Geopolítica: Venezuela y los demás escenarios del tablero
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El crucero lanzamisiles USS Lake Erie cruzó el Canal de Panamá la noche del 29 de agosto, sumándose al despliegue naval estadounidense en el Caribe dirigido contra el Gobierno de legítimo de Nicolás Maduro en Venezuela.
El posicionamiento de las fuerzas militares norteamericanas frente a las costas de Venezuela ha saltado las alarmas de la geopolítica global. Este suceso tiene lugar justo después de la Cumbre de Alaska en la cual se vio cómo Rusia puso sus condiciones bien claras acerca del conflicto en Ucrania y donde se pudo observar a un Trump que se movía entre el alarde de poder y la precariedad de su postura al frente de un Occidente colectivo que ya no logra ser el centro mundial. Pero lo que pasa en las costas venezolanas tiene un trasfondo. Por una parte, lo acontecido con las elecciones presidenciales en ese país sudamericano, una matriz que ha sido llevada y traída por los medios neoliberales y, por otro, el tema del Cártel de los Soles. Tanto un aspecto como otro se mueven meramente en la subjetividad de la verdad construida y la percepción y no constituyen bazas legítimas para ir contra un país soberano.
Trump se cree heredero de Monroe y lo hizo ver en su primer mandato. El aislacionismo norteamericano no es tal, ya que comprende a América como su patio trasero. O sea, que cuando se dan intervenciones en la zona Estados Unidos no lo ve, desde su prisma de poder, como una injerencia, sino como cuestiones domésticas. Claro está, esa visión de la política está desactualizada y no va en los cánones del nuevo orden multipolar que se está dando en los tiempos que corren. Entonces, el amago de ir contra Venezuela puede tener varias lecturas. Por una parte, un intento de compensar la imagen de debilidad de Trump al aceptar el diálogo con Moscú y dejar fuera a los globalistas que ahora lo acusan de plegarse y de no defender a Kiev. Por otro, la necesidad de petróleo que es la base del sostén del electorado de Trump. En este último aspecto, contener de forma artificial los precios del combustible es sí o sí una necesidad para su partido si quiere enfrentarse a unas elecciones de medio término que amenazan con ser devastadoras para los republicanos.
Lo de Venezuela posee una dimensión mediática y otra concreta. Como en otras ocasiones se está intentando socavar virtualmente la identidad de poder de las instituciones para que la injerencia posea una mayor posibilidad tanto en lo político como lo factual. En este plan se está confiando, quizá, en que hay alguna posibilidad interna de resquebrajamiento. Sin embargo, las señales desde el interior de Caracas son fuertes y resistentes. Trump posee asesores belicistas si bien en su campaña enarboló el pacifismo falsamente. En la base de la expansión de su proyecto de poder están los presidentes y los referentes de la política norteamericana que mayores injerencias armadas hicieron, desde Nixon hasta Reagan. Lo que ha intentado el maguismo es establecer una cortina de humo que lanza sobre los globalistas la única culpa por la visión agresiva del imperio, cuando se sabe que todo forma parte del mismo problema geopolítico. Mantener a Estados Unidos como primera potencia mundial ya no es posible sin el uso de a fuerza y de una diplomacia que lleve a los pueblos a doblegarse. Las condiciones comerciales que ofrecen los adversarios de Washington son mejores y por ende los norteamericanos pierden mercados y recursos. Solo queda la fuerza, ya sea mediante la guerra no convencional o la directa. En el caso de Venezuela se ha actuado por acumulación de factores hasta crear una especie de masa crítica. El mismo modelo se ha repetido una vez y otra sin que les importe a los asesores imperiales cuanto haya fracasado. Finalmente, se dibuja la posibilidad de una intervención disfrazada de lucha antidrogas.
¿Hacia donde se mueve este escenario? El trasfondo de la guerra de Ucrania, aunque lejano, está relacionado. También los choques en el Medio Oriente con Irán. En el tablero geopolítico se están moviendo fuerzas que tienen que ver con el acceso al recurso energético y los minerales raros para las tecnologías digitales. En otras palabras se está surtiendo al mercado norteamericano de oportunidades y de territorios mediante la fuerza y posicionando a los empresarios y la clase élite norteamericana a partir del chantaje que aún puede hacer Estados Unidos debido a su enorme presupuesto militar. Pero, ¿es esto suficiente? Para sostener la fuerza se requieren recursos. A la vez, la desviación de tropas hacia el sur sin resultados claros pudiera ser un bumerán para la gestión de Trump y su constante alarde de fuerza.
Estados Unidos está en su propia encrucijada. O hace una política exterior en la cual respete el derecho internacional o huye hacia adelante como lo ha hecho creando guerras proxys a sus adversarios, fomentando choques de baja y mediana intensidad, desgastando mediante aliados al bloque enemigo y usando el dólar y la ventaja militar como garantías para ganar tiempo. ¿Pero tiempo para qué? La narrativa de poder de un imperio de tipo liberal está cada vez más cuestionada. No existe una era en la cual se hayan derrumbado más las garantías y los fueros en aras de llevar adelante una agenda fundamentalista de odio racial hacia lo interno. El país está rajado por varias de sus partes y no logra la necesaria cohesión en torno a un programa de gobierno. Los primeros tiempos de este segundo mandato de Trump solo han mostrado caos, medidas contraproducentes que se ponen y se quitan, supuestas negociaciones y tramas que no conducen a ninguna parte pero donde siempre se coloca al presidente como un superdotado, un genio, una figura. Esto último parece ser la única prioridad de la política tanto interna como externa de un país que aún es el primero por su peso económico en el mundo.
Pero Estados Unidos no ha comprendido que el desgaste de esa posición está dado en parte por las dinámicas de violencia de todo tipo y que mientras tenga el garrote en la mano aparentemente no habrá problemas, mas el garrote no es eterno. La decadencia del imperio tiene que ver con su incapacidad de lograr cosas mediante el poder suave y la recurrencia constante a los alardes militares. Una estrategia que además hace ver las grietas del poder ante los enemigos. El desplazamiento de la flota del Comando Sur ha dejado ver problemas en las líneas de abastecimiento y de mantenimiento de los barcos. Estas cuestiones logísticas de alto costo en el hemisferio replantean la capacidad de los Estados Unidos de realmente comportarse de manera agresiva. A pesar de que el aliado de Kiev ha retrocedido hasta la reducción en el frente bélico, los norteamericanos y los europeos aún no se atreven a ir de manera oficial y directa al conflicto. Aquí hay que ver que los estadounidenses no solo reculan, sino que evidencian hasta donde es la realidad de su poder.
Unos dicen que lo de Venezuela es bravuconada mediática y gasto en espectáculo en el mal llamado patio trasero, otros que es la antesala de una intervención. Sostener la interrogante en el aire es parte de la diplomacia del loco que tanto ha sido elogiada por los medios de la ideología neoliberal en los últimos meses. O sea lo impredecible, lo cruelmente oscuro, son las marcas de una visión del comportamiento internacional por parte de los Estados Unidos.
Más allá de Venezuela, es cierto que la deuda pública federal está disparada, que Trump no ha logrado ninguna de sus promesas de campaña, que la posición del imperio frente a los adversarios globales es débil y que no se logra articular una misma acción con los aliados que ya casi le temen más al presidente precisamente por estar de su parte. El caos, lo deforme, son las bazas de un proceder que promete no hacer nada sólido ni serio, sino que posee como finalidad la propia persona de Trump.
El escenario americano puede ser un punto de giro de Trump para exigir condiciones a Putin en la negociación. Presionar a los adversarios haciéndolo con los aliados de esos adversarios pudiera ser una estrategia de los Estados Unidos ahora mismo. Así golpean en las zonas en las cuales Rusia no actúa de manera directa, sino que tendría que intervenir en un segundo conflicto y en un escenario muy alejado. Todo es especulativo, lo cierto es que Estados Unidos si no hay petróleo no va hacia ninguna parte. La guerra de cuarta generación contra Venezuela posee los precios del crudo como explicación fundamental sin la cual no poseemos un punto de vista claro.
En el horizonte está la promesa de otra cumbre entre Rusia y Estados Unidos. También el conflicto de Irán e Israel ha quedado en un stand by. Las tensiones en la península coreana y entre China y Taiwán son un peligro creciente. El fracaso del sistema de Naciones Unidas para prevenir conflictos es ya un hecho, pero sobre todo a causa de una estructura fundada en la fuerza en la cual las naciones de Occidente hacen descansar la legitimidad de sus actos. Entre tanto, Estados Unidos y su clase política han jugado a las tensiones atómicas con los rusos, tanto en Twitter como en el escenario de los submarinos nucleares. Un alarde que tiene muy poco de racional y que dice mucho acerca de la ineptitud de quienes poseen tanto poder en sus manos.
La diplomacia del loco es realmente eso, parece hecha por una persona demente que solo se obsesiona con ganar y ganar. En el corrillo de las reuniones con los aliados europeos abundan las jactancias de Trump o cómo él obliga a genuflexiones constantes. La política norteamericana se ha centrado en la alabanza, el elogio de la estupidez y el escaso pensamiento. Lo postliberal reside en eso, en la caída de los valores que estaban en las instituciones de Occidente desde siglos y en el ascenso de otros antivalores como el personalismo, el culto al yo, el poder o el vale todo. En ese aspecto, Trump cree que es impredecible, pero en realidad sus enemigos le están jugando en la misma liga y lo están domando en cierta medida como ya se vio en Alaska.
¿Qué podemos esperar de los próximos meses o días? Una guerra en Venezuela cambia las tornas en los análisis geopolíticos, por eso muchos no se atreven a lanzar una predicción. Estados Unidos cruzaría una delgada línea que abriría la posibilidad a los adversarios de responder en el mismo tono o parecido. Hasta el momento cuestiones como el derecho a la soberanía si bien son constantemente amenazadas se mantienen sobre la mesa del debate internacional. Darle una patada enturbiaría un desequilibrio de poderes que conduce a un camino sin final, lleno de oscuridad.
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