VOCABLOS: Nefelibata (+poema)

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VOCABLOS: Nefelibata (+poema)
Fecha de publicación: 
22 Mayo 2025
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Fotografía de la autora desde una cabina de teleférico que realiza un recorrido entre nubes

De acuerdo con el origen etimológico referenciado en el diccionario de la Real Academia Española (RAE) en su versión digital, el vocablo de hoy trata de la formación culta que proviene del griego antiguo “νεφέλη nephélē” (nube) y “βάτης –bátēs” (que anda). Es un adjetivo que describe a una persona soñadora que no se apercibe de la realidad, y que es usado también como sustantivo.

Pudiéramos rescatarla porque no es común el uso de la palabra “nefelibata” sino la frase completa de “estar en las nubes”. ¿Cuántas veces no la hemos escuchado como diciendo “estás en la bobería”, demasiado distraído, ensimismado? ¿Puede ser tan desaprobado vivir en las nubes? Si con lo agobiante que resulta estar aterrizado, anclado a este mundo materialista y caótico, bien convendría poder despegarse un poco del suelo para alejarnos de la crisis de todos los sentidos, digo, porque supongo que allá arriba, además de tranquilo, fresco y bonito, los problemas son etéreos, resbaladizos. Bien viene.

También que “están en las nubes” le dicen a los enamorados que permanecen como flotando en un universo idílico, inquebrantable, felices de la vida aunque estén pasando penurias, a punto de suspender el semestre o volverse locos de remate. En ese caso tampoco es mal visto mostrarse perdido, escaparse, abstraerse, todo lo contrario, es característico e indica pureza.

Después de todo el obcecado Oliverio, en la película El lado oscuro del corazón (Eliseo Subiela, 1992), tenía razón en eso de buscar a la que vuela. Quizás no se refería a que tuviera alas, el aleteo no le importaba en lo absoluto más que pudiera mantenerse flotando de nube en nube, que es la mejor manera de vivir, sin tanto apego a lo terrenal.

¿Acaso no es en los celajes donde habitan los dioses del Olimpo, a medio camino entre la tierra y lo divino? Por gusto no será, y tan malo, tampoco.

Así también deberían llamarse, literalmente, ciertos caminos paradisiacos y muy empinados que alguna vez transité entre niebla y montañas, por zonas muy altas —a más de dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar— tipo películas europeas de terror con mucho verde a los lados y carreteras en las que apenas se ve a dos palmos si al frente va un perezoso.

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Fotografía de la autora desde la cima de una montaña rodeada de nubes en pleno mediodía

En resumen. Nefelibata es una palabra muy linda que sugiere a una persona capaz de enajenarse de esta dura cotidianidad. Es casi una virtud eso de poder irse, ser livianos y volar hacia un paraíso algodonoso. Es poética, además.

Por eso quiero dejar por aquí estas letras de otro Oliverio, también argentino y de apellido Girondo (1891-1967), que fue muy popular cuando en la década de los años 90 en la piel de Grandinetti (Argentina, 1959) el cine popularizo su fragmento inicial. No menciona el término, pero sí recrea su concepto muy personal de lo que es andar en las nubes.

Ahí los dejo con él y la invitación a soñar, separar los pies del asfalto, dejarse llevar, alzarse, emprender el vuelo —no hacia la estratósfera para abandonar este mundo— sino hasta una altura recomendada sin perder el juicio.

Espantapájaros

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible    

- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

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