El frágil estado de la seguridad alimentaria en el mundo
especiales

Imagen: Getty Imagen
El mundo se enfrenta a un desafío monumental en su compromiso con el Objetivo de Desarrollo Sostenible de erradicar el hambre y la malnutrición para 2030.
A pesar de los esfuerzos globales, el informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2024” de la FAO revela un panorama alarmante.
En 2023, entre 713 y 757 millones de personas padecieron hambre, cifra que se mantiene casi inalterable en los últimos tres años.
En este planeta, una de cada 11 personas sigue sin acceso suficiente a alimentos.

Foto: tomada de PL
La Meta de Hambre Cero para 2030 se vuelve un objetivo cada vez más lejano. Este reciente informe de la FAO evidencia que, a pesar de los compromisos internacionales, el progreso hacia la erradicación del hambre se ha estancado.
Tanto es así que se prevé que para 2030, 582 millones de personas seguirán sufriendo de subalimentación crónica, siendo África el continente más afectado.
Porque las poblaciones más vulnerables son también las más olvidadas, y la falta de acciones efectivas pone en riesgo no solo la salud de esas personas, también la estabilidad social y económica de regiones enteras.
Vale considerar que, además del hambre, la inseguridad alimentaria moderada o grave afecta a 2.330 millones de personas en el mundo. De ellas, más de 864 millones experimentan inseguridad alimentaria grave, lo que implica que han pasado días enteros sin comer durante el año.
A pesar de la magnitud del problema, los niveles globales de inseguridad alimentaria no han cambiado significativamente desde 2020. La situación es especialmente crítica en zonas rurales, donde el 31,9% de la población enfrenta inseguridad alimentaria, en tanto entre las mujeres, la prevalencia de inseguridad alimentaria es, desde 2015, sistemáticamente mayor que entre los hombres.
América Latina y el Caribe a la mesa
A diferencia de otras regiones del mundo, América Latina y el Caribe ha logrado avances significativos en la lucha contra el hambre, señala el documento citado.
En 2023, la región redujo considerablemente la inseguridad alimentaria, situando la subalimentación en un 6,2% de su población, en comparación con el 20,4% en África y el 8,1% en Asia.
Aunque el número de personas subalimentadas ha disminuido a 41 millones, aún es un valor preocupante.
Y la región enfrenta desafíos particulares que amenazan estos avances como es el caso del alto costo de llevar una dieta saludable. A pesar de los logros en términos de acceso, al acceso a dietas saludables sigue levantándose una barrera crítica para millones de personas, especialmente en sectores urbanos y de bajos ingresos.

Foto: Internet
Escasez no, falta de equidad
El informe de la FAO subraya que el hambre no es un resultado de la escasez, sino de sistemas fallidos e inequitativos.
La persistencia del problema alimentario mundial se debe a causas estructurales que se han intensificado en los últimos años a causa de conflictos armados y crisis prolongadas, entre otros.
La destrucción de infraestructuras agrícolas, el desplazamiento forzado y el colapso de mercados locales son impactos directos en la subalimentación aguda presente en varias regiones y a ello se añade la situación climática que hoy golpea al planeta.
Sequías, inundaciones y eventos climáticos extremos han aumentado su frecuencia e intensidad, afectando cosechas y la resiliencia de comunidades agrícolas.

Foto: tomada de accioncontraelhambre.org
A la par, las crisis económicas y las desigualdades igual van golpeando duro sobre todo a países de ingresos bajos y medianos, en los cuales el 71,5% de la población no puede costearse una dieta saludable, contrastando con un 6,3% en países de altos ingresos.
La falta de acceso físico o económico a alimentos nutritivos fomenta dietas desequilibradas y enfermedades no transmisibles, mientras que las brechas de género y la escasa o nula atención a grupos vulnerables terminan de malservir esta mesa.
Sin soluciones a la carta
El informe de la FAO reconoce que revertir la situación descrita es posible, pero exige una transformación profunda del sistema agroalimentario mundial, acompañada de financiamiento sostenible, políticas integradoras e innovación.
La solución pasa por una mejor y mayor inversión, especialmente en países con baja capacidad financiera, pero se estima que el déficit actual de financiación necesaria para lograr las metas 2.1 y 2.2 de los ODS asciende a varios billones de dólares.
Y claro que no cubrir este déficit también generará costos billonarios en salud, productividad y degradación ambiental, entre otras calamidades.

Foto: tomada de noticialdia.com
Además, menos de un cuarto de la asistencia oficial para el desarrollo se destina a la seguridad alimentaria y nutricional, y solo el 34% de esos fondos atiende causas estructurales. Urge pues reorientar estos flujos hacia políticas de largo plazo y no solo hacia asistencia de emergencia.
El informe propone la transformación de los sistemas agroalimentarios a través de seis vías estratégicas, como la mejora de las cadenas de valor, la protección social y el impulso a la agricultura resiliente. Estas acciones no solo combaten el hambre, sino que ayudan a crear empleo, proteger el medio ambiente y reducir desigualdades.
La FAO es clara en su planteamiento: el hambre es una consecuencia política, no una fatalidad biológica.
Experiencias regionales demuestran que es posible avanzar, pero a la vez se hace evidente en muchas otras geografías la falta de voluntad política, coordinación global y justicia en la distribución.
Están en juego no solo alcanzar un objetivo técnico de desarrollo, sino garantizar la alimentación de millones de personas, que es, en definitiva, su derecho a la vida.












Añadir nuevo comentario