Foto, luego existo

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Foto, luego existo
Fecha de publicación: 
11 Octubre 2025
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Imagen principal: 

Imagen tomada de https://www.xatakafoto.com

Una tendencia que observo hace un tiempo y no parece mermar es la obsesión por documentar cada aspecto, suceso trascendente o no de cuanto ocurre para publicarlo en redes sociales de forma determinada, o para guardar en galería, cuando menos.

Y está bien construir las memorias con fotografías porque es lo que nos queda con los años y son importantes. Pero me refiero a ese fenómeno casi  maniático que nos distancia del disfrute pleno porque se está demasiado pendiente de captar cada momento cuando considero que dejarse llevar es, en realidad, lo vital, ya, si acaso, sacar una foto luego sin interrumpir la magia.

Pareciera que la vida es un escenario y que tal comportamiento es una epidemia bastante extendida. Por eso es común ver a un grupo de personas todas con sus teléfonos en mano enfocando un objetivo y ni siquiera socializan entre ellos más que con sus pantallas.

Debería ser pecado privarse de la experiencia directa cuando sea suplantada por la urgencia de congelar el instante para una audiencia virtual. ¿De dónde proviene esta conducta? ¿Por qué tantas personas atadas al “me gusta”? ¿Será que todas necesitan mostrarse ante los demás por aquel  mecanismo psicológico ancestral de validación social ahora a mayor escala?

Las redes sociales hipertrofiaron este impulso e hicieron que fuera cuantificable y de ahí la competencia de muchos y sus nociones de “aceptación”. La autoestima es completamente depositada en “vistos”, “me gusta”, comentarios y compartidos. Es por eso que tantas personas suben contenido personal con constancia, así tengan que inventárselo.

Claro que no será así para todos. No obstante, por el motivo que sea de los tantos que hay, el hecho es que muchas personas emplean gran cantidad de tiempo en inmortalizar instantes y entonces la vida deja de ser vivida para ser representada.

Esto tiene un impacto. Es posible que las experiencias no sean tan disfrutadas si estamos pendientes del mejor ángulo, la luz y todo lo demás al hacer una fotografía, que muchas veces se convierte en una sesión eterna para escoger si acaso una, la mejor, porque “la imagen pública debe ser perfecta”. Sí, los seguidores son crueles y no perdonan ningún detalle que se escape.

Por tanto, una salida, un encuentro, el contexto que sea bajo esas condiciones no puede ser espontáneo si sobre el goce se impone la construcción de una supuesta vivencia para mostrar. La mente estará ocupada en esa tarea de representación, por tanto, el instante se ve fragmentado por esa prioridad de simulacro y atrás queda lo sensorial y emocional.

A veces todo pasa porque se cree que si no se captura, no existe. Esto nos dice la era digital. De ahí la ansiedad por, además, publicar y demostrar que se tiene una vida interesante. Esto genera demasiada presión e imposibilita desaparecer del radar social. Sin embargo, ofrece una identidad distorsionada, fabricada o editada, y en ese camino se priva de vivir, se cultiva una doble existencia con dosis de despersonalización, baja autoestima o variable según las reacciones, dependencia, insatisfacción y en caso extremo, depresión.

Hacer fotos y publicarlas no está mal. Abstenerse de las redes sociales no es la respuesta a todos los males. Es el uso que le damos por sobre las experiencias de vida of line. Estaría bien desconectar de ellas para reconectar con los sentidos a través del entorno, los amigos, la familia, las personas que nos rodean; es librarse de las pantallas y poder disfrutar de una exposición lo mismo que de un paseo campestre sin la angustia de tenerlo que informar y medir cómo es recibido.

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