CRÍTICA DE CINE: León
especiales

Roban en distintos lugares: restos de comida en la terminal, piedras de carbón en los trenes. La primera mitad de León (Garth Davis, 2016) pone al espectador cara a cara con la realidad de millones de niños en la India de nuestros días.
Una noche en que sale junto a su hermano mayor a trabajar (una parte del trabajo consistía en buscar monedas perdidas en los trenes) Saroo se queda dormido en un tren que lo lleva 1 200 kilómetros lejos de su hogar, a una parte de la India donde se habla otro dialecto, uno que él no conoce.
Las peripecias que vive entonces narran una vez más una cruda realidad que ni siquiera es exclusiva de la India: niños que son secuestrados, vendidos, torturados y violados cotidianamente son parte de las pinceladas que nos ofrece la primera mitad de la película.
La estética que elige Davis es una ganadora: la historia es suficientemente dramática como para no necesitar música que la acentúe: a David le basta con el sonido ambiente de la gente y los autos. Bastante solo está ya el niño como para sentimentalismos.

Hay que ver la actuación natural del pequeño, que se llama Sunny Pawar. No puedo evitar compararlo con las actuaciones endebles de los niños cubanos. La niñez en Cuba tiene varios fuertes, pero la actuación no es uno de ellos. En fin. Que el niño Sunny Pawar muestra con mucha frescura un rostro detrás del que se esconde la extrema pobreza e indefensión.
Intenta encontrar el camino de vuelta a casa, pero como en la historia de Hansel y Gretel, este está hecho de migajas de pan. Es demasiado pequeño como para recordar el nombre de su región y cree que el nombre de su madre es «Mamá».
Por un azar de la vida es llevado a las autoridades y de ahí a una escuela para huérfanos, mucho más parecida a una prisión para menores de edad que cualquier otra cosa. De ahí es adoptado por una familia australiana cuya madre es interpretada por Nicole Kidman.
Pasan 25 años. El niño se ha convertido en Dev Patel, que comparte algún que otro punto en su historia personal con el protagonista de la historia porque, aunque fue criado en Gran Bretaña, es descendiente de indios. Muchos recordarán a Dev Patel, que se hizo mundialmente famoso por Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008), una película absolutamente comercial que ganó ocho premios Oscar.
En la segunda parte de León se muestra una cinta más sosegada formalmente, que se centra en reflexionar sobre la importancia de saber de dónde venimos... para encontrar con más facilidad el hacia dónde vamos. Un cuestionamiento sobre la familia, el peso que tiene o no la sangre que llevamos en las venas y la infinita complejidad del bosque de emociones humano.

Lo más contundente de esta historia es que es basada en hechos reales. El niño indio que fue adoptado por una familia australiana encuentra por Google Earth el poblado donde lo crió su familia y en el año 2012, veinticinco años después, regresa a su casa. Cuando llega descubre, entre muchas otras realidades, que toda su vida, como niño de cinco años que era cuando comenzó a hacerlo, se había presentado mal ante la gente. Su verdadero nombre no es Saroo, sino Sherú, que en hindi quiere decir: León.











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