PENSANDO Y PENSANDO: Uno con todos
especiales

Pudiera contarse una parábola sobre los órganos del cuerpo humano: todos tienen un claro rol en el funcionamiento del organismo, pero si no actúan como sistema, si no funcionan de manera armónica, el cuerpo muere.
De la misma manera ocurre en la sociedad: cada persona tiene una responsabilidad concreta, un espacio donde se expresa su aporte, pero si solo nos centramos en lo que estrictamente nos corresponde, sin pensar en los demás, la sociedad enferma. La falta de cooperación y de comprensión mutua descompone el tejido social y debilita los vínculos que lo sostienen.
La solidaridad es uno de los elementos más poderosos de cohesión. Es una energía que une y que multiplica, que permite entender que los problemas del otro no nos son ajenos, que en el bienestar de todos se cifra también el propio.
La empatía con el otro, con los demás, es básica para construir una sociedad equilibrada, sensible, capaz de sobreponerse a las adversidades. Sin empatía, las relaciones humanas se vuelven frías, utilitarias; con empatía, florecen la comprensión, el respeto y la colaboración.
En momentos particularmente complejos, como los que vive Cuba ahora, la solidaridad se convierte en un valor esencial, una necesidad moral y práctica.
La adversidad saca a relucir lo mejor o lo peor de los seres humanos; y en las horas difíciles, cuando los desafíos parecen multiplicarse, es cuando más falta hace la mano amiga, la palabra de aliento, el gesto que comparte lo que se tiene.
Hagamos lo que nos toca, cumplamos con nuestras obligaciones, pero proyectémonos además hacia lo que necesita el otro, especialmente quien está en una situación de vulnerabilidad.
No basta con hacer bien el trabajo o mantener el deber personal al día: el sentido comunitario comienza cuando sentimos el dolor ajeno y decidimos actuar para aliviarlo. La solidaridad no se impone; nace de la conciencia y del compromiso.
Las campañas de donaciones que animan y organizan personas, instituciones y organizaciones sociales no pueden resolver todos los problemas que se acumulan después del paso del huracán Melissa por el Oriente del país, pero pueden paliar algunos, ofrecer asidero, contribuir a cierto nivel de bienestar.
La espontaneidad del gesto solidario habla de la fuerza de un sistema de valores que no responde a cálculos políticos o conveniencias pasajeras. La solidaridad auténtica es ajena a consideraciones puntuales e intereses mezquinos. Es una expresión del alma colectiva, una señal de que la sociedad conserva sus mejores fibras morales.
Pensar en el otro, auxiliarlo sin que medien intereses ni imposiciones, nos acerca al proyecto martiano de una nación plena, donde todos los seres humanos tengan un lugar digno y fraterno.
Martí lo entendió bien: la patria es humanidad. Y solo desde la práctica cotidiana de la solidaridad —en el barrio, en la escuela, en el trabajo— podremos construir esa patria más justa, más sensible, más humana.












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