Ana Fidelia y el mejor regalo de cumpleaños

Ana Fidelia y el mejor regalo de cumpleaños
Fecha de publicación: 
13 Agosto 2017
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A miles de kilómetros de Cuba, la corredora Ana Fidelia Quirot quería hacerle un regalo especial a su Comandante, pero sabía que era bien complicado.

Luego de haber reinado en la prueba de 800 metros planos durante casi una década, en la cual se le escapó apenas el título en los Juegos Olímpicos de Barcelona-1992, la esbelta atleta santiaguera había tenido que superar la batalla más importante de su vida: la de sobrevivir a las quemaduras que cubrieron gran parte de su cuerpo pocos meses después de la cita estival catalana.

Había sido precisamente Fidel una de las “medicinas” fundamentales para que Ana Fidelia retomara el deseo de vivir, pese a saber que su cuerpo y su rostro quedarían marcados de por vida por aquel momento fatal.

Poco a poco fue recuperándose, realizó la fisioterapia necesaria para rescatar la movilidad, y ante el escepticismo de los médicos decidió volver a los entrenamientos.

En solitario corrió cientos de kilómetros en el estadio capitalino Pedro Marrero y paulatinamente recobró sus capacidades físicas.

Todavía limitada en sus movimientos, incluso con una Minerva en el cuello, Ana Fidelia retornó por la puerta grande al ganar la medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce-1993, detrás de una surinamesa llamada Leticia Vriesde y a la que nadie le prestó atención en ese momento pese a coronarse, pues todas las miradas estaban en la protagonista de la gran hazaña.

Sin embargo, lo mejor estaba por llegar. Ya con su movilidad completamente recuperada, Ana Fidelia se presentó menos de dos años después al Campeonato Mundial de Gotemburgo, Suecia, con apenas el prestigio ganado en sus épocas de gloria, pero a la sombra de la gran favorita: la mozambicana Maria Mutola. Ambas avanzaron hasta la final, y allí se enfrascaron en un lindo duelo que para asombro del mundo dio como ganadora a la cubana, quien se presentó como en sus mejores tiempos. Eran más que piernas lo que movía a la corredora indómita, la impulsaba el deseo irrefrenable de quedar bien con uno de sus mayores admiradores, y vaya que lo hizo. Ese cumpleaños 69 ella le hizo el mejor regalo a Fidel.

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