Gran Bretaña: De mal en peor
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Muy preocupados andan hoy británicos y los otros europeos para que la demorada pero inminente salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit) no produzca serios hematomas en ambas partes, hoy asoladas por la pandemia del nuevo coronavirus que precisa encontrar una solución, pero todavía no es así, por fallos en la vacuna que se está suministrando, el no completo aislamiento y el aumento de infestados y muertos, con el consiguiente desplome económico.
Aunque esto es lo que más preocupa a la clase dominante, no deja de tener malos augurios una diezmada población obrera cada vez más golpeada y más descuidada, a pesar de los recursos con que aún cuentan esas naciones industrializadas, todas fans –aunque algunas lo nieguen- del aún empoderamiento de Donald Trump en Estados Unidos, a pesar de tener los días contados.
Pese a los cacareados lazos de igualdad entre todas las razas y denominaciones comunes, las desigualdades siguen creciendo, y Gran Bretaña es un buen ejemplo de ello.
Ya están lejanos los días en que la clase obrera era tenida en cuenta, hasta que llegó la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, quien ignoró que los obreros representaban una clase, e hizo creer que todos eran hijos de la clase media, sin que existieran desigualdades notables.
Así fue demonizada la clase obrera en el Reino Unido y esto es visible en todas partes, aunque en suelo británico tiene peculiaridades: cuando la izquierda reclama más impuestos a los ricos, los medios de comunicación rebaten la idea, fomentando la envidia, y lo mismo ocurre con la inmigración.
Se visibilizan más los casos de inmigrantes que consiguen casas a través de las ayudas sociales para fomentar un discurso racista. Se detallan las pensiones de los trabajadores del sector público -enfermeras, médicos, profesores- para fomentar la envidia de los trabajadores del sector privado. Así, los medios de comunicación magnifican casos para manipular a la opinión pública. Un 0,7% del gasto social está mal empleado, pero la percepción de la gente es que se trata del 27%. No cuentan la realidad tal como es.
Para el joven ensayista británico Owen Jones la concentración de poder en el Reino Unido ha vuelto a niveles victorianos. Su libro Chavs, la demonización de la clase obrera (Capitán Swing) resultó ser un espejo enfermo y quirúrgico sobre la representación de la clase trabajadora británica en la actualidad.
“La demonización es inevitable en todas partes por las desigualdades. La desigualdad es irracional: el poder y la riqueza no deberían estar en manos de tan poca gente. La desigualdad se racionaliza y justifica con la idea de que los miembros de las élites merecen estar donde están, porque son más listas y trabajan más, mientras que los que están por debajo merecen estar ahí, porque son estúpidos y vagos. Cuanto más desigual es la sociedad, más necesitas demonizarla para justificarlo”
Y es que el caso del Reino Unido es clave, porque es mucho más acuciante especialmente a partir del thatcherismo, donde se produce este cambio en el que la pobreza y la desigualdad ya no se presentan como problemas sociales, sino como fracasos individuales.
Hay una frase muy famosa de un político thatcherista: "En los años ’30, cuando mi padre se quedó sin trabajo, se subió a su bicicleta y salió a buscarlo". Así, "súbete a la bici" se convirtió en un cliché nacional. Las enormes desigualdades y la fluctuación de la necesidad de la respuesta colectiva al individualismo gubernamental ocurren en otros países, pero es especialmente reseñable en el Reino Unido, donde los medios de comunicación sostienen y apoyan este discurso.
INCITACIÓN AL ODIO
El tema es que se incita al odio de manera muy sutil. Se expone un caso de derroche de un subsidio y se muestra que se trata de un inmigrante, y con eso basta, el subtexto está ahí.
Con el auge de UKIP, el partido de derechas populista que centra su debate en la inmigración, la atmósfera en el Reino Unido se está tornando muy siniestra. Nigel Farage, su líder, dijo que entendía que la gente estuviera preocupada si se mudaba a su barrio un vecino rumano. Recuerda a la campaña del Partido Conservador de los ‘60, que hacía un juego de palabras: "Si quieres a un negro como vecino, vota a los laboristas". Ya en esa época la opinión pública se escandalizó, en cambio ahora vuelve a legitimarse la misma idea.
La izquierda no ha sabido canalizar la rabia de la gente, que la derecha –utilizando el populismo- ha logrado trasladarla contra los banqueros, evasores de impuestos o explotadores hipotecarios hacia sus propios vecinos, inmigrantes y trabajadores del sector público. Logra culpar a la base y hace mella en el público, como en Francia, donde una potente clase obrera que solía votar al Partido Comunista, ahora lo hace por el ultraderechista Frente Nacional en medio de una crisis económica devastadora.
Volviendo al pensamiento de Jones, la destrucción de la idea de que no existe una clase obrera y que todos somos clase media es la clave. Esta idea, fomentada por políticos y periodistas de clase media, pulveriza el debate sobre las desigualdades, porque si no hay clases sociales, no hay nada que debatir.
Se combina con la noción de que los que quedan fuera de la dominante clase media son los vagos y maleantes que no quieren trabajar. Si unimos eso al aumento de pobreza y desigualdad y el cambio de discurso en el que se culpabiliza al trabajador, ya tenemos el discurso completo.
La guetización de la clase obrera en viviendas sociales implicó que aquellos con mayores necesidades acabaron separados del resto de la población. Eso hizo mucho más fácil que todo un sector fuera demonizado. Toda la clase empobrecida está concentrada, y el resto de la gente sólo sabe de ellos por lo que cuenta la televisión.
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