DE LA VIDA COTIDIANA: La falta de cordura ante un asiento vacío

DE LA VIDA COTIDIANA: La falta de cordura ante un asiento vacío
Fecha de publicación: 
8 Marzo 2019
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Un joven y una señora iban acomodados en los asientos que están virados, al final de la guagua, cuando de repente una pareja que, justamente, estaba frente a ellos, se levantó para tomar el rumbo hacia la puerta de salida.  

Entonces, la señora abandonó el lugar donde estaba y, con toda la amabilidad del mundo, se apartó para que ellos pasaran. Pero, de manera tempestuosa, casi violenta, el joven que también quería cambiarse brincó por encima del tubo que separa los asientos, unos de otros, y se adueñó de un tirón del lugar más cercano a la ventanilla.  

Sus piernas eran tan largas que parecía imposible realizar ese acto. Sin embargo, lo logró, y quienes ocupaban los espacios cercanos se percataron del irrespeto y la pésima conducta de un muchacho que, por su edad, bien podía ser el hijo de la susodicha señora.

Esto es apenas un ejemplo presenciado recientemente en un P-10, que recorre la ruta Víbora-Naútico. Pero no es el único caso y ustedes, seguramente, han sido testigos de otros actos grotescos como este.

El asunto de “alcanzar” un asiento en la guagua es tan antiguo como los propios problemas del transporte que los cubanos padecemos. Aunque no se puede generalizar —porque todavía quedan seres sensatos, de buenos sentimientos y amables, tanto de uno como de otro sexo— es verídico que el tema de sentarse en un transporte público resulta complicado, sobre todo si este circula repleto de personas.  

Una realidad palpable, y de eso nos percatamos quienes a diario afrontamos esta lucha cotidiana, es que el ir sentado se convierte muchas veces en un asunto de discordia entre unos y otros.

Muchas personas pierden la cordura ante un asiento vacío, y arrasan con lo que tienen ante sí; poco importa si se trata de ancianos, niños e, incluso, discapacitados.

Si por alguna razón los asientos reservados para estos casos están ocupados, el asunto se vuelve complejo, y de vez en vez uno escucha el vozarrón de alguien que grita sin complejo alguno: ¡Caballeros, aquí hay una mujer embarazada! (o en otros casos, niños en brazos, o viejitos).

Entonces la batalla es ver quién se levanta y cede su espacio. Unos y otros (u otras) se miran las caras, y están quienes se "caen" del sueño.

Lograr sentarse —sobre todo si uno se siente muy cansado— es un deseo comprensible, pero ello no puede apartarnos de los mejores y más nobles sentimientos que nos deben caracterizar como seres humanos.  

¿A quién no le gusta ir sentado si, sobre todo, el recorrido que debe realizar es tan extenso? La respuesta es consabida, pero no se puede perder de vista que ese espacio, que nos permite viajar con un poco de comodidad, quizás lo necesita más la persona que tenemos a nuestro lado.  

La civilización empieza por ahí, por el respeto entre todos, teniendo en cuenta que la amabilidad, aunque parezca de otros tiempos, todavía no ha pasado de moda.

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