¡Creceremos!

(Y a pesar del otoño… Amaury Pérez Vidal)

Quieres pensar, necesitas creer, y crees que se trata solo de un mal otoño. En Cuba, paraíso tropical, casi no se aprecian los otoños. Es esa temporada del año cuando en los países fríos palidece el verano, caen las hojas de los árboles, llueve con mucha frecuencia, y todo se une, el fango, la suciedad y las nostalgias. Miras a la calle detrás del cristal de la ventana, y quieres regresar a la cama, y dormir como los osos hasta el próximo verano.

Pero hay también belleza en el otoño, cuando se asoma alegre y tímido el último rayito de sol. Entonces caminas despacio sobre la alfombra de hojas amarillas. Esperas, porque sabes que está al caer la primera nevada, y, como aquel barredor de tristezas, va a llevarse lo sucio y a dejar el querube…

Ha sido este –lo es aún- un otoño demasiado largo para los cubanos. La partida de Fidel, aquel sol que llegamos a pensar eterno. Y los cambios, siempre los cambios, uno piensa, quiere creer, que para bien, necesarios, dialécticos, tal vez imprescindibles… Y con ellos el peligro (¡Máximo!) de pasarse o no llegar; el peligro de tropezar en el intento. Caerse. Y volver a levantarse, una y otra vez. Volver a intentarlo. No hay de otra. ¡Hay que seguir!

Muchas veces patinas, pero te sostienes, porque aprendiste a desandar los caminos más resbaladizos con tus botas de combate. Pero a veces te empujan. Cuántos empeños por lanzar a Cuba al abismo del desconcierto. Cuánto cruel dispuesto por ello a arrancarte de un tajo el corazón con el que vives y luchas. Cuánto odio abierto, impúdico frente a cámaras, micrófonos y teclados, cuánto falso amor disfrazado de paternalismo imperial, o de fútil maternalismo desde la fría Europa. Viejos y nuevos promotores del abrazo de la muerte.

Y tú aún con deseos de cultivar la rosa blanca, pero dispuesto a morir de cara al sol, como el Apóstol, con el revólver en la mano y de pie sobre el estribo de tu corcel alado, ángel en frenesí.

Te cansas, a veces te cansas un poco. O te cansan algunos cansados de aquí. Aquellos que una vez fueron destello y hoy han oscurecido por dentro. Caramba, estuvieron en tu trinchera y compartiste con ellos la última gota de la cantimplora. Mas, hoy prefieren tomarse solos el vino de la ingratitud. Esos sí se cansaron. Pero no se van, se quedan. Parecerían dispuestos a pisar, con sus zapatos nuevos de dudosa marca, tu decisión de persistir. No van a poder. No los vas a dejar. Porque tú te reafirmas cada día como revolucionario cubano, soldado de filas de Fidel, de Raúl y del hermano Miguel.

Entonces te vuelves a crecer, te levantas, dejas la ventana de la nostalgia y ves el cielo azul de esta mañana. Miras a tu lado, lees los muchísimos, miles de mensajes amigos, y compruebas que no estás solo. Que tu ejército de revolucionarios no está vencido, que muchos jóvenes se unen a él, porque creen en las ideas (ideas que a veces, sin saberlo, les transmitiste en una simple charla una noche de apagón, o durante una trovada en la casita de Martí un 28 de enero a las 12 y un minuto de la madrugada), y ellos deciden convertirlas en hechos, porque necesitan sus propias hazañas, porque aún quieren creer en el arroyo de la sierra y en la cálida gota de agua compartida en la trinchera de su-nuestra Revolución.

¡Vamos a andar! Qué nos muevan las canciones de la buena trova. Qué nos mueva el ejemplo de los mártires de la Patria, esos que no nos dejaremos arrebatar. Qué nos muevan los jóvenes campesinos y agrónomos de la sierra invencible y de la escalinata irredenta, de las llanuras del Camagüey y de la Universidad de Oriente, qué nos muevan los moncadistas del Mayabeque y los guerrilleros guevarianos de Santa Clara, los muchachos y muchachas de la CUJAE y los del ISA… Los de San Antonio a Maisí.

Que nos muevan los nietos de Fidel y los descendientes directos del alma de Martí, todos aquellos que portan en rojo, negro, blanco y azul el pasaporte orgulloso de los patriotas cubanos.

A pesar del otoño: ¡¡¡ Creceremos!!!