una herramienta que ha hecho avanzar estrepitosamente a la humanidad en muchos órdenes, ahorrando a científicos, gobiernos, y también a tantos hijos de vecino años y hasta décadas de deducciones, investigaciones, y otros retos a la mente humana.
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Pero qué bueno sería que esos mismos magnates de la industria tecnológica que recientemente intercambiaron ideas en EE.UU. acerca de la IA y sus peligros, igual concentraran esfuerzos junto a otros expertos de diversas latitudes, culturas y saberes, para atender un poco más al desarrollo de la inteligencia humana, sobre todo en quienes más lo necesitan, aquellos que menos tienen.
Porque resulta paradójico que la IA, creada por y para los humanos, sea no pocas veces empleada por estos también para manipular, confundir y hasta idiotizar.
Sería de ingenuos poner en duda que esa IA constituye también un importante instrumento que enrumba atenciones y temas, digamos en las redes sociales —ese importante abrevadero universal de aguas puras y también altamente contaminadas.
En manos de megaconsorcios, de políticos y otros poderosos, esa tan ponderada —no sin razón— IA, igual que ayuda a decidir con extrema precisión un diagnóstico o proceder médico, multiplica hasta el infinito en esas redes y en el ciberespacio en general, mensajes que, sutilmente o no, inducen a comprar, a juzgar de determinada manera, a excluir, a discriminar e incluso a votar.
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Por no hablar ya de esa historia otra, reinventada, adulterada, que podría llegar a manos de generaciones venideras —si quedan manos para entonces, evocando al poema Un día después de la guerra, eternizado por Lennon.
No por gusto la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), a raíz del comienzo del curso escolar en el mundo, instó a regular el uso de la IA en las escuelas, y así garantizar el enfoque humano de su aplicación.
En algunos países retoman los texto escolares impresos. Foto: tomada de poradnuk.com.ua
«La IA Generativa puede ser una tremenda oportunidad para el desarrollo humano, pero también puede causar daños y perjuicios. No puede integrarse en la educación sin el compromiso público y sin las salvaguardias y regulaciones necesarias», advirtió la directora general de esa organización de la ONU, Audrey Azoulay.
Sí, la IA es tremendo espaldarazo a la humanidad, pero la inteligencia humana, en algunos ámbitos y competencias, parece ir subsumiéndose escandalosamente en un marasmo de vacuidades, muchas veces engañada, manipulada frente a ciertas realidades y pantallas… y el mundo no debería, no puede, permanecer ajeno.
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