¿Telenovelas como espejos?
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Foto: Jorge Luis Coll
Más de una vez nos han dicho que el arte no refleja, sino que recrea, enfatiza y cuestiona. Pero todavía muchos pretenden encontrar en la creación un espejo de sus circunstancias. Y con la televisión esa aspiración se multiplica.
Durante los últimos años, por ejemplo, la gente busca en las telenovelas cubanas mucho más que un mero espacio de entretenimiento. Y la producción nacional, atendiendo quizás a esa demanda, ha devenido plataforma de discusión sobre temas cruciales de la agenda pública.
De hecho, en más de una ocasión estos dramatizados han asumido el reto de abordar asuntos sensibles, de alto impacto social, que muchas veces no han encontrado suficiente eco en los medios periodísticos. Es una circunstancia que suele ir de la mano con la necesidad de dar voz, en diferentes soportes, a problemáticas que atraviesan la cotidianidad del país y que afectan directamente a los ciudadanos.
Existe incluso la percepción de que las telenovelas aquí han asumido, en buena medida, el rol que le correspondería al periodismo: impulsar, propiciar y socializar debates urgentes sobre la sexualidad, las relaciones familiares, la vejez, las adicciones, la delincuencia, el racismo, la homofobia, las desigualdades sociales o los vacíos en los mecanismos de participación ciudadana... Y lo han hecho desde una narrativa que honra ciertos códigos del folletín, pero que no renuncia a interpelar al espectador desde un posicionamiento pragmático.
No son pocos los casos en los que una telenovela ha logrado ser más incisiva y movilizadora que un reportaje, un comentario o un panel de discusión. Al situar estos temas en el universo ficcional de personajes cercanos y situaciones reconocibles, los dramatizados han ofrecido una mirada compleja, integradora y, a menudo, polémica, que va más allá del tratamiento estandarizado y distante que a menudo ofrecen algunos medios informativos tradicionales.
Parece lógico entonces que muchos cubanos hayan comenzado a pedirle a la telenovela lo que deberían exigirle —en términos de compromiso con la realidad— al Noticiero de la Televisión o a otros espacios de análisis. Esa inversión de expectativas es muestra fehaciente de la confianza (a veces ingenua y excesiva) que se ha depositado en la ficción para hablar de la vida real. Es un fenómeno muy estudiado por especialistas de todo el mundo. En el caso de Cuba, revela también ciertas carencias del ecosistema mediático cubano, que aún tiene desafíos en la pluralidad, la profundidad y el vuelo con que aborda la actualidad del país.
Convendría no pedirle peras al olmo: no hay que perder de vista la naturaleza del género. La telenovela es, ante todo, una narrativa folletinesca, centrada en las emociones, los conflictos familiares y las pasiones humanas. De acuerdo, puede (y hasta debe) promover valores, e invitar a la reflexión sobre temas sociales... pero no se le puede exigir una función pedagógica sistemática ni convertirla en un recetario de soluciones. Instrumentalizarla con fines didácticos diluye esencias dramáticas.
Existen otros géneros aptos para un abordaje más explícito de la agenda pública: las series, el documental, los programas humorísticos... Y por supuesto, el periodismo, que tendría que asumir con más sentido crítico la complejidad del entorno nacional. En todo caso, las telenovelas pueden convivir con otras propuestas como parte de un sistema de medios y prácticas que sostengan el debate público desde múltiples frentes.
Las telenovelas, en definitiva, no están precisadas a ofrecer respuestas cerradas ni diagnósticos clínicos sobre los conflictos que presentan. Aunque sí pueden servir de catalizador emocional e intelectual. Pueden poner sobre la mesa temas tabú, generar identificación y mover resortes internos que lleven al diálogo en las familias, en los colectivos laborales, en los espacios académicos y comunitarios.
Hay un rasgo que confirma esta responsabilidad asumida por la ficción nacional: el público cubano les exige a sus telenovelas un compromiso mayor con la realidad que el que espera de las producciones extranjeras. No es una contradicción. Tiene que ver con la cercanía, con el contexto compartido, con la expectativa de que esas historias hablen directamente de vivencias compartidas. Y eso implica una demanda de responsabilidad creativa.
Las producciones cubanas han sido pioneras en el tratamiento de muchos temas que, después, han sido recogidos por investigaciones académicas, reportajes o foros públicos. Han estado muchas veces a la vanguardia del debate social. Lo que algunos consideran un fenómeno reciente, tiene en realidad antecedentes sólidos: ya en los años ochenta del pasado siglo se introdujeron conflictos que causaron ajetreo —desde las tensiones generacionales hasta la infidelidad o la corrupción.
Pero lo cierto es que en la última década la incidencia de las telenovelas ha crecido notablemente. En parte, porque hay mayor voluntad creativa de hurgar en zonas incómodas de la realidad. Pero también porque el público ha madurado en sus demandas y está dispuesto a asumir el dramatizado no solo como evasión. Es saludable que sea así. Aunque, claro está, lo ideal sería que esos impulsos ficcionales tuvieran acompañamiento en otros espacios: desde la academia, los medios, las políticas públicas.
A la telenovela le toca participar en ese tejido. Forma parte de un entramado de comunicación social y cultural que, para ser eficaz, debe concretarse en el diálogo entre sus partes. A veces los creadores van un paso delante de las instituciones. Otras veces son las audiencias las que empujan el carro. Plausible es que se genere movimiento, reflexión, pensamiento crítico.
Pero hay que insistir ante el peligro de absolutizar. Es legítimo que existan historias más ligeras, románticas, centradas en los altibajos del amor. El público también necesita castillos en el aire. Pero, incluso en esas propuestas, la sensibilidad social, el enfoque ético y la mirada diversa pueden estar presentes.
A las instituciones les corresponde garantizar plena libertad para la creación. Libertad con responsabilidad, con honestidad, con sentido crítico y vocación humanista. Las telenovelas tienen mucho que aportar a una sociedad más consciente, más inclusiva y más dialogante... Más que espejos tendrían que ser proyección. Hay potencial, aunque todavía algunos las subestimen.
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