EDITORIAL: Contra el bloqueo
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Los jóvenes cubanos "inundaron" el malecón para sumarse a las caravanas contra el bloqueo que recorrieron más de 50 ciudades. El reclamo, acompañado de la energía y el patriotismo de la juventud, multiplicó su fuerza en el pasado fin de semana (27 y 28 de marzo) en el que el mundo demandó el cese del bloqueo norteamericano contra Cuba.
Algunos voceros del gobierno de los Estados Unidos (y muchos de los “voceros” oficiosos de siempre: el clan radicado sobre todo en la Florida) insisten en que el impacto del bloqueo es menor, que el gobierno cubano lo esgrime para justificar errores e incapacidades propias en la gestión de la economía cubana.
Han llegado a decir que a los gobernantes de Cuba les conviene el bloqueo para tener la oportunidad de culpar a otros. Se impone una pregunta: si fuera así, ¿por qué no lo desarticulan? No lo han hecho por una sencilla razón: confían en la utilidad de una política descarnada y cínica: “matar” a un pueblo por hambre. La “lógica” es clara: presionando a la ciudadanía con restricciones y carencias, esa ciudadanía, hastiada, terminará por enfrentar a su gobierno y lo echará del poder.
El sueño dorado del cambio de régimen.
El bloqueo económico, comercial y financiero que le ha impuesto los Estados Unidos a Cuba sí le conviene al lobby anticubano radicado en ese país. Ellos lo llaman, eufemísticamente, “embargo”. Y dicen que afecta a la clase dirigente cubana. Pero la realidad es que es un bloqueo contra el pueblo de Cuba. Afecta, sobre todo, al cubano de “a pie”. Ese cubano es el objetivo, porque todo parece indicar que solo una revuelta popular puede lograr el tan anhelado fin de la Revolución.
El problema es que lo están intentando hace varias décadas. Y lo han hecho a costa del sufrimiento de generaciones completas de cubanos. El bloqueo es la piedra angular de un sistema de agresiones con el que han pretendido, sin resultados, un cambio de sistema social y político en Cuba. Puede haber variaciones en el enfoque, pero el objetivo siempre ha sido el mismo.
Tan “inocente” como culpar al bloqueo de todos los problemas de la economía cubana es ignorar el impacto de esa política en la economía nacional. Habría que ver qué economía contemporánea hubiera resistido el embate de tantas sanciones, aplicadas por tanto tiempo. Y es un entramado absolutamente pragmático, ajeno a consideraciones humanitarias: no es que impida sencillamente la compra de armas o artículos de lujo para una supuesta élite, es que impide incluso la compra de medicinas y artículos de primera necesidad.
Para paliar el problema, Cuba ha tenido que mirar hacia mercados más lejanos y, por tanto, más caros. Pero el bloqueo es también extraterritorial y muchas de sus disposiciones obstaculizan también el comercio normal con terceros.
La obstinación de la clase dirigente estadounidense es tal, que ha ignorado la opinión de la mayoría de su propio electorado… y el reclamo de la casi totalidad de la comunidad internacional. En este tema, el gobierno de los Estados Unidos ni siquiera tiene el apoyo de algunos de sus más tradicionales aliados.
El pasado domingo, miles de personas en todo el mundo se manifestaron contra el bloqueo. Decenas de ciudades de decenas de países acogieron caravanas solidarias. Fue una iniciativa que surgió, precisamente, en los Estados Unidos. Y gana cada vez más seguidores.
El bloqueo tiene que terminar. Es mucho más que una reivindicación política. Es cuestión de sentido común. Cuestión de decencia.
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Comentarios
Carlos
Maikel García Marín
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