Silvia, una doctora cubana que estuvo en la Amazonía*

Silvia, una doctora cubana que estuvo en la Amazonía*
Fecha de publicación: 
29 Mayo 2022
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Foto cortesía de la entrevistada. La doctora Silvia Marín realizaba incursiones sanitarias a comunidades aborígenes del estado de Amazonas.

Silvia Marín Rodríguez es especialista en Medicina General Integral, aunque también ha ejercido la Pediatría. Es una mujer contra viento y marea. Lo ha demostrado con creces. Puede decirse que es de temple y de mundo, como sensible y sencilla. Así es la conclusión que uno hace al terminar una larga charla con ella.

Verán por qué…

Aunque el tiempo que ha estado en Cuba siempre ha vivido en La Habana, nació en Sancti Spíritus, por accidente. Los embates del ciclón Flora impidieron que su mamá, quien se encontraba de pasada, regresara en tiempo a La Habana para dar a luz a Silvia en 1963.

Llegué a su casa en la localidad habanera de Alamar en busca de sus vivencias como integrante del contingente de galenos cubanos que participó en el Programa Más Médicos, en Brasil, y para arribar al tema tuvimos que darle casi la vuelta al planeta.

La primera vez que salió del país en misión fue ante los efectos devastadores dejados por el huracán Mitch, que azotó Centroamérica a fines de 1998. La reacción de Cuba ante el fenómeno de tan alta magnitud no se hizo esperar. Silvia estuvo entre la primera veintena de galenos que partió a las zonas afectadas.

Por sus conocimientos de inglés fue destinada a Belice, donde le otorgaron una medalla en reconocimiento a su trabajo cuando culminó en 2001. Específicamente fue enviada a una aldea de descendientes de alemanes emigrados durante la Segunda Guerra Mundial.

Cruzar el mar no fue entonces para ella un viaje solo en el espacio físico, sino que se trasladó de una cultura a otra completamente distinta, pues los alemanes que conoció eran menonitas, secta extremista que persigue inculcar en sus seguidores el imperativo de criar a los hijos “alejados” del conocimiento intelectual y de las personas que no pertenecen a su denominación religiosa para que puedan “salvarse y alcanzar el cielo”.

Estaba sola entre ellos, en una comunidad sin radio ni televisión y pasaban las noches en tiendas de campaña. Accedieron a recibirla porque es blanca y rubia; de no haber sido así, probablemente no le hubieran permitido quedarse. Resultaba tan difícil adaptarse a las costumbres de vida de ese grupo humano que tras una visita de la embajadora cubana su decisión fue gestionar el cambio de lugar.

-Exigieron una doctora blanca y de pelo claro. Viví con ellos alrededor de cinco o seis meses, pero fue una situación crítica: no me iban a ver, solo se atendía su mano de obra barata, o sea, hondureños y nicaragüenses. Después de la visita de la diplomática me llevaron a una comunidad de indios mayas.

-¿Mayas?

-Sí. Y tremendos contrastes: mayas que hablan inglés. Indios cazadores y agricultores, vestidos con sus atavíos típicos, descubiertos o con lo último de la modernidad. Podías ir a un bohío donde sus moradores aún mantenían todas sus costumbres y veías a otro hablando maya en su carro, con comercio particular.

Estos mayas del siglo XXI no estaban desconectados por completo del mundo. Sostenían contacto con pobladores de México, Belice y Guatemala. Con ellos Silvia aprendió algo de su dialecto, aunque la mayor parte de la comunicación se efectuaba en inglés. Era una mezcla diversa y simpática. Fue maravilloso, una experiencia de las más lindas. Tengo cartas que hizo el chamán para que me dejaran más tiempo después de dos años con ellos.

En ocasiones algunos guatemaltecos pasaban la frontera e iban a buscar medicamentos o a que la doctora Silvia los atendiera. Era frecuente encontrarla hasta las 10:00 pm dando consultas a gente que trabajaba la tierra y acudían a verla después de tomar baño.

En el 2003 fue integrante del primer grupo llegado al municipio venezolano de Libertador, en Caracas. Esa vez formaba parte del proyecto Barrio Adentro. Para atender a sus pacientes subía los más de 300 escalones de uno de los cerros de la zona. Se trataba de ciudadanos sencillos con los que tuvo mucha empatía pues, al igual que ella, eran chavistas.

En la patria de Bolívar no solo ejerció la Medicina, también la enseñó a partir de 2004, como parte de los esfuerzos por formar profesionales venezolanos. Cuenta que hasta allá llegó en una ocasión la televisión cubana para realizar un material en el que ella apareció.

La extensa historia de las misiones médicas de esta mujer habanera no acaba ahí. Tras colaborar en consultorios y universidades en Venezuela, partió al desastre de Pakistán.

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Foto cortesía de la entrevistada. La doctora Silvia Marín atendió pobladores nativos con delicados estados de salud.

El 8 de octubre de 2005 un terremoto de gran escala ocasionó a esa nación severos daños humanos y materiales. Para muchos cubanos, incluida Silvia, significó llevar la solidaridad al otro lado del mundo. Fueron momentos de adversidad gestados por la naturaleza. Por ejemplo, estaban las inundaciones ocasionadas por el huracán Katrina en Nueva Orleans, Luisiana, Misisipi, Alabama, entre otros lugares del sur de Estados Unidos.

-¿Antes de ir a Pakistán vino a Cuba o fue directo desde Venezuela?

-Aquí se organizó un grupo por si el gobierno de Estados Unidos autorizaba a prestar colaboración ante el desastre del Katrina. Así se formó, por idea de Fidel, el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastre y Graves Epidemias “Henry Reeve”, pero, como se sabe, el presidente de ese país no lo permitió. De todas maneras, se creó una fuerza que quedó ahí para actuar ante cualquier emergencia en el mundo, como rápidamente se demostró. De tal suerte, nos sacaron de Venezuela para reforzar la brigada y nos unimos a una preparación relámpago. Fue una decisión rápida del gobierno porque, como te dije, eran situaciones apremiantes. Llegué a Cuba a finales de octubre y el 6 de noviembre estaba en Pakistán con médicos civiles y militares.

El personal médico y paramédico que arribó a esa nación asiática estuvo conformado por más de 200 cubanos y permaneció siete meses en el norte de Pakistán, en las estribaciones del Himalaya. El sismo dejó, se estima, más de 75 mil víctimas fatales y se temía una segunda ola de muertes, debido a epidemias y la llegada del crudo invierno, lo que fue impedido -resaltó- por la ayuda internacional y, muy en particular, por el colectivo de galenos de la Isla.

En esa nación asiática sufrió el cambio drástico de temperaturas: al llegar, encontró un frío inmenso -dice- y después el calor era de más de 40 grados. Vio niños con amputaciones y cantidad de gente muerta. Frecuentemente compartió su comida con los pacientes.

-¿Los cubanos administraban los hospitales?
 
-Sí, teníamos autonomía. Estábamos en un sembradío que se nos dio para hacer el hospital, cerca de la carretera. Los temblores de tierra eran constantes, sobre todo de noche, y daban mareo. Fui jefa de sala de mujeres porque ahí estaba separado, por cuenta de la religión de los musulmanes. Eso tiene Cuba, respetar la cultura; por ejemplo, las mujeres nos protegíamos el cabello. Ellos colaboraron, pero el emplazamiento era todo cubano. Las tiendas de campañas, los rayos x, los equipos de cirugía y ultrasonido al final se donaron.

A Cuba regresó delgada. Estuvo aquí unos días y salió nuevamente para Venezuela. Continuó trabajando allá hasta que pidió a sus superiores venir a Cuba, pero le solicitaron permanecer un poco más en Venezuela. Finalmente retornó en enero del 2011, condecorada de nuevo.

Tras preparaciones en Ginecobstetricia, Ortopedia, Cirugía y Urgencia en el Hospital Naval, en Habana del Este, salió de misión una vez más. En esta ocasión su destino fue Brasil, a donde llegó el 24 de agosto de 2013. Nuevamente integró el grupo de avanzada.

Hay compañeros de ese grupo que no ha vuelto a ver. La dinámica de trabajo en Brasil los alejaba. En Cuba también es complicado porque viven en distintas provincias. Del municipio Habana del Este, donde vive Silvia, no había más de cinco.

-¿A qué estado fue destinada?

-Supuestamente salimos casi todos con las ubicaciones. Íbamos 400 en el avión, pero nos dividieron para dejar algunos en Fortaleza, la capital del estado de Ceará, en el nordeste brasileño, y la mayoría fuimos a Brasilia, el distrito federal. Los primeros siempre sufren todo: dónde nos van a poner, quién se ocupará. Las mujeres pasamos tres o cuatro días en un cuarto casi sin condiciones y no podíamos estudiar para el examen que teníamos. Entonces nos movieron a otro centro. Inicialmente iba para Sao Paulo, pero tres días antes de terminar la preparación en la capital del país supe que iba para Amazonas, al municipio de Nhamunda.

Amazonas es el estado más grande de todo Brasil, con más de millón y medio de kilómetros cuadrados cubiertos, en su mayoría, por una intrincada red de ríos y bosques. Atravesado por la línea imaginaria del ecuador, en él viven poco más de cuatro millones de personas, pero la zona selvática sí está poco habitada. La capital es Manaos, muy bonita y grande. El acceso a muchas partes del estado solo se realiza de manera fluvial o aérea.

La mayor cantidad del personal cubano debía cubrir estados de los más pobres como Amazonas, Acre, Roraima y Rondonia. Pocos fueron enviados a ciudades desarrolladas y siempre para las favelas u otras comunidades pobres.

Antes de comenzar el trabajo, Silvia fue preparada en el Hospital de Medicina Tropical de Manaos acerca de los tratamientos a picadas de animales como escorpión y araña, y enfermedades como lepra.

-¿Cómo fue el recibimiento en el municipio por parte de las autoridades brasileñas?
 
-A nuestra llegada teníamos todas las condiciones, incluso, computadoras para la comunicación con los familiares. Nos hicieron una comida de despedida antes de irnos para los municipios, donde las condiciones cambiaron. El prefecto de Nhamunda, una persona joven de 34 o 35 años de edad, no había creado condiciones para mi llegada y estuve viviendo más de un mes en casa de un médico peruano.
Nhamunda está situada en el norte, en la zona del bajo Amazonas, y tiene poco más de 20 mil habitantes. Se dice que el nombre proviene de un jefe de tribu de siglos atrás.

Allí fue donde conoció una estrategia de los gobiernos del Partido de los Trabajadores para incentivar a médicos a trabajar en zonas relegadas: se daba facilidades de cursar especialidades a quienes brindaban sus servicios en ellas. Era el caso del peruano que la acogió. “Eso sí fue cierto, el empeño del gobierno de llevar la salud a todas partes”, subraya Silvia.

Luego recibió la casa de manos de la prefectura con solo lo esencial: mesa, cama, escaparate, refrigerador, cocina y televisor después. Fue la esposa del médico peruano quien le compró una batidora, una olla de presión y unos platicos.

-Cada prefectura recibía por Más Médicos un presupuesto. El prefecto pagaba la casita donde estaba y los gastos de alimento. Dinero en mano no veía. Otorgaban 500 reales en un comercio de los más caros.

-¿Y por qué no reclamaba que le dieran el dinero?

-Me entrevisté con los del municipio. Fue una batalla. Entonces decidieron dar el dinero. En una cuidad daban 3000 reales. Estaba lejos del mundo. Las lluvias podían durar cinco días y no había comunicación por teléfono ni internet. Al final, dieron 1500, pero luchados en una batalla. Defendí los derechos sobre la base de lo que estaba escrito.

Como parte del Programa estaba previsto que los médicos cursaran una especialidad. Silvia no pudo terminarla porque las tareas y exámenes se hacían on line, y el internet era muy caro donde estaba.

-¿Cuál era su ciclo de incursión en las comunidades?

-Lo decidía el municipio. Como hablaba inglés, estuve vinculada a muchas organizaciones no gubernamentales (ong) del mundo entero que apoyan, porque la Amazonía es patrimonio de la humanidad. Con estas trabajaba bastante, pues iban mucho a las comunidades intrincadas. Los demás médicos no querían ir, pero la misión de nosotros contemplaba, por principio, hacer lo que hubiera que hacer. Cuando trabajábamos en las aldeas indígenas más cercanas, íbamos en lancha; pero cuando hacíamos las acciones de salud en localidades selváticas más recónditas, lo hacíamos en barco.

-Cuando incursionaban en la parte más intrincada, ¿regresaban el mismo día?

-Depende, si íbamos a las áreas cercanas, regresábamos el mismo día. Nos transportaban en lanchas rápidas conocidas como “ambulanchas”. Creo que me hice hipertensa en esas condiciones, porque aquello se levantaba, y nosotros sin salvavidas. No tuve miedo, pero el temor existe. Nunca dije que no; si había que ir, ahí estaba.

Cuenta que durante el trayecto escuchaba el mundo sonoro y estridente de los monos y las aves. “¡Era la selva, selva pura!”. Allí uno disfrutaba de una belleza natural nunca vista, inimaginable hasta entonces, sin palabras para describirla. Allí concurrían los verdes posibles y los que uno no concibe. El Amazonas, inmenso como un mar… Todo lo visto para no olvidar nunca. Se vive entre el asombro y el peligro todo el tiempo.

Por su itinerario de catástrofes por el mundo, Silvia aprecia mucho las medidas de seguridad y las cumple siempre de manera estricta. La estancia en el universo amazónico no cambió su percepción de cuidarse, en correspondencia con el título del libro autobiográfico de García Márquez “Vivir para contarla”.

-Soy muy disciplinada. Trataba de cumplir con todo. Si había que dormir en el barco, dormía en el barco. No podía estar después de las 6:00 de la tarde fuera, cuando salen los indios a cazar, y respetaba eso. Trabajamos mucho, muchísimo, casi hasta desfallecer, entre el calor que se llega a asemejar a una inmensa caldera de vapor, las pocas condiciones para brindar atención, el extremo cuidado que debíamos tener con los enfermos, sus costumbres, el no dominar sus dialectos, la naturaleza agresiva y el mismo cambio brusco del tiempo de ahora para ahorita. Todo muy estresante. Atendíamos la cantidad de pacientes que llegara. No pedíamos nada. Lo que había de comida, lo comíamos. Fue entrega total.

Silvia relata que en las comunidades indígenas su trabajo se dificultaba a causa de la lengua. Algunos varones hablaban portugués, pero para las mujeres era tabú aprenderlo. Como solución, la mayoría de las veces realizaba la consulta con algún intérprete que dominara el portugués y el dialecto.

Eran diferentes aldeas las visitadas por Silvia en sus incursiones selva adentro, aunque todas pertenecían a la misma etnia. En la expedición solían participar activistas de salud de alguna ong, vacunadores, dentistas, enfermeros, psicólogos y ella como médico. A los nativos de alrededor del punto donde ellos estacionaban se les veía llegar en sus botecitos para ser atendidos.

Según relata, las mujeres recolectaban parte de los alimentos y hacían platos típicos. A las niñas las casaban desde edades tempranas.

-Atendí embarazadas de 12 años. Como no podíamos resolver el problema allí, en el barco las llevábamos a un hospital principal para los estudios de rayos x y hacer exámenes.

Cuando el 17 de diciembre del 2014 los entonces presidentes Raúl Castro y Barack Obama anunciaron que se restablecerían las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, Silvia no se enteró a la par de la mayoría de los cubanos.

-Llevaba tres días incomunicada y cuando hubo conexión ya habían pasado la declaración sobre las relaciones y el regreso de los héroes. Yo dije: “Dios mío, se arregló el mundo”. Aunque fue un momento de felicidad, sentí rabia porque me enteré como una semana después.

Además de sus periplos por la selva, en los que a veces se trasladaba de una vivienda aborigen a otra en canoa, también daba un día a la semana consultas a indios que vivían en la parte más urbana del municipio. En total eran 13 aldeas indígenas en el territorio.

-¿Cómo fue la relación con la prefectura de Nhamunda?

-El perfecto estaba tranquilo porque no tenía ningún problema: los puestos de salud estaban cubiertos y sin quejas. El cubano no constituía un problema, no cometía indisciplinas, no salía del municipio y, además, se le pagaba menos. No teníamos momento fijo, nos paraban en la calle y nos preguntaban. Estábamos haciéndole el trabajo, pero de reconocimiento, de ese apoyo que podían habernos dado, no recibimos nada.

Al final de su estancia empezaron las elecciones municipales. No podían involucrarse en política, ni tomar partido. En esos días decidieron no usar nada rojo porque era el color de un grupo, ni nada naranja y amarillo porque era de otro bando.

En una temporada -recuerda- casi no pudo descansar ni cuando le correspondía por horario, porque los únicos médicos que quedaban en el municipio eran ella y otro cubano que había llegado de Cabaiguán, en Sancti Spíritus. Los peruanos estaban en su país y los brasileños del Programa, en Río de Janeiro.
 
-¿Qué decían sus pacientes sobre Cuba?

-No tenían ni idea de Cuba, de por qué estábamos ahí. Para ellos, eso sí, éramos médicos muy buenos. Hacíamos diagnósticos, tocábamos a la gente, los examinábamos. Mis enfermeras al principio no lo hacían, hasta que les enseñé. No estaban acostumbrados a ver médicos trabajando así. No entendían que yo le pasaba la mano a la cocinera, a ellos nadie los mira porque los médicos brasileños no tienen nada que ver con el personal de servicio, ellos solamente dan una receta al paciente y ya.
 
-¿Cómo era la relación con sus colegas?

-Tuve buenas relaciones con los brasileños. Con los peruanos sí confronté dificultades, pues llegó un momento en que la gente no asistía a la clínica privada de ellos y me hacían colas gigantescas en el puesto. Las personas decían: “Doctora, ¿cuándo va a mi aldea?”. Empezaron a depender de nosotros y eso constituyó la razón de la desavenencia con los médicos peruanos. De hecho, uno de ellos se fue para otro municipio.

-¿Los medicamentos debían comprarlos los pacientes?

-No, se les daban allí mismo. En el puesto tenía medicamentos de todo tipo. Eso es otro punto importante. Brasil, si no existiera el robo y la corrupción tan grande, tuviera un sistema de salud comparable con cualquier país europeo; ellos tienen todo.

Silvia compara la afectividad de sus pacientes venezolanos con la de los brasileños. El trato personal hacia ella, de forma general, fue más caluroso en Venezuela.

-En Venezuela tuvimos todo el apoyo de las comunidades, de la gente. En Brasil no fue problema de idioma, porque puedo hablar portugués. Te cuento un ejemplo. Tuvimos un niño caído de una azotea con un trauma craneal que no fue severo; no había ningún médico en aquel momento y fue a buscarme a la casa la familia del niñito. No podíamos atender urgencia, pero ¿cómo tú crees que yo voy a negarme a un niño que se ha caído y nada menos que de una azotea? Corrí para el hospital. Lo examinamos, lo estabilizamos, lo canalizamos en venas, buscamos un avión que lo viniera a recoger… Bueno, no tuvo complicación. Esa mamá te podía ver por la calle y era incapaz de saludarte, yo eso lo veía tan…

-¿Por qué cree que sucedía eso?

-Es cultura, ellos les tienen respeto a los médicos, como a una clase social muy alta. No podían entender que fuera a trabajar, por ejemplo, con tenis. Allá había inundaciones, llovía casi todos los días, uno iba sencillo, ¿para qué me iba a poner tacones? No están acostumbrados, y no es por mal, es cultural. Saben que salvaste a su hijo, pero temen a acercarse. ¡Tremendo! ¿Verdad?

-Si hubiera estado en el 2018 cuando Cuba retiró sus médicos de Brasil, ¿cómo cree que lo hubiera asimilado?

-Hubiera regresado sin titubear. Lo que hubiera decidido el gobierno de Cuba, lo hubiera hecho. Si fuera necesario, por ejemplo, estar en Venezuela, en las trincheras hasta el final, yo estuviera. Me dicen que debo regresar, regreso a la primera. Se acabaron las relaciones con Cuba, ya no nos quieren más allí, regreso a mi patria. Jamás me ha pasado por la mente… Voy a regresar siempre a mi país. Donde quiera que esté voy a dar el máximo siempre. Y no permito bajo ningún concepto a nadie en ningún país que me hable mal de Cuba, aunque sepa que tenga la razón en algún punto.

En Brasil pasó más tiempo del correspondiente, pues debía culminar en julio y lo hizo en noviembre. De allá -dice- no trajo casi nada material, pues como estaba en una zona apartada, las cosas costaban más caras. No obstante, se siente satisfecha.

-Esa satisfacción que siente el médico cuando ha hecho algo bueno no tiene precio. Haber salvado una vida. Hicimos cosas importantes. Todavía tengo en Facebook gente que me manda mensajes lindos.

-¿Actualmente en qué se desempeña?

-Cuando regresamos de Brasil muchos vinieron con dinero y no se incorporaron. Llamaron de la Dirección Provincial de Salud diciendo que se necesitaba que asumiéramos cargos de dirección. En mi policlínico no había jefe de grupo. Yo quería ir para un consultorio porque me gusta ese trabajo, pero me lo pidieron y asumí ser jefa de grupo, en el policlínico “13 de Marzo”. A la misma vez soy profesora, tengo residentes de primer año, de segundo año, alumnos de pregrado.

Durante los años de misión, a Silvia la han esperado en su hogar en Alamar. Su prole y padres atesoran historias interesantes que contarle a ella, por ejemplo, sobre las graduaciones de sus dos hijos, en las que nunca pudo estar. Uno de ellos tenía dos años cuando salió por primera vez, pero contó con el apoyo de su madre, gracias a quien ha podido cumplir sus sueños, explica agradecida.

Estando en Nhamunda, cuando llovía mucho, pasaba semanas sin saber de su familia y viceversa. Las comunicaciones, tanto por teléfono como por internet, se caían. María Ofelia, su mamá, actualmente de 81 años, se desesperaba porque sabía las condiciones en las que se encontraba.

-¿Nunca le han reprochado la ausencia?

-Soy yo la que me lo reprocho. Y me digo: “¡Dios mío, tantos años lejos de mis hijos, de mi madre!”. Estando en Brasil, Edson Ernesto, el mayor, quien estudió Enfermería, me mandó las fotos de la graduación. Le pregunté “¿qué haces allá delante?” y me dijo: “¡Mami, fui la mejor nota!”, pero como él es muy sencillo, no tenía ni idea. Del chiquito, Alejandro César, que estudia Arquitectura, jamás supe una nota tampoco, por ese sentido de la humildad que los caracteriza a ambos. Soy divorciada, su papá falleció en un accidente de tránsito en el 2012. Había hecho una maestría en Francia. Ya estábamos divorciados, pero él también los atendió. Por eso los reproches me los hago yo. Cuando uno llega a esta edad y mira con otra perspectiva, observa la vida ya con una mirada más crítica, lo hace desde la experiencia y uno dice con dolor y a veces con complejo de culpa: “¡Dios mío, me perdí tantas cosas…!”. Pero mis hijos son hombres de bien.

-Es algo sacrificado.

-Sí. ¡Muy sacrificado!

*Esta entrevista forma parte de un libro en construcción.

 

Comentarios

Bravo por Silvia. Que bueno saber estas cosas, espero que el libro esté lo antes posible.
La historia de una profesional sin medir distancias, valiente ante las adversidades y triunfadora por haber dado todo a cambio de concluir sus misiones con el deber cumplido como médico y como ser humano. Relatos q merecen aparecer escritos en las páginas de un libro q muchos esperamos.
hanaha46@nauta.cu
Excelente testimonio de la devocion a una de las profesiones mas dignas que existen. Felicitaciones a ambos.
Navarro
Increíbles estás historias, nos dan a entender los sacrificios q tienen q hacer nuestros médicos, si este relato estuvo tan bueno, el libro debe estar mejor enhorabuena....
Castro
Considero q la entrevista cumplió su objetivo, púes con las preguntas q se realizaron, uno puede conocer de la exitosa trayectoria de una mujer entregada por entero a su profesión, q a dado el paso al frente en cuanta tarea se le ha encomendado, dentro y fuera del país. Además por medio de éstas preguntas, hemos conocido a través de la Doctora de las costumbres, modo de actuar de otros países, comunidades, tribus y la opinión y conocimientos acerca de Cuba.

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