OPINIÓN: Cultura y revolución
especiales

Conocí a Armando Hart en sus años finales al frente del ministerio de cultura, exactamente en 1994. Eran tiempos difíciles. La caída del Muro de Berlín, y poco después la desintegración de la Unión Soviética, donde miles de jóvenes cubanos habíamos estudiado, había provocado una crisis económica y de referentes en la isla rebelde. Cuba resistía. Hart buscaba a los jóvenes, incentivaba el debate con ellos. Supo que un grupo de amigos soñaba con fundar una revista revolucionaria de pensamiento, y de inmediato nos convocó, una, dos, muchas veces. Así surgió Contracorriente.
Hart era una fuerza de la naturaleza, un tornado. Aún sentado, mientras escuchaba, su pierna saltaba incontenible, impaciente, mientras un lápiz mocho daba vueltas en su mano izquierda. Era un generador constante de nuevas ideas. Un hombre fiel a Fidel. Alguna vez dijo que su vida se dividía en dos: antes y después de conocer a Fidel. Su evolución rápida después del asalto al Moncada, su amistad con Frank País, su entrega absoluta al ideal martiano, que fue integrándose al marxismo, produjo al revolucionario raigal. Esa evolución quedó plasmada de manera amena y profunda en su libro Aldabonazo (1997) cuya lectura recomiendo. En él se narra y explica la muerte “natural” de los partidos políticos burgueses tradicionales, por su incapacidad para romper las ataduras del sistema y conectarse con las necesidades del pueblo. Algunos años después, en 2005, escribiría sobre la Asamblea constituyente del 40, el paradigma roto por el golpe de estado de Batista:
“Aquella asamblea (fue) el producto de un equilibrio logrado entre dos impotencias: la del viejo orden, que no tenía fuerzas para imponerse, y la de la Revolución, que tampoco las poseía para establecer sus intereses. (…) Dar un paso más significaba abrir el camino a un programa socialista”.
Rápidamente comprendió que el golpe castrense de 1952 catalizó la crisis de la República neocolonial, una crisis que no era de legalidad, sino de legitimidad. Su apoyo a la revista Contracorriente incluyó la entrega de colaboraciones exclusivas. Recuerdo con especial agradecimiento dos: la publicación en ella de la carta que el Che le enviara desde África, inédita hasta entonces, en la que expone sus consideraciones sobre el estudio del marxismo; y unas reflexiones que tituló “El regreso de Marx” (1997). En cierta ocasión contó que alguien le había dicho: “ustedes son unos náufragos”, e inmediatamente respondió: “los náufragos nadamos hacia tierra firme, somos los que mejor conocemos las causas de lo ocurrido y más tenemos que contar”.

Armando Hart
A diferencia de los estados socialistas de Europa del Este, Cuba tenía una historia anticolonial y antimperialista previa que respaldaba su lucha y contaba con el legado de Martí, que había inspirado a los comunistas cubanos, desde Mella hasta Fidel. Por eso la batalla ideológica de los noventa en Cuba se produjo en torno a esa figura excepcional: era el antecedente imprescindible. Se cumplían cien años de su caída en combate, y como mismo ocurrió en 1953, durante el centenario de su nacimiento, Martí regresaba para rescatar el sentido histórico de las luchas cubanas por la independencia y la justicia. Hart fue un adalid de esa batalla. En la Conferencia Internacional “José Martí y los desafíos del siglo XXI”, que se celebró en 1995 en Santiago de Cuba, expresó algunas ideas que me parecen fundamentales:
“estamos defendiendo la utopía que la Humanidad de hoy necesita para salvarse del infierno de una civilización donde, tras los dramáticos acontecimientos que simbolizamos en la caída del muro de Berlín, se impuso en el Este y en el Oeste, en el Norte y en el Sur, el más feroz y vulgar materialismo”.
Y más adelante:
“Pero no hay civilización sin cultura ética y sin paradigmas morales y culturales. Hoy aquí en Santiago señalo con angustia que los hombres encuentran nuevos paradigmas, o la humanidad estará perdida”.
La contrarrevolución trató de apropiarse también de Martí —todo proyecto político necesita de una tradición que lo respalde—, pero fracasó. Entonces intentó “matarlo”, minimizar su legado. Recuerdo algunos de sus tópicos más recurrentes: a) Martí como poeta, vivía “en el aire”, y construía una República de ficción; b) Martí como pensador era antimoderno, utópico; c) Martí era el “culpable” de la Revolución cubana (sentencia que empalma desde la derecha, con la afirmación de Fidel de que había sido el autor intelectual del Moncada). Se dijo también entonces que Cuba abandonaba el marxismo para refugiarse en Martí. Nada más ajeno a la verdad: sin ser marxista, el pensamiento de Martí engarza de manera formidable con el de Marx, en su toma de posición con los pobres de la Tierra, en su antimperialismo, en su internacionalismo, en su eticidad militante, en su comprensión del papel de la cultura. A las afirmaciones de que era un “iluso”, Hart respondía:
“El Apóstol llevaba más realismo en sus versos, en su prosa, en su ferviente batallar por la independencia, en su culto a la belleza y al decoro, en sus predicciones antiimperialistas, en sus análisis de los problemas de América, en su descripción de las costumbres y la vida de Estados Unidos y otros países del mundo, que el más documentado y práctico de los hombres de su tiempo.”
Armando Hart, heredero de las mejores tradiciones cubanas, fue un educador y un hombre de la cultura. Había coordinado la Campaña de Alfabetización en el país —al frente del ministerio de educación fue el más joven ministro de la Revolución—, un proceso de masas que no solo alfabetizó a los alfabetizados, sino también a los alfabetizadores, porque le mostró a los jóvenes citadinos el campo y la Cuba real. A menudo repetía que en nuestra historia, la vanguardia artística y la política habían mayoritariamente coincidido. “La lucha por el pan y la libertad —escribió— debía ir unida a la de conquistar un más alto desarrollo espiritual”. Ese era uno de los elementos que distinguían a nuestro país: “La identidad lograda en Cuba desde el pasado siglo (se refiere al siglo XIX) entre cultura y revolución. Es éste uno de los aportes más importantes del país a los pueblos en sus luchas por la libertad”.

Con Fidel durante la Campaña de Alfabetización.
Había fundado el ministerio de cultura para transformar la relación con los artistas y los intelectuales, después de un período gris. Sabía que no creaba un centro administrativo, sino un centro promotor de la cultura. “Siempre defendí la idea de que la cultura —escribió también— se promueve y que las jerarquías y funciones se definen en la práctica social, bien lejos de los dictados burocráticos”. Había finalmente creado la Oficina del Programa Martiano y la Sociedad Cultural José Martí, junto a un grupo de intelectuales cubanos, para salvar la unidad de la Patria. Fue vicepresidente de la Comisión Nacional que conmemoró con decenas de iniciativas los centenarios que se conmemoraron entre 1995 y 1998, años definitorios de nuestra Patria. El vicepresidente primero era el comandante Almeida, y yo, entre grandes, fui el secretario. Conocí junto a Hart la geografía cubana de las victorias y las derrotas, y me enamoré como él de Cuba.
Armando Hart cumple en estos días 95 años. No está físicamente. Pero a veces sus palabras parecen recién pronunciadas: “el fascismo está a la vista. Detengámoslo. Esta vez más que nunca hace falta oponerle con fuerza la fórmula del amor triunfante y trabajar todos los que nos sentimos hijos de lo que llamaron Nuevo Mundo, por evitar la hegemonía de los que odian y destruyen”. Eso dijo en 1995, en Santiago, ante la tumba del Apóstol.












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