¿Existe la bondad?
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¿Las personas somos buenas por naturaleza? ¿La bondad es inherente al ser humano o es un concepto inventado que quisiéramos, pero no existe? Es una idea que me ronda. Y aunque quiero ser optimista, casi todo el tiempo me respondo que nacemos egoístas y, a veces, es el medio el que nos moldea y aprendemos —o nos forzamos— a ser bondadosos porque "es lo que está bien".
Es lo que concluyo cuando interiorizo cómo va este mundo cada vez más competitivo e individualista, cuando veo las noticias sobre la cantidad de personas que sufren por guerras, cuando en mi entorno cercano un médico no trata bien a su paciente, cuando el bodeguero —a su favor— no pesa bien el arroz de quien le compra, cuando un funcionario entorpece un trámite porque espera un regalo, cuando alguien desea el mal porque siente envidia; y tantos ejemplos más por todas partes y de menor hasta la peor escala.
¿Cómo se justifica el fanatismo de un Adolf Hitler, y todos sus seguidores, quienes mataron a millones de personas durante el Holocausto? ¿Cómo hay tanta gente sádica, ladrones, violadores, asesinos? ¿A todos ellos les falta un tornillo; todos están traumados, enfermos nivel sociópatas? Creo que, a pesar de las condiciones, cada persona tiene la potestad para ser bueno o malo.
Niños judíos huérfanos y presos durante el Holocausto
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Sin embargo, un poco de esperanza me llega cuando veo a un bebé —que nada de tiempo tiene de haber aprendido lo que está bien y lo que no— compartiendo su comida o tratando de consolar a alguien. Ese mismo niño, a medida que crezca, comprenderá lo que consideramos bien o mal, y elegirá su comportamiento.
En un entorno despiadado como en el que vivimos, donde tantas personas mueren pudiendo ser salvadas por pequeños gestos de otras, preferir ser bondadoso es un acto revolucionario. Afortunadamente no se encuentra en extinción porque hay muchas personas altruistas cambiando vidas con sus actos. Pero suele suceder que la bondad es un amuleto, lo vemos como exótico, y es lamentable que se subestime y sea tomado como ser tonto, sinónimo de debilidad, ingenuidad o falta de carácter.
Grandes pensadores, científicos y psicólogos estudiaron la conducta humana que define esta virtud con el comportamiento compasivo y generoso que, a su vez, requiere empatía, desinterés y que no debe ser confundido con solo ser amable.
Ya en el siglo XVII el filósofo Thomas Hobbes se preocupaba por este tema y afirmaba que el ser humano es malo por naturaleza y que una situación de necesidad puede sacar a flote el lado salvaje de cada quien porque somos como depredadores y privilegiaremos nuestro bienestar por encima de los demás, salvo que nos convenga.
No obstante, en 1762 Jean-Jacques Rousseau decía todo lo contrario, que nacemos buenos y que es la sociedad con su capacidad corrupta, más la educación tradicional con sus fallas, lo que destruye esa naturaleza.
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Todo está en una conjunción de factores alineados. Entre la educación familiar y escolar, las experiencias vividas, la personalidad y el ambiente, se crea una pauta ante la vida que nos caracteriza y nos hace tener una sensibilidad, o no, un código moral y ético, y por ello, nos comportaremos en consecuencia.
Muchos estudiosos lo relacionan con que cada vez más las sociedades premian demasiado el éxito personal y esto hace que se eduque en el individualismo y que se quiera frenar al otro para que no sobresalga. Es por eso que, en esta jungla en la que vivimos, frente a un acto de bondad reaccionamos con desconfianza, nos sorprende y creemos que existe "algo" detrás.
Ante este sálvese quien pueda de los valores y la sensibilidad, ¿Tenemos esperanza? Sin benevolencia nuestra especie terminará matándose. Por eso, solo cuando ser bueno sea sinónimo de inteligencia emocional y sobresalga por encima de la crueldad, habremos ganado, tendremos sociedades más justas, pero parece una utopía como la de Galeano que se aleja con cada paso que damos.
Valorar y practicar ser bueno no solo nos hace mejores personas, sino que construye un futuro más humano y prometedor. Deberíamos revalorizar, reforzar conductas positivas desde la infancia. Necesitamos líderes políticos, locales, de medios, que no sean ejemplo de cero compasión, mucho menos de prepotencia o agresividad, sino de generosidad. En cada uno de nosotros está el poder para no causar daño y sí para ofrecer bienestar.
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