¡Venga la esperanza!
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Foto Roberto Chile
Este viernes, en la Escalinata, vivimos un concierto para la esperanza y resultó que justamente terminamos pidiendo a viva voz que venga de 40 o de 2000. Lo pedimos cantando un tema de toda la vida: Venga la esperanza, pero ella estuvo allí desde muy temprano, incluso antes de que los primeros jóvenes llegaran la Colina universitaria: cuando decidieron asistir, cuando sorprendieron a sus padres con un plan que parecía para la nostalgia y era, en cambio, para el optimismo.
Silvio nos dio lo que esperábamos y más. Miro al presente con ojo crítico, pero, sobre todo, con el humanismo que aprendió de Martí. Él le puso alas de colibrí a las palabras sempiternas del Apóstol y yo pequeña, empinándome sobre la multitud cerré los ojos y vi un cuadro de Rancaño revoloteando sobre la patria que éramos en aquel trocito insigne de La Habana donde todo ha nacido: la rebeldía, el arte, la justicia, los saberes y los amores, todo lo que podría, puede, tendrá que salvarnos.
Créeme sonó a confirmación de la amistad perdurable, de la creación como lazo, otra vez Martí: la muerte no es verdad. Luego de Vicente, en las voces de Silvio y Malva cantaron Nicola y Pablo. Un muchacho de cabello largo al lado mío expresó: ¡los fundadores! Los jóvenes escuchan mucho más de lo que imaginamos ¡qué alivio en medio de tanta bulla sorda en estos días!
Tarareamos las nuevas canciones y las guardamos como tareas pendientes. Hay una que conocía a retazos: Nuestro después. Me la enseñó mi hija. ¡Qué suerte de mago este que nos permite intercambiar canciones con nuestros hijos!
Confieso, no obstante, que esperé ansiosa las imperecederas: Escaramujo, Ángel para un Final, Quién Fuera, Eva, esa que se estrenó cuando yo tenía apenas 5 años y todavía la necesitamos.
Halt, de Wichy el Rojo y Malva arropando a su padre con un kufiya solidario, parecían el preludio de un nuevo tema dedicado a la causa más urgente: Palestina. Pero no, no era nuevo, Silvio es tan grande que ya lo había advertido: la era está pariendo un corazón y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir.
En la escalinata repleta se cantó para todos y todas, cada quien tuvo su momento de llorar, descubrir, recordar. Vi parejas besarse apasionadamente, hasta el alma; gente llamando por video a sus seres queridos para regalarles un pedacito de la vivencia; había banderas y trozos de poesía en telas, cartulinas, pulóvers..., estuvo la foto de Pepín el obrero en la pantalla grande del escenario, pero cualquier símbolo se hizo pequeño ante el coro multiplicado del tema que Silvio escogió para cerrar el concierto: ¡yo me muero como viví!
Como todo lo bueno, sabíamos que nadie querría despedirse, ni el cantor, ni su público, y de otra en otra llegaron Ojalá, La Maza, una guaracha de la que me ya me había aprendido el estribillo: "cualquiera que nace en Cuba, puede llamarse cubano, aunque le guste la uva más que el plátano manzano"...
Por último: ¡Venga la esperanza! Desde la foto que nos hizo en el instante mismo en que subió al escenario, Silvio sabía que estaba retratando la esperanza. Los mortales lo descubrimos poco a poco y, aunque las maravillas vendrán algo lentas, salimos de la Universidad convencidos de seguir aferrados a ella, a la esperanza, de cualquier color, que sin esperanza ¿dónde va el amor?
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