El Club Antiglobalista: La guerra de los mundos y el inicio de un nuevo orden

El Club Antiglobalista: La guerra de los mundos y el inicio de un nuevo orden
Fecha de publicación: 
21 Junio 2022
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Luego de varios años de pandemia global el mundo no ha sido el mismo. La Pax Americana que se declaró en 1991 con el predominio del globalismo neoliberal y de la agenda de Occidente comenzó a ser cuestionada con dureza. ¿Vale la pena seguir los dogmas emanados del mundo euronorteamericano, cuando obviamente mucha manipulación y censura hubo en todo momento en torno a los orígenes, antídotos y tratamiento del coronavirus? Las naciones históricamente fuertes, los antiguos imperios que poseen una proyección global, vienen resurgiendo y se ha creado una dimensión geopolítica en la zona euroasiática. El filósofo Alexander Dugin habla de una ideología multipolar que se está gestando en el Oriente, la cual es contestataria de Occidente y de su tiranía nefasta. Porque no solo se trata de armas, sino acerca de qué visión de los hechos se impone, qué relato se expande y se hace hegemónico. 

En San Petersburgo acaba de hacerse un Foro Económico con importantes empresarios de todas las ramas y las procedencias. Rusia está sustituyendo cada una de las firmas occidentales con marcas euroasiáticas. China habla de la necesidad de una autosuficiencia militar que sirva como disuasión a la OTAN. Las civilizaciones antiguas como Irán o el mundo islámico e hindú comparten con Moscú y Beijing un sistema de alianzas y tratados que tienen el desarrollo económico como base. Putin habló en el Foro acerca de la economía real, la que produce, en contraposición a Occidente y el capital especulativo ficticio que tiene sumido al mundo en un caos debido al constante riesgo que solo beneficia a un grupo exiguo de magnates. La pelea entre Occidente y Oriente es, entre otras cosas, una entre la economía irreal de Wall Street por mantener el dólar y la economía real de China para establecer un nuevo orden en torno a la productividad, el mercado y la competencia. Quienes creen que el lento proceso de la guerra en Ucrania significa una victoria de la OTAN, obvian que Rusia ya logró su cometido: debilitar el partido pro occidental que estaba en el poder y que pedía armas atómicas contra Moscú. Por mucho que Zelensky siga saliendo en los parlamentos y en los shows televisivos, nadie puede decir que Kiev esté en condiciones de continuar con su plan de rearme y de agresividad contra Moscú. Por lo cual dicha guerra debe verse como un escenario más en la confrontación global entre los dos polos. 

Y es que quien ha hecho que estas tensiones suban es el propio Washington, negado como está a la debacle de los Estados Unidos como imperio global, luego de que la propia política exterior expansionista y el globalismo destruyeran su economía. Porque no solo se trató de gastos enormes en el presupuesto militar, sino de la fuga de empresas hacia sitios con mayores y mejores ofertas de negocios, lo cual desindustrializó buena parte de lo que había sido el poderío norteamericano. La Casa Blanca ha sido víctima de su propia política extractiva, que no crea sino que roba e impone la dictadura de la moneda única global para crear un ficticio mercado de valores. Pero el castillo de naipes puede derribarse y el mundo multipolar está surgiendo día tras día, llevado por la necesidad de hacer negocios, de que las empresas sean rentables y de que la soberanía de los pueblos no sea pisoteada por la agenda de un grupo de magnates. 

¿Cómo Occidente ha tratado de frenar el final del globalismo? Con guerra cultural, con injerencia en las políticas públicas de las naciones, con el fortalecimiento de enfoques ideológicos dirigidos a desmantelar los tejidos sociales. Ideas radicales contra la familia, la humanidad y la reproducción. Imposiciones que niegan datos empíricos y abogan por discursos de odio que rayan en el fascismo. Así es como los medios venden, por ejemplo, la hitlerización de Putin, la cancelación de la cultura rusa o el miedo a China. La guerra que se realiza es de orden mental y tiene una incidencia en los comportamientos y los impulsos de las personas, en los gustos y los juicios de valor. El peso de estas operaciones es tan importante como lo que ocurre en el teatro real de una guerra. Por ello es que se dice que la tercera conflagración mundial ya está teniendo lugar y es un conflicto asimétrico que incluye el choque en terceros países de forma indirecta, así como la pugna entre entornos mediáticos y mensajes culturales divergentes. El bloqueo mutuo de entidades culturales, incluyendo el idioma, es solo una forma en la cual el mundo está atravesando su redefinición, su reparto. ¿Cuánto de riesgoso hay en una guerra así? Pues si se pasa a las armas, Rusia y la OTAN tienen poder para destrucción mutua. La ecuación no es que le guste a muchos, pero la escalada de tensiones no para. 

El mundo puede esperar, de parte de Moscú, un eurasianismo que será beneficioso en tanto alternativo al globalismo, al despojo y a la aplicación de fórmulas de aculturización que esclavizan a los pueblos y abogan por la disminución demográfica y el subdesarrollo. De parte de Washington solo hay que esperar un pataleteo de moribundo que se niega a perder y que introducirá su fuerza anglosajona en cuanto escenario exista. El fundamentalismo occidental irá in crescendo en las próximas décadas y ello lo torna muy peligroso e impredecible. Los tambores del uso de armas atómicas han estado sonando, cuando se conoce que no conducen a ninguna parte. Tal parece que hay quien quiere ahogar el nuevo mundo y con esa catástrofe llevarnos a la muerte a todos. Pudiera parecer ilógico, pero la historia nunca tuvo otra lógica que la muerte, el egoísmo y el despojo al precio que fuera. Bajo ese lente, poco hay que esperar de los amos del mundo. 

Tras el Foro de San Petersburgo la prensa occidental salió a decir que es mentira que Estados Unidos vaya a decaer y que, por el contrario, existe ya una victoria palpable del lado ucraniano. Esto último como prueba de que Rusia no representa un proyecto viable de orden global. La imagen que los medios imponen sobre Moscú es la de un país atrasado, totalitario, con unas fuerzas armadas obsoletas y con un líder a punto de la muerte, ya que se riegan rumores sobre un cáncer en Putin. Todo forma parte del mismo proceso, de la misma lógica de la guerra cultural. El Foro en Rusia es un reto al globalismo y un espacio necesario para confrontar visiones hacia una manera multipolar de gobernanza. La humanidad no ha hallado aun el antídoto para la tragedia civilizatoria que atraviesa, pero sin dudas tener en cuenta todas las visiones y no ser solo globalistas occidentales puede ayudar mucho. Dugin sostiene, de hecho, que la hegemonía de Estados Unidos es hoy un espejismo débil, al no estar regida por una economía real, sino por la dependencia ficticia hacia un mercado de valores basado en el dólar. Ello coloca al mundo a solo un paso de la transición hacia la multipolaridad. Lo que no sabemos es el costo que pueda tener en términos de paz. ¿Aceptarán los organismos internacionales el liderazgo de otras civilizaciones o seguirán ancladas al puntal anglosajón y defendiendo por ende dicha visión del derecho, de la política y de la cultura?

Si la política internacional solo depende de un cambio de voluntades, las cosas correrán más rápido de lo esperado. Las sanciones a Rusia aíslan a Occidente y dañan el tejido del globalismo que había incorporado a Eurasia desde 1991 a la dependencia del dólar. Por ende se puede decir que las propias hostilidades declaradas por Biden y por Occidente han dinamitado el viejo orden globalista. El mundo unipolar muere en la medida en que la respuesta a la decadencia de la Casa Blanca es la guerra contra otras naciones igual de poderosas, porque simplemente el sistema de tratados internacionales ya no constituye un consenso a través del cual llegar a acuerdos. Y la humanidad recuerda qué pasó en 1939 con la Sociedad de Naciones y cómo su propia ineficacia desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Si el globalismo fuera poderoso, debería bastar con el sistema monetario, con los tratados y los organismos internacionales para mantenerlo. Pero como es un orden que no tiene base, ocurren las conmociones que se están viendo. 

El gran peligro es que los viejos conflictos heredados de la anterior guerra fría están latentes y pueden estallar en la actual guerra fría. Para nadie son secretos los miramientos entre China y Taiwán, entre las dos coreas, entre Israel e Irán, etc. Todos esos polvorines son potenciales detonantes, como lo fuera en 1914 el diferendo ente Serbia y el Imperio Austrohúngaro. La pólvora está regada en todo el campo y el ambiente sigue caldeado. El belicismo de Estados Unidos nada resuelve, pero se impulsa desde que Biden está al mando. Ucrania recibe armas que mantienen viva la llama de una guerra que ya debería acabarse y ello es una muestra de la falta de voluntad de los globalistas para resolver su decadencia sin que medien el dolor y la muerte. 

La pandemia debió servirle a la humanidad de lección sobre lo mucho que necesitamos la paz, pero solo desencadenó la guerra. Un enfrentamiento que, lejos de ser solo cultural, apunta hacia el cataclismo atómico. El alarmismo en torno a estos hechos no es banal, sino que responde a preocupaciones reales sobre la irracionalidad de quienes deciden estos asuntos. Por lo pronto existe un mundo multipolar que nace y de cuyo futuro depende lo que seremos como especie. Hay una transición en el aire, no solo la que proponen los del Foro de Davos, la del invierno demográfico, el control natal, la guerra contra la familia y la destrucción de la identidad humana, sino la del eurasianismo, la de las civilizaciones antiguas y su resurgir, la de la economía real, la del multipolarismo. Esta puja entre dos mundos podrá ser muy dañina pero resulta inevitable, riesgosa, vital. El entorno en el cual nos movemos se hace irrespirable por decadente y requiere de un rediseño que vaya a los orígenes de la humanidad y retome sus enseñanzas. Es el conservadurismo utilitario del que habla Dugin, ese que rescata la tradición, porque negarla sería estúpido, carente de lógica y, sobre todo, suicida. 

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