Cuando el cine mata

Cuando el cine mata
Fecha de publicación: 
4 Noviembre 2021
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El mundo del cine fue recientemente estremecido por el trágico suceso ocurrido durante el rodaje del oeste norteamericano Rust, cuando al disparar un revólver de utilería inexplicablemente cargado con balas reales, el conocido actor Alec Baldwin mató accidentalmente a la directora de fotografía del filme, Halyna Hutchins, e hirió a su director, Joel Souza.

El incidente, que ha hecho reaccionar a la comunidad cinematográfica con desconcierto y enojo por la evidente falta de responsabilidad profesional de los miembros del equipo de filmación involucrados en el manejo y control de armas, es investigado por las autoridades bajo el minucioso escrutinio de los medios, pero la delimitación de culpabilidades penales no podrá borrar la perplejidad y conmoción compartida por cineastas y espectadores.

A muchos la muerte de Halyna Hutchins les ha recordado la del actor Brandon Lee, hijo del mítico Bruce Lee, acontecida en circunstancias similares el 31 de marzo de 1993, cuando el intérprete de 28 años cayó abatido por un proyectil de verdad en una escena de intercambio de disparos de una película titulada El cuervo (The Crow), lo cual desencadenó un torbellino de teorías conspirativas como las que rodearon la muerte de su padre 20 años antes. La investigación concluyó que tantas personas habían cometido una negligencia en ese rodaje que resultaba imposible señalar un culpable. ¿Pasará lo mismo con el caso Rust?

Hollywood, dicho sea de paso, cuenta con un largo historial de accidentes principalmente pirotécnicos y automovilísticos en filmaciones desde los albores de la “fábrica de sueños”, sueños que en no pocos casos, como el pasado 21 de octubre, se han transformado por esos motivos en verdaderas pesadillas.

Con la debida salvedad ética que implica comparar una tragedia real con una trama de ficción, el dramático percance de Rust me recordó de golpe una película italiana realizada en 1978 cuya tesis central es que el cine, más allá de reflejar de forma ficticia o documental la realidad, constituye en sí mismo una segunda realidad que puede intervenir abruptamente en nuestras vidas. Su título es Circuito cerrado, fue dirigida por el destacado realizador Giluliano Montaldo (Sacco y Vanzetti, 1971; Giordano Bruno, 1973) y aunque originalmente fue concebida para la televisión, se estrenó en nuestras salas en los años ochenta. No es de las películas más citadas de su director, tampoco se le encuentra ya fácilmente en los mercados de video, pero curiosamente leí hace poco que forma parte de las exhibiciones habituales del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

El filme se desarrolla enteramente dentro de un cine, durante la exhibición de un spaghetti western interpretado por un actor icónico del género, Giuliano Gemma. Antes de comenzar la proyección, se nos presenta brevemente a los espectadores que asisten a la función, cada uno en su mundo, con sus manías, individualidades reunidas en ese acto social que es compartir una función de cine.

Se ilumina la pantalla y todo transcurre normalmente hasta la escena climática de cualquier película del oeste, el duelo final, en el que Gemma desenfunda y dispara su revolver a cámara, mientras de modo fijo y extraño mira en dirección al público antes de dar media vuelta y retirarse. De pronto se descubre que un espectador yace abatido en su asiento con una herida mortal de bala. Cunde el pánico, llaman a la policía, nadie puede salir de la sala.

Comienzan los interrogatorios, no aparece el arma ni el motivo homicida, deciden reconstruir los hechos con un voluntario que ocupa el mismo asiento del muerto. Vuelven a pasar el filme, y en la misma escena el mismo disparo cobra una segunda víctima. Se encuentra un orificio en la pantalla. Desconcierto total.

Entre el género conocido como giallo, equivalente italiano del thriller de crímenes, suspenso y misterio y la ciencia ficción de proyección social, Circuito cerrado nos lleva a la inquietante conclusión de que el asesino es la propia película. Esta constituye una suerte de metarrealidad o hiperrealidad que termina por invadir y agredir la de los espectadores, por lo que deja de ser un espectáculo pasivo para convertirse en un sujeto activo que transgrede los límites de la ficción y se instala en las vidas de quienes lo contemplan.

La imperdonable negligencia de la armera, el asistente de dirección o ya se sabrá de quién o quienes reedita de manera simbólica en la tragedia de Rust estas insospechadas relaciones que pueden establecerse entre la realidad “real” y la realidad de la ficción. Por azares del destino, mientras se encontraba en su puesto de trabajo, la joven y talentosa directora de fotografía entró en el mundo de la ficción, se interpuso involuntariamente entre Alec Baldwin y su hipotético adversario, y una bala que debió ser de salva resultó ser un proyectil real que segó su valiosa vida.

La justicia tiene sus propios y estrictos códigos para descifrar estos fenómenos. El arte, sin embargo, queda a merced de ellos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

Recuerdo perfectamente esa pelicula, Incluso recuerdo perfectamente que yo, aun adolecente y porque entonces se podia hacer sin problemas vi la película 2 veces sin salir del cine, no porque me gustara demasiado sino porque en un principio no la entendí, pensaba estar viendo una pelicula policíaca con un asesinato dentro del cine pero sin imaginar el descenlace. Ud no menciona la parte principal de la pelicula, el final, cuando el policia manda a repetir la pelicula y en un primer plano impresionante el vaquero mira y apunta su pistola al publico no en una dirección especifica sino moviendo el revolver como escogiendo una victima entre el público espantado, se manda a detener la película pero el cinematofgrafo no responde. El disparo no se produce pero queda en suspenso.
juan.lavin@refhab.cupet.cu

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