Chano Pozo. Una mirada a su vida
especiales

Por las amplias avenidas de la Gran Manzana fluye un río humano; él siente aquel mundo tan distante que solo añora el regreso. Una oleada de recuerdos lo lleva a Rita, de quien tanta ayuda recibió, a Laura, la mujer que lo amó en las buenas y en las malas, a los destartalados solares de El África y el Ataúd, donde siempre rumbeó de lo lindo, al bullicioso bar de San Isidro, lleno de trasnochadores ante los que estrenó algunos de sus primeros éxitos. De pronto, sonrió ahora era el adolescente que junto a su amigo, Juan Antonio Jo Ramírez, El fantasmita, formó un dúo callejero para recoger lo que la gente le “tiraba” por su actuación. Nombres como los de Silvestre Méndez, quien fue novio de su hermana Petrona, Agustín Gutiérrez, Félix Chappottín y, muy en especial, Miguelito Valdés, estaban muy presentes en ese tránsito evocador. Al muñanga Chano, desde hace días un extraño presentimiento lo agobia. ¿Será que acaso lo ronda la muerte? Rechaza esos pensamientos y echa a caminar para perderse en la nevasca de aquella tarde tan fugitiva como su propia alma.
Hoja de vida
La música del tambor encendía sus ojos con una luz rara, le aceleraba la sangre y a la vez se derramaba como bálsamo en su corazón. Luciano (Chano) Pozo nacido el 7 de enero de 1915, vivió torturado por muchas razones: la infancia desvalida, el reformatorio –su peor castigo- y las mujeres que lo abandonaron: flores de una noche de frenesí; cada fracaso lo volvía violento, porque en el fondo no era más que un niño indefenso, víctima de una sociedad donde poca cabida tenían los más pobres y, en especial, los negros.
No fue solo un virtuoso de la percusión. Chano se destacó desde jovencito como bailarín de excepcionales facultades. Su sentido exacto del ritmo, musicalidad, se expresaron también en la danza y fue figura principal de varias comparsas:
El Barracón, La Mexicana, La Colombiana Moderna, La Sultana y La Jardinera.
Por la década del 30 intervino en un espectáculo del compositor Obdulio Morales; se trataba de una jazzband llamada Los Melódicos, que en su nómina sumó a valiosos congueros del carnaval.
En 1938, fue bailarín durante varios meses en el cabaret Afrocubano, que se encontraba en la azotea del Club San Carlos, en la barriada viboreña.
Participó en el filme Fantasmas del Caribe, que dirigió Ernesto Caparrós en 1943 y para el que compuso una alegre conga, muy en su estilo.
Su obra como compositor es muy rica: Timbero, la timba es mía, Blen, blen, blen, Muna Sangafimba, Güabina Yerabo, Nagüe, Rumba en swing, Tambombarana,Tuñaré, Moleya, Repiquetea el tambó, Rómpete, Abasí, Guachi guaro, Tin Tin Deo, Por qué tu sufres, Pin Pin cayó Berlín, Serende, Seven Seven, Ariñañara, Oh, Manana, Macuá, Cómetelo to, El Yerbero, Cubana Be, Cubana bo y, entre otras, Parampampín, tema central de la superproducción Congo Pantera, de Tropicana, donde tanto se lució. En una de sus más memorables creaciones Manteca, comparte el crédito con Dizzy Gillespie.
Rita, ella
El escritor Aldo Martínez Malo vivía orgulloso de su amistad con Rita Montaner, La Única. De ella me habló con devoción, mientras me mostraba algunos de los objetos personales de la artista que él atesoraba en su casa de Pinar del Río. Me contó:
- El encuentro entre la cantante y el tamborero se produjo cuando él estaba tocando en unos tablados y ella maravillada, le dijo: ‘Oye, negrito, ¿tú qué cosa eres?’. Y, él respondió: ‘Limpiabotas’. ‘Pues, ven conmigo, a ti, te tiene que oír Amado...” Y así mal vestido como estaba Chano lo llevó a la RHC Cadena Azul ante el dueño de la emisora. Indudablemente, mi amiga Rita tenía un gran sentido de lo que de verdad valía. Cuando se lo presentó a Amado, después de ver la facha de Chano y lo mucho que ella lo ponderaba, solo pudo decirle: ‘Chica, ya estás tú con tus fantasías’. Más tarde, en un concierto, del tamborero, el guajiro se quedó bobo y comentó asombrado: ¡Qué artista!, ¡Qué artista!
- Chano llegó a dirigir el Conjunto Azul de la RHC y contento como estaba Amado, le regaló un Cadillac rojo. Lo cierto es que tuvo una transformación y Rita pesó en todo. Ellos hicieron un binomio perfecto, pues estaban muy identificados artísticamente. La Única le cantó piezas como Blen, blen, blen, Boco-Boco, Zarabanda, Langosta viva y Ampárame. Él le dedicó la pieza Galán...
- En 1944, juntos ofrecieron recitales en la emisora Mil Diez. Ese mismo año, actuaron en el homenaje a la compositora María Matilde Alea, celebrado en Pinar del Río. Antes se presentaron en el Teatro Aida, en un recital de música afrocubana.
- Participaron en 1945 en la revista-ballet Rebambaramba en el trópico, del coreógrafo Sergio Orta. Después que él se marchó a Estados Unidos se reencontraron en 1948, en Nueva York, donde ella actuó en el Teatro Hispano; sería la última vez que se vieron.
Siempre lo digo, ella resultó una figura clave en la vida de Chano, genio musical como lo fue Benny Moré.
La consagración
Con la bailarina Caridad Martínez, Cacha, Pozo viajó a Nueva York en 1946 a insistencia de Miguelito Valdés, Mr.Babalú, pues en realidad le dolía dejar su querida Habana; pero el cantante lo embulló prometiéndole jugosos contratos.
Además, necesitaba cambiar de ambiente, fresca estaba en su memoria el episodio vivido con Santos Ramírez, El Niño, guardaespaldas de Ernesto Roca, representante de la compañía discográfica Peer, a quien el tamborero en varias ocasiones había amenazado si no recibía las regalías y el pago por sus derechos autorales. Llega un día Chano a las oficinas del Sr. Roca para cobrar su dinero y conocedor Santos Ramírez de las continuas exigencias del músico al funcionario le prohíbe la entrada a la oficina de la Peer. Molesto, Chano lo golpea y Santos Ramírez, ya en el suelo, le dispara cinco balas. En el hospital, al herido le extraen cuatro proyectiles y uno le queda alojado cerca de la columna vertebral. Logró recuperarse y no hubo acusaciones por parte de ninguno de los involucrados, aunque la situación se mantuvo caldeada por un buen tiempo.
Ya en la Gran Manzana, por mediación de su protector Miguelito Valdés, trabajó en el cabaret La Conga, junto a Cacha su mujer, quien hizo una gustada pareja de rumba con Pepe Becké.
Luego, Chano también hace un trío de tambores con los bailarines y percusionistas cubanos La Rosa Estrada y Julio Méndez, quienes pertenecían a la compañía de la coreógrafa norteamericana Katherine Dunham. Actúan en el espectáculo Bal Negre, en un conocido teatro neoyorkino.
Próxima a expirar su visa Chano retornó a La Habana y participó en varias de las presentaciones y homenajes que le hicieron en la capital a su amigo Mr.Babalú. El tamborero y autor volvería al año siguiente, 1947, a Nueva York, con un status de residente permanente logrado de nuevo por la ayuda de Miguelito.
El creador de Manteca participó activamente en los conciertos de Olga Guillot y el propio Miguelito en importantes centros nocturnos. Era tanta la popularidad de Chano que un club fue nombrado Blen, Blen, Blen, como la pieza del tamborero, sin que él tuviera mayor relación con el lugar.
Fue el triunfador Mario Bauzá, el que lo presentó a Dizzy Gillespie, quien buscaba un conguero para su agrupación. Fascinado por los ritmos afrocubanos, Diz, se sintió muy satisfecho después de oír a Chano tocando los parches. Lo aceptó en su banda.
En sus inicios esa relación cuajó en el concierto del Carnegie Hall, en el que, además, participó la cantante Ella Fitzgerald.
En 1948, Europa recibe a Dizzy y a su banda con los brazos abiertos; eran muchos los que querían sentir, ver con sus propios ojos la nueva innovación en el jazz. Tuvieron conciertos en urbes de Suecia, Dinamarca, Bélgica y Francia, donde llegaron a tocar en la famosa Sala Pleyel, en París. Hubo polémicas en torno a las presentaciones porque no todos los críticos estuvieron de acuerdo con este modo de tocar el jazz y en especial por el ingrediente africano acentuado por Chano, su incomprensible vocabulario, los alaridos, lo duro de su sonido…
La vuelta a Nueva York significó actuaciones en diferentes ciudades y, posteriormente, una gira por el sur.
Al terminar un concierto, Chano descubrió que sus tumbadoras dejadas en el camerino habían sido robadas. Abandonó la orquesta para viajar a Nueva York y adquirir otras nuevas.
Desde la urbe que había tramontado en busca de la celebridad, percibía que en su ir y venir por metrópolis, fabulosos conciertos en escenarios internacionales, grabaciones, toques de tambores, frases del abakuá, música que causaba asombro, todo perdía sentido.
En su agitada existencia de broncas, puñaladas, tiros..., fueron muchas las veces que esquivó la muerte. Ahora sentía una extraña desazón en el pecho. Intuía que algo malo le iba ocurrir, aunque no sabía qué. Chano, el tamborero más notorio de la historia musical de Cuba, estaba próximo a encarar su trágico destino.
Y sucedió que aquel 2 de diciembre de 1948: el músico fue agredido en el Café Río, de Harlem, por un tirador experto. Chano se desplomó al primer balazo, mas su atacante, Eusebio Muñoz, El Cabito, descargó con saña varias veces la pistola sobre el cuerpo del cubano ante la mirada atónita de alrededor de setenta parroquianos. Fue la venganza de El Cabito, del que algunos aseguraban el tamborero había increpado en público por venderle unos cigarrillos de marihuana en mal estado. Se corrió que por envidia, enemigos del artista habían instigado al agresor para que no se quedara con los brazos cruzados.
Llevado al hospital Belleveu, falleció a causa de las múltiples heridas. Muy dolido, su gran amigo Miguelito Valdés tramitó las gestiones para la funeraria, donde lo velaron. En el postrer homenaje estaban los amigos más íntimos, su mujer la bailarina Caridad Martínez, Cacha, los músicos que lo admiraron…
La prensa comentaba cómo hacia solo unos días el artista había regresado a Nueva York procedente de una triunfal gira por varios estados de Norteamérica. Sin dudas, él era la máxima atracción dentro de la orquesta de Gillespie.
En una de esas ciudades dejó el conjunto de bop y prefirió regresar; para comprar unas tumbadoras y, sobre todo, porque a pesar de su creciente fama había sentido en carne propia las diferencias sociales y la fuerte discriminación racial. El mismo Dizzy Gillespie lo llevó en su auto hasta la terminal del ferrocarril. Se dieron un fuerte abrazo. Fue un adiós definitivo.
Chano proyectaba debutar en el Strand, de Broadway, y se hablaba de que rodaría una película en la que tendría un rol principal.
La muerte del rumbero de 33 años causó conmoción. Decían que el motivo se debió a deudas. Mas, tenía guardado en el tacón izquierdo de su zapato mil quinientos dólares; otros aseguraban que era castigo del santo al que prometió un tambor y nunca cumplió. Entre tantas conjeturas y versiones se regó aquella de que la causa fue una venganza de amor; alguien que encontré una noche en Jesús María, afirmó:
- Chano vivió siempre al borde del abismo; fue la droga la que se lo llevó; aquel día fue a buscar el “caballo” porque lo estaba necesitando; se lo inyectó, pero quería más y salió a buscarlo como fuera. Se armó la gorda. Chano sacó una navaja y se encomendó a su protección. Luego, las balas bin, ban, bin... Sé que el que lo mató murió años después violentamente. La vida cobra y es que tarde o temprano el que la hace...
En Nueva York, los restos mortales del artista fueron velados en la funeraria Paris Funeral Home para después trasladarlos a La Habana. El sepelio, al que concurrió una gran multitud, entre familiares, amigos y admiradores del reconocido músico, se efectuó en la habanera Necrópolis de Colón, el 11 de diciembre de 1948. Fue una verdadera manifestación de duelo.
Con el tiempo ha continuado creciendo la leyenda del genial Luciano Pozo González, Chano, excepcional percusionista y compositor, de gran aporte al jazz afrocubano o cubob.
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