Geopolítica: La gira por Asia y su relación con la crisis interna

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Geopolítica: La gira por Asia y su relación con la crisis interna
Fecha de publicación: 
31 Octubre 2025
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Las últimas movidas de Trump en el sudeste asiático evidencian que la geopolítica ha cambiado lo suficiente como para colocar al presidente de la otrora superpotencia global en la cualidad de negociador. Tras meses de presiones arancelarias y de imposiciones con el daño respectivo a su propia economía, el líder republicano ha debido reunirse con Xi Jinping, quien representa al mundo en ascenso. La dependencia en torno a los productos provenientes del centro industrial chino es demasiada y ello determina un peso en la estabilidad interna tan necesaria para ganar las elecciones de medio término en las cuales los demócratas aspiran a recuperar las dos cámaras. Pero Trump, quien se ha pasado todo este periodo de los inicios de su mandato dando golpes de ciego en economía, sabe que o establece una tregua con sus adversarios geopolíticos o deberá guerrear en dos frentes y con desventaja. 

El saldo de estos meses del presidente Trump no ha sido favorable en lo doméstico. Con un país sacudido por manifestaciones y con una inflación galopante; los Estados Unidos están lejos de la promesa de campaña que enarboló el candidato de la ultraderecha. Apenas movidas muy escuetas en la zona de América se le pueden anotar como ligeros triunfos; sobre todo en lo referente a su alianza con La Libertad Avanza de Javier Milei, cuyo triunfo en las elecciones legislativas le asegura a la Casa Blanca un aliado incondicional en uno de los países más grandes del hemisferio. Algo parecido a lo visto con China acaba de acontecer con Brasil, a cuyo presidente Trump solicitó para negociar el tema económico. Todo esto evidencia en el lenguaje geopolítico solo una cosa: la caída definitiva de la Pax Americana y del globalismo como único sistema de gobernanza y la necesidad de reconocimiento de un orden multipolar al cual los Estados Unidos no se pueden sustraer. La financiarización de la economía norteamericana y la debilidad del dólar frente a otras divisas en ascenso; la caída de la producción neta industrial con la desaparición de centros de poder como Detroit; la destrucción de la influencia comercial norteamericana en amplias zonas del mundo que ahora permanecen bajo el control de China; todo eso ha servido para darle un baño de realismo a Trump, quien no solo ha debido acatarlo, sino llevarlo a uso. 

Trump había prometido un nuevo orden mundial en el que se restaure el poder del comercio hacia los Estados Unidos. El excepcionalismo en la versión del mandatario se basaba en pivotar la economía a partir de ver el mercado norteamericano como un privilegio político y por ende el acceso a las reservas de dólar. Pero quizás esas medidas llegaron demasiado tarde, cuando la desindustrialización de los Estados Unidos lo hacía dependiente y débil hacia las importaciones. Los productos chinos no dejaron de entrar, sino que entraron y el costo de los aranceles se transfirió a los consumidores, con lo cual el fracaso en lo interno de las presiones geopolíticas de Trump ha sido evidente. Mayor exención a los productos extranjeros se transformó en un costo mayor para los norteamericanos, lo cual se tradujo en los millones de manifestantes en los llamados Días sin Reyes (No Kings Days). ¿Es el fin del excepcionalismo norteamericano y el inicio de su integración como nación no central, sino complementaria, del sistema mundo del comercio y del capital? Pareciera que con la era Trump se están enterrando los últimos vestigios de un poder del dólar que no va a llegar a la segunda mitad de este siglo, pero para eso habría que ver cómo se asumen las consecuencias en lo geopolítico. La gira por Asia de Trump también incluyó buena parte de las bases militares que están enclavadas en Japón en un claro gesto de hostilidad y recuerdo de que, en materia de armas, Estados Unidos sigue en pie y con el colimador en la frente de sus enemigos en la zona. 

La lectura que se hace de esta gira es, por una parte la de un presidente que se ve obligado a negociar, por otra, la de un mandatario belicista que en lo interno le recuerda al mundo que su último recurso para hacer su voluntad sigue en pie: las armas. La ecuanimidad mostrada por China y el gesto de las potencias de la región de seguirlo recibiendo; habla de que el mundo posee voluntad de continuar con el ritmo de crecimiento económico sin intereses militares de ninguna índole. China está construyendo un ejército que dentro de poco tiempo va a poseer la capacidad de superar al de los Estados Unidos, pero bajo una doctrina diferente y de disuasión. Beijing sabe que puede lograr sus objetivos globales desde el comercio y lo que le atañe es proteger el curso normal de los acontecimientos. A la alaraca de la Casa Blanca con respecto a Venezuela, por ejemplo, ha habido una respuesta de Moscú y Beijing firme, pero sin bulla, simplemente en la línea de un principio proporcional. Todo eso habla del fin del viejo orden norteamericano. 

Ahora bien, ese final no es como un punto y aparte, no funciona en la historia como un abrupto hiato, sino más bien como un proceso gradual, algo que se da paso a paso pero de forma inexorable. El politólogo Jeffrey Sachs ha dejado bien claro en los últimos análisis de su espacio en YouTube que se está en una época transicional, con puntos de contacto con la caída del Imperio Británico. Solo que el mundo ahora mismo no solo mudará de potencia, sino de paradigma de poder sociocultural. Desde la modernidad del siglo XIX se está en manos de los anglosajones y sionistas que dominaron las finanzas a partir del control de los activos en los bancos, pagando guerras y controlando la expansión de los imperios. El sistema de préstamos y de créditos del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial quedó bajo la tutela del FMI y con ello los países estaban a merced del viejo capital anglonorteamericano. Ahora todo eso se tambalea y se está imponiendo una nueva lógica basada en la innovación industrial y tecnológica, en el conocimiento, la educación y el acceso digital. Ese universo naciente está en Asia con sociedades de alto nivel de desarrollo en las cuales prima la estabilidad, incluso, el hecho de que no exista una alternancia de poder tan extrema como en las naciones occidentales ha ayudado a esos países a progresar. China, con el Partido Comunista ejerciendo un control directo de las empresas y fiscalizando a partir de planes el crecimiento, ha logrado niveles de evolución superiores a los Estados Unidos y a ninguna otra nación en la historia. Todo eso en tiempo récord. 

Las tesis liberales que están funcionando a nivel de propaganda en Occidente se estrellan contra la realidad de una geopolítica en la cual las nuevas potencias no están vinculadas al paradigma cultural de las naciones anglosajonas. Pareciera que un nuevo tipo de capitalismo, en relación dialéctica con la lucha de clases y la redistribución de la riqueza, está surgiendo en este cuarto de siglo. No se puede hablar estrictamente de socialismo, aunque esté declarado en las bases del Partido Comunista Chino, sino de economía de mercado mixta que basa su impulso en la inversión y la reinversión, en la coexistencia entre el Estado y los privados y en la fiscalización estricta de los activos, así como en la lucha contra la corrupción que es uno de los pilares de China. Todo eso, que es una realidad compleja, está funcionando en el nuevo mundo que surge y que Trump se niega a entender. Pero la realidad le da de bruces. Más que un presidente de un país en decadencia, pareciera un enterrador del propio orden que juró defender. No porque él quiera, sino porque lo obligan las circunstancias.

Aunque haya querido hacerse, el paralelismo con Churchill es impropio. Si bien el inglés intuyó y tuvo la certeza luego de la guerra de que el Imperio Británico había llegado a su fin; la estrategia de traspaso a los Estados Unidos de alguna manera sirvió para conservar en manos anglosajonas el poder financiero de la City y establecer un tándem con Nueva York como las dos capitales del mundo. Trump sabe que con China no existe tal acuerdo y que el traspaso es total, sin que haya un beneficio en la transferencia a los viejos poderes de Occidente. Con el cambio que se avizora en este siglo, partes de los Estados Unidos quedarán a merced de su propio peso económico, sin poder utilizar el valor artificial del dólar como contrapeso. Mientras que Estados como California poseen economía de naciones desarrolladas, otros como Kansas o Mississippi, pasarán a engrosar un novísimo tercer mundo anglosajón. Sin la visión especulativa mantenida a flote por el Tesoro de los Estados Unidos, la vieja potencia queda fragmentada, rota y sin poderse proyectar fuera de sus fronteras. En todas esas, en medio de la gira del presidente, el gobierno sigue cerrado porque no ha habido un acuerdo entre las bancadas en las cámaras para pagar salarios. Endeudados con China, los norteamericanos solo tienen una salida, la negociación y el acuerdo. Una cosa va con la otra y no se puede ver la cuestión internacional desligada de lo que está pasando en la economía doméstica con Trump. 

La transformación del mundo en otra cosa lleva procesos complejos que pueden rozar en lo violento. La preparación militar de China habla de que existe una conciencia de que los Estados Unidos pueden usar la fuerza llegado el momento. La disuasión asimétrica incluye no solo la compra de armas y el desarrollo de poder, sino el posicionamiento geopolítico de actores. El ascenso de Corea del Norte como un interlocutor hacia los propios norteamericanos establece un punto de giro en la región de Asia y extiende la trama internacional hacia otros derroteros. Ya no solo se trata de China y Viet Nam, sino que otro país socialista es capaz de sentar a la Casa Blanca a negociar. Y punto a punto, el poder hegemónico se va diluyendo hasta no ser lo que habitualmente era. Si bien Trump ha tenido que negociar, Estados Unidos apuesta por las elecciones de medio término para llevar adelante quizás una agenda más radical en materia de economía doméstica y de presión a los países del hemisferio. Lo que antes era una proyección global está centrándose en el área, sin embargo, tanto China como Rusia poseen importantes activos en América y la jugada de la Casa Blanca no cuenta con la impunidad de antaño. 

¿En qué puede terminar el proyecto de poder MAGA? La caída de la izquierda en países como Bolivia, la deriva quizás irrecuperable de Argentina hacia la extrema derecha, así como la atomización de los gobiernos progresistas; son algunas de las victorias que la agenda conservadora puede anotarse. La presión ejercida en lo militar hacia pequeños países en el Caribe y por ende la lucha contra proyectos soberanos como el CARICOM; son escaramuzas que los Estados Unidos libran en una arena en la cual ya no son la superpotencia incontestable. Con un cierre interno de su gobierno, un escándalo sexual a todas las luces con lo de la lista de Epstein y las protestas masivas de los opositores; Trump no la tiene fácil para llevar adelante su proyecto. El maguismo, que parecía imparable, depende en buena medida del clan de los Trump y de las figuras del ala ultra del Partido Republicano. Si no aprovechan este momento, quizás sea la última oportunidad para llevar adelante una agenda tan radical que une el racismo, con la geopolítica imperialista. 

En todo caso, la oposición demócrata no está articulada en un proyecto visible. La ira de las masas no se ha capitalizado, en parte porque el poder burgués de dicho partido no está interesado tampoco en una solución a los problemas de las mayorías, sino que los usa como parte del juego electoral. Eso explica la carencia de alternativas hacia el interior de la clase política norteamericana. Ante la caída previsible del maguismo se avizora una crisis de poder, un vacío que será quizás llenado con más fascismo y con ideologías chatarra emanadas de la rabia, la desazón, la crisis y la falta de horizonte de la clase trabajadora y media devenidas menos. 

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