René Navarro, claro que sí…
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La alegría me enlaza. Y con fuerza. ¡René Navarro, Premio Nacional de la Televisión! Cuando un colega es reconocido con un galardón de esta clase y es merecido, uno siente crecer su pecho en ese pecho crecido. Y escribo merecido porque voy hacia una reflexión necesaria.
No debe premiarse con algo tan valioso a quien sea una magnífica persona, pero como profesional es mediocre. Tampoco a un ser genial, si su alma está podrida. José Martí tuvo palabras muy duras a quien no sitúa el talento a favor de la humanidad, y lacera la virtud. René tiene abrazados el talento y la virtud en la cima. Sin ser perfecto: ¿quién lo es? Y de serlo alguien, más bien de creerlo, está encadenado a la pedantería.
Al calor de este estímulo, públicamente han recordado su asistencia a una gran cantidad de competencias nacionales e internacionales de envergadura: excesiva atadura a lo cuantitativo. Lo trascendente es su labor en ellas: ha brillado en todas, no viajó a los países como maleta a la que se le ponen sellos e identificaciones, ignorando la historia del territorio donde está ni la del certamen. En ellas se ha comportado como los ases de la pista, el campo, la piscina, los estadios… a los que canta.
Con su saber y su dicción lo ha logrado. Vuelvo a reflexionar: voz magnífica carente de imaginación y conocimientos es foul a las mallas; también ocurre si a los conocimientos los acompañan el engolamiento o una sarta de heridas al hablar. Navarro tiene qué decir y sabe decirlo.
Su pasión por la cultura física y la narración la demostró desde pequeño: corresponsal voluntario de Radio Reloj, donde fue capaz de cubrir satisfactoriamente hechos no solo atléticos: por ejemplo, la visita de Dolores Ibárruri, La Pasionaria; la inauguración de una fábrica de osos de peluche… En la práctica, demuestra que amarrarse a la especialidad es un error. La vida no es un balón, la cultura general es indispensable.
Dos instituciones han sido esenciales en su existencia y lo ayudaron a pulirse como ser humano y periodista desde sus inicios: la entonces Escuela Nacional de Educación Física Comandante Manuel Fajardo —con nivel universitario actualmente— y la COCO, más que una emisora, el centro de formación de narradores y comentaristas deportivos más potente del país: ahí se ha forjado la inmensa mayoría de las mejores figuras. No podía faltar Navarro. Para mí, el más integral.
Graduado de profesor de Cultura Física, de entrenador y árbitro de baloncesto, impartió clases, dirigió equipos; graduado en la vida como comentarista, narrador, periodista para la televisión y la radio. Lo conocí cuando me iniciaba en la revista Mella, mientras él conducía el equipo Industriales en una lid femenina de baloncesto en el tabloncillo universitario Ramiro Valdés Daussá, repleto de aficionados, como era costumbre en esa época. Ahí comenzó nuestra amistad. Fundador como entrenador en los Juegos Escolares Nacionales también.
Agrega otros ingredientes indispensables a su labor: honestidad, espíritu crítico constructivo (jamás para lucirse), su creatividad: que lo digan sus bautizadas como Espectaculares Morenas del Caribe o su ritmo de Fresa y Chocolate... Y hay que oír su narración radial sobre las carreras doradas de Juantorena. Uno está en la primera fila del estadio de Montreal, o corre junto a Alberto y hasta penetra en su pensar.
No todo ha sido fácil: ha recibido no pocas mordidas en lo personal y en su quehacer. Maldita envidia, maldito dogmatismo, con sus colmillos grises preparados para herir a quienes poseen luz. Y él ahí, siempre ahí, a pesar de la lejanía de su Madruga amada sin que el rencor lo ahogue. Un nuevo y justo reconocimiento para quien es uno de los cubanos que ostentan el Premio Internacional de Periodismo Deportivo por la Obra de la Vida, instituido por la Dirección de la Prensa Deportiva en América. René Navarro incrementa la gloria de estos galardones.
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