Comejenes en la memoria

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Comejenes en la memoria
Fecha de publicación: 
12 Noviembre 2021
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Hay una corredera inusual. La propaganda yanqui contra Cuba, la de la CIA, la USAID, la de los “tanques pensantes” del imperio, y la de sus repetidores robotizados dentro y fuera de la isla, está tratando con visible desespero de corroer mentes y de borrar la memoria popular.

La campaña anticubana de la potencia más poderosa de la historia está diseñada para justificar su vieja y tantas veces maquillada política de acabar –ahora sí (una vez más la misma cantaleta)- con el ejemplo de la Revolución cubana. Pero…

Había una vez, hace tan poco tiempo…

Allá por el año 2016 en Cuba se vivía nuevamente con cierta holgura. El país seguía bloqueado, con miles de problemas y soluciones pendientes, pero avanzaba sin mayores sobresaltos hacia el futuro tantas veces pospuesto. Se abría al mundo como años antes había aconsejado aquel Papa peregrino, quien intuyó en 1998 –y no por mandato divino- que el camino para la salvación de la ínsula comunista pasaba por un vía crucis suave… directo al capitalismo.

La política más pragmática de Barack Obama, aquel presidente yanqui de aspecto poco anglosajón, hacía pensar que al fin el mundo –siempre tan presto a contentar a Washington– se abriría definitivamente a Cuba. El ganador a bombazo limpio del Nobel de la Paz también apostó por cambiar el régimen cubano con métodos distintos a sus antecesores: sonrisa, pelota y dominó. Y, como Juan Pablo II, el “hermano Obama” se comportó casi con el mismo respeto que recibió.

De paseo por La Habana colonial y por la ciudad nueva (la de los años 50 y no otra) Barack el listo convidó a los cubanos a olvidarse de la historia, y se marchó convencido del éxito rotundo de su enfoque renovador.

Y su hábil política de la zanahoria surtió un efecto extraño en cierto sector de la población acostumbrado por años a recibir solo  golpes desde el norte revuelto y brutal.

Ciertamente, durante la era Obama, sobre todo durante su segundo período presidencial, cuando bajó el nivel de tensiones, amenazas y agresiones contra Cuba, la gente en el archipiélago comenzó a vivir un poco mejor. El gobierno cubano, sin la soga del bloqueo tan apretada al cuello, pudo disponer de más recursos para el acelerar bienestar de la nación.

Las ciudades y pueblos comenzaron a mostrar rostros más lindos y alegres. Iban y venían los turistas, los aviones, los estudiantes, los cruceros, los académicos, los americanos, los contenedores, los yates, los deportistas, los artistas, los negociantes, los espías y hasta las esperanzas. Los pequeños negocios privados y familiares despegaban viento en popa, y no pocos emigrados cubanos invertían cariñosa y disimuladamente en ellos.

Las empresas mixtas y otras con capital totalmente extranjero, con la supuesta venia de Washington, apostaban nuevamente por Cuba. El gobierno revolucionario realizaba ajustes a sus legislaciones para el comercio exterior y la inversión extranjera; ejecutaba proyectos millonarios, lo mismo en los cayos paradisíacos que en los barrios más desfavorecidos del país; trabajaba una nueva Constitución. Y en tanto dejaba hacer.

El transporte se movía, aunque el bloqueo a los barcos con petróleo desde Venezuela –algo que el señor Obama no pudo o no quiso evitar- puso un par de veces a hacer colas en las gasolineras y detuvo temporalmente una parte de los ómnibus en las terminales. Pero surgieron nuevas alternativas nacionales y el país no se paralizó y no se apagó.

Los actores de los repartos

Era común y daba alegría ver a aquellos paisanos de menos recursos luchar con ahínco por prosperar en lo personal y lo familiar. Muchos emigraron desde el campo y se instalaron como pudieron en las grandes ciudades, fundamentalmente en La Habana. Iban y venían haciendo de todo: sudaban sus camisetas dando pedal en los bici-taxi, acelerones a los ruidosos y humeantes almendrones americanos, de día y de noche, cuadra por cuadra, dólar tras peso; trabajaban duro en los restaurantes (paladares), las cafeterías, los talleres, las tiendas, los timbiriches y en otros muchos negocios privados; limpiaban casas, carros; cuidaban niños, perros, ancianos y enfermos; servían con humildad, ganaban su dinero abierta o solapadamente, y de cierta manera eran útiles a la sociedad y a los patrones del incipiente “capitalismo” cubano. Todos parecían mejorar en aquel (aún nada lejano) entonces.

Convivían también, y nada mal, los de su otra “lucha”, los arriesgados y exitosos agentes de cualquier negocio ilegal o sucio. Se hicieron expertos en llevar a los turistas a comprar “obras de arte” o tabacos falsos que producían o trapichaban sus amigos. Aprendices de inglés y ruso a la carrera, sonrisas hábiles para convencer a los visitantes a comer langostas mustias en los coloridos paladares sin letrero a la entrada; y a hospedarse en los pintorescos hostales de sus otros amigos, pasillo interior, a puro ventilador, sin agua caliente, y sin pagar impuestos, pero para ellos la comisión primero y la gritería después.

Pululaban en las calles al unísono los guías de turismo por cuenta propia, conocedores de una historia patria sin fechas y sin lugares ciertos, quienes compartían paseos y espacios con los alegres músicos que cada noche, sin do ni son, recorrían las ciudades e improvisaban lo mismo una ranchera, un “Chanchán”, que un “Hasta siempre Comandante” bailable y de improvisada letra. Arte para cualquier gusto y tendencia política. Todo bien, todos bien.

Cuba era un paraíso para los visitantes extranjeros, muchos de los cuales venían a disfrutar lo que avizoraban como la decadencia y caída del último bastión comunista.

Estrellas viajeras y estrellas fugaces

Otro grupo muy selecto de cubanos –algunos de los cuales eran considerados buenos candidatos para contribuir al tránsito hacia un futuro que saltase por encima de las estrechas fronteras geográficas y socio-políticas del país- recibían gratis sus pasajes en las naves del permanente ir y venir.

Conocimientos y experiencias adquiridos en las aulas y en sus trabajos de la Revolución eran intercambiados por atractivos estipendios y honorarios en becas, cursos y eventos académicos en el extranjero. Se trataba de una buena manera de prosperar y adquirir nuevas sapiencias, útiles a sus alumnos y a las instituciones en Cuba. Un camino lícito bien aprovechado por esa minoría que sorteó prejuicios y hasta absurdas prohibiciones internas, y voló con alas propias hacia una vida más próspera. Les cabe el mérito de haber sabido cómo hacerlo una y otra vez, hasta hoy.

Pero… tras ellos, y supuestamente a su imagen y semejanza, sana de cuerpo y de mente despreocupada, nació y creció otra generación privilegiada: la de los astro-cibernautas. Graduados universitarios –que muy bien dominaban idiomas y las redes sociales- apenas ponían un pie como profesionales allí donde debieron y pudieron ser más útiles a su pueblo, y ya se marchaban abierta o solapadamente, en cuerpo y/o en alma, del planeta Revolución que los había formado.

Muchos desde sus computadoras, celulares y conexiones estatales “lucharon” igualmente becas, concursos e intercambios de neuronas, que los poderosos de este mundo ofrecen a los cerebros escogidos en ciertos “oscuros rincones del planeta”, con el objetivo de robarlos o de pasarlos por el filtro de la purificación ideológica.

Otro puñado de artistas incipientes, graduados de distintos niveles, algunos realmente talentosos, pero sin obra grande, ni larga dedicación o sacrificio, se convirtieron en adelantados ganadores de premios y dineros nacionales e internacionales, y recibieron muy tempranamente libre acceso a muestras, galerías, becas y escenarios foráneos, y boletos de ida y vuelta, aunque algunos solo usaron el de ida.

A su sombra, también ávidos de viajes expeditos a las nebulosas del mejor dividendo, se sumaron no pocos mediocres de alma e ilustración, para formar una tripulación bastante surrealista, que intentaba levantar el vuelo en lo que sería la última co-producción “Barack and company”, con poco de ciencia y mucho de ficción.

Lo cierto es que en aquella Cuba de hace tan solo unos cinco años, no más, las estrellas y actores de reparto convivían en una especie de armonía ficticia con el resto de sus coterráneos y coetáneos, la “plebe” de obreros, campesinos, estudiantes, dirigentes, deportistas militares, científicos, y también de excelentes profesionales, artistas, e intelectuales consagrados a la patria… que constituyen la inmensa mayoría del pueblo cubano, los que son la regla, no su excepción.

Más allá de que este otro ajiaco merece una y mil ampliaciones con el microscopio alerta de la historia, la Cuba idílica de la era Obama era una bocanada de aire fresco para los cubanos. Nadie tuvo tiempo de mirar hacia las nubes y descubrir que se trataba de la calma antes de la tempestad.

El mediodía del viernes 20 de enero de 2017 cayó el meteorito Donald Trump sobre la casa Blanca, y todo se fue a bolina, en Washington y también en La Habana. La política de la zanahoria terminó a garrotazo limpio, cuando la nueva zanahoria-presidente dio, uno tras otro, más de 243 golpes a la cabeza del pueblo cubano.

Sin pedir permiso ni perdón, cayó el telón, se apagaron las pantallas, se cerraron los contratos y se oscurecieron las esperanzas. Las estrellas fugaces perdieron su brillo y su reflejo en el mar; los actores de reparto quedaron a la deriva tras sus tristes bambalinas. Unos y otros atrapados en la misma película ya sin ciencia y sin ficción, cautivos de aquel desatinado guión lleno de puntos suspensivos en mismo el lugar donde debía aparecer, más temprano que tarde, el consabido letrero de FIN…

Epílogo con preguntas capciosas y una sola respuesta

¿De veras no sucedió nada así en Cuba hace tan poco tiempo? ¿Acaso durante los ocho años del presidente Obama cada uno de estos personajes no ejerció y hasta abusó libremente de sus derechos humanos, ciudadanos, civiles, o cómo quiera llamárseles, todo con la venia de la supuesta “dictadura cubana”?

¿Quiénes y con qué objetivos se han dedicado a sembrar con tanta dedicación, en los últimos tiempos, comejenes en las atolondradas memorias de las estrellas y los actores de reparto, y también de algún que otro “espectador pasivo” dentro de la dura realidad de la isla?

¿Por qué se apuran y se desesperan ahora por seguir echando toda la tierra posible a la historia reciente del pueblo cubano?

La respuesta es la misma que se repite a intervalos cíclicos cada vez que los “tanques pensantes” del gobierno norteamericano y sus agencias, y de los poderes ocultos del imperialismo, creen avizorar el final de la Revolución cubana. Y lanzan nuevamente a los buitres por carroña.

Se extreman demasiado en su afán de empujar definitivamente por el barranco del olvido el símbolo que más les duele. Se desbocan por tachar para siempre el proyecto emancipador único, que convirtió a la pequeña isla rebelde y socialista del Caribe en un país más justo, más tranquilo, más sano y más estable, que la casi totalidad de las naciones de este mundo.

Prohibido olvidar. Hace muy poco tiempo, antes del meteorito Trump y la pandemia, con su socialismo como obra imperfecta en tanto humana, Cuba era casi un vacilón.

 

Comentarios

Sucedió, es cierto, y también por eso, la reversión. Los traficantes del odio y del dolor no pueden permitirse una relación aunque sea mínimamente normal entre Cuba y el vecino poderoso, mucho menos una Cuba próspera. ¿De qué va a vivir el lengüino sin su pagador de insidias?¿Cómo mantener mansiones y ranchos si no es a costa del enredo, la descalificación, los odios y las divisiones? ¿Cómo convertir a la víctima en victimario si no es ahondando en el sufrimiento de la familia cubana? Sucedió y el después, también, y no solo por el molesto asomo de un posible "vacilón", que nuestra tierra bendita solo necesita una brisa fresca para que la belleza florezca; pero ahí está la trampa. No podemos ser un pueblo de hojas que danza al viento; sino tronco y raíz afincada a la tierra que alimenta. El subdesarrollo no es solo carencia de recursos, sino también de miradas profundas. Tenemos que ser más nosotros mismos y menos el azar. Ese será siempre escudo y bandera de independencia para soberanías reales. Demos curso al talento cubano que ruge por crecer en el humanismo sembrado en nuestra tierra, que este tiempo doloroso también nos ha mostrado de lo que somos capaces. Sobrevivir en medio de un feroz bloqueo, valida lo que sustenta nuestra razón y coloca en perspectiva lo que se precisa cambiar. Sepamos aprovechar enseñanzas y oportunidades. Un país que en su más terrible momento creó vacunas para salvar a su población, puede alcanzar todo lo que se proponga. No somos la triste figura del caimán que dormita a merced de las azules aguas del Caribe. Somos llave y luz de lo posible. Trabajemos e invirtamos con realismo y venceremos siempre. ¡Viva Cuba!
mcarreras54@gmail.com

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