Geopolítica: Más material para los escritores de comedia

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Geopolítica: Más material para los escritores de comedia
Fecha de publicación: 
5 Octubre 2025
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Donald Trump... El Sermón de la Montaña, episodio de South Park de 2025. Fotografía: Comedy Central.

La cuestión de la paz en Ucrania se aleja de las fronteras de lo real y cae en el de la pseudopolítica de las élites. Si en la reunión de Alaska en apariencia se dieron acuerdos no del todo conocidos, luego de eso se ha percibido una escalada en la cual tanto un lado como otro mostraron sus armas, sus discursos y la voluntad de sostener sus posturas contrapuestas. Lo cierto es que Moscú no cree en lágrimas y ha dicho claramente que no acepta otras condiciones que la desnazificación de Ucrania y su no entrada en la OTAN. Aquí el conflicto entra en una turbulencia porque, mientras está claro que Rusia no debe coexistir con un enemigo con capacidad de fuego a sus puertas, la alianza atlántica pareciera jugar un doble estándar: no entran formalmente en la guerra, pero sostienen con recursos y con apoyo discursivo a quien se ha negado a una solución, dígase Zelensky. 

Pareciera que la paz se esfuma, que las armas se alistan y que ese fin de la humanidad tan pregonado no está tan lejos. El poder de fuego de las grandes potencias no es convencional y su alcance se sabe que está por encima de la compatibilidad con la vida en el planeta. Los líderes occidentales, con los figurines globalistas a la cabeza, han creado una locura basada en el relato de la debilidad rusa. Cuestión esta última que solo logran mantener a costa de dinero en los medios de prensa y de la ignorancia de las masas. El peso para los europeos de esa guerra se ha traducido en una crisis de energía y en el encarecimiento de los costos de producción por lo cual la Unión ha quedado fuera de los estándares para ser un polo competitivo. Pero, si el propio Trump ha dicho que desea el fin de las hostilidades, ¿a qué responde la obstinación de los más afectados —los líderes europeos— por seguir armando a Kiev? Las élites gobiernan para sí mismas, no en función de proyectos con un sentido más allá.
 
Luego de la cumbre en Alaska se dieron movimientos inquietantes de los Estados Unidos en el Caribe y se comenzó a trazar una narrativa de intervención militar. Lo que existe detrás aún no se sabe bien a qué responde. ¿Trump intenta intimidar al mundo luego de tener que sentarse a la mesa de negociaciones? Lo que se entiende como resultado de los movimientos militares no son más que narrativas, especulaciones. La llamada teoría del loco o sea hacerse impredecible pareciera darle a algún dividendo de lo que a todas luces es una política exterior torpe, que responde a la crisis de liderazgo interno y externo. ¿Y qué hablar de lo sucedido en Nepal? Quizás ahí haya que hablar de una pieza en el tablero que Occidente ha jugado, pues la nación se halla en la ruta de la seda, justo entre dos grandes del mundo emergente: India y China. Quien quiera ver otra cosa divergente de la geopolítica en el mapa de los choques internacionales está errado. Todo va de poder y de cómo se maneja, se acrecienta y se conserva. 

En ese orden de cosas, la geopolítica explica por qué Occidente está preocupado. Si se toma un mapa de cuál es el principal socio comercial de los países del mundo del año 2000 y se compara con el de hoy se verá que donde antes estaba Estados Unidos hoy prevalece China. Europa que era el último reducto en apariencia vinculado a Washington, tras la pandemia tuvo que aumentar sus lazos con rusos y chinos debido a la dependencia de hidrocarburos. Fue la creación de un inmenso ducto de estos elementos fósiles la verdadera causa de la ruptura y de la guerra, ya que Occidente buscó a toda costa un cómplice proxy para lograrlo. Ucrania, desde el 2014, se pintaba sola y ha sido el movimiento perfecto en tal sentido. Si bien los costes de producción para la Unión Europea han subido y eso determina su bajada en la competencia internacional, los globalistas sostienen sus intereses de clase fundados en la conservación de un orden internacional en el cual sean debilitados potenciales adversarios como las superpotencias emergentes.

Con la guerra en Ucrania se logran varios propósitos. Por una parte, darle sentido a la OTAN y el negocio de las armas que buenos dividendos deja a la clase burguesa y los políticos, por otra, se conserva un conflicto en el tiempo que busca debilitar, desgastar a Rusia y eventualmente llevarla a la rendición y el desprestigio. El lío es que con esas ideas, Occidente está poniendo en juego la paz y la existencia del mundo. Solo se requería un cómplice sin límites como el presidente de Kiev para llevar adelante esta agenda descabellada. La paz en los labios de Trump tampoco es creíble. La principal variable que se debe analizar en este señor es la del ego y por ende todo cae en un diseño narcisista de personalidad que impacta las decisiones de su país, que todavía es la primera potencia mundial. Trump desea el Premio Nobel de la Paz, pero lo que se está creando es la tormenta perfecta de la guerra. En su discurso ante la ONU, lejos de apostar por el multilateralismo y el entendimiento abogó en contra de los organismos internacionales que aún con sus fallos y errores son la única variable de derecho internacional al menos simbólico que se respeta. 

La guerra va a seguir mientras la geopolítica no se mueva hacia otra parte y los occidentales sigan creyendo que el orden de hace quinientos años puede ser el mismo los próximos mil años. Eso sencillamente es parte del decurso de la historia en espiral y su mutabilidad. Sociedades que hace milenios fueron punteras en el proceso civilizatorio y que entraron tarde en la modernidad capitalista se han apropiado de los modos de producción y pueden superar a los viejos centros occidentales. El secreto son los costes bajos, el uso de tecnología de punta y la capacidad para replicar cambios de forma instantánea y competitiva. En eso China ha sido un modelo insuperable y sigue sorprendiendo a Occidente ahora en la carrera por la inteligencia artificial. Los límites a las fuerzas productivas no están en las sociedades asiáticas puestas por sus élites a ser dinámicas a toda costa —para lo cual requieren de estabilidad— sino en el Occidente en el cual se te dice que debes quedarte como empresario a la fuerza en tu país o serás penado por un presidente que no tiene en sus manos una fórmula realista para hacer a América grande. Con el ego de una persona anciana sin visión geopolítica no se cambia la historia. 

¿Le darán el Nobel de la Paz a Trump? Ese galardón ya se ha desprestigiado antes y no sería ninguna sorpresa, tampoco va a cambiar nada ni se acabará el peligro de una gran guerra. El mundo se está dirimiendo por narrativas y luchas por el relato, lo cual hace mucho más volátil y peligroso todo. Se pierden las nociones de lo real y se dicen y hacen cosas que no poseen vuelta atrás. En esa línea, lo que ha pasado con Ucrania es un ejemplo claro. Nunca se le debió dar esperanzas de armas de destrucción masiva a Kiev ni violar los acuerdos de Minsk. Al contrario, una política realista, una que esté apegada a la verdad, tendría que haber evitado a toda costa un rearme de una potencia regional que es una amenaza para la estabilidad. 

En los meses que han transcurrido, los políticos se han sentado varias veces junto a Trump en la Casa Blanca quien solo se pavonea con todo el poder, dándoles a entender a todos que es el rey de un grupo de naciones vasallas. En ese interregno, Moscú sigue tejiendo alianzas, China avanza en tecnología militar y el BRICS emerge como una potencia financiera cuyas facilidades de comercio y carácter realmente descentrado son un émulo poderoso para un Occidente decrépito. En la medida en que mecanismos como el FMI se evidencian ineficientes y enemigos de los pueblos, como lo estamos viendo en el caso argentino, tienen que surgir alternativas en las cuales se acceda a créditos, mercados y recursos en condiciones mejores. Y ahí, hacia ese talón de Aquiles se dirige la decadencia de Occidente. 

Geopolítica, costes de producción e inviabilidad del sistema del dólar. Tales son las palabras claves a la hora de hacer un análisis realista y objetivo de la crisis de los Estados Unidos como nación central del sistema mundo del capital. ¿Tiene cura? No, y creer que sí es de ignorantes. La traslación del mundo económico hacia el sudeste asiático no posee retroceso. Se ha creado una estructura de dependencia de las líneas de suministro que ya se vio durante la pandemia y aún las gorras MAGA de Trump están hechas en China, lo cual es un total elemento lleno de ironía, sarcasmo y a la vez sentido común dentro de la geopolítica. En tanto Occidente viva en la ficción, luchando por el relato, el dragón avanza en la conquista de lo que queda del imperio. 

¿Qué podemos esperar para los próximos meses? Hacer análisis es casi peregrino en ese sentido porque la propia teoría del loco del presidente de Estados Unidos se marca como objetivo que no se sepa hacia donde se va. O sea lo que pudiera ser una geopolítica seria se traduce en los delirios de una persona que ni siquiera gobierna para la coherencia, sino para el ego. Pedirle otra cosa sería realmente caer en la teoría del loco. Lo que se puede aseverar es que la paz no estará a la vuelta de la esquina ni se verá en el mandato de Trump como creyeron muchos ingenuamente en la campaña electoral. Ni la economía norteamericana ha mejorado, ni el estadounidense de a pie posee mejor país. Al contrario, pareciera que las turbulencias responden a la necesidad de tapar la lista de Epstein con una narrativa de poder exterior y de despliegue de fuerzas militares. 

En la última comparecencia ante generales, todo el debate se dirimió en torno a la cuestión identitaria woke y no en la esencia de los problemas. Daba pena ajena cómo el vicepresidente Vance se regodeaba en la crítica a la gordura de los funcionarios del ejército. En la televisión norteamericana existe una serie que desde hace tiempo hace las delicias de este tipo de metedura de pata, se llama South Park y es la historia de un pueblo ficticio del interior de los Estados Unidos en el cual pasa lo indecible. Si algo está haciendo esta administración es dándoles a los creadores de esta saga material suficiente para el humor. Faltaría ahora que el presidente, aspirante a dictador, no los quiera silenciar cuando se vea en ridículo. A fin de cuentas, los comediantes solo reflejan una realidad mucho más cruda y absurda. 

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