Papa Francisco: entre la humildad y la reforma

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Papa Francisco: entre la humildad y la reforma
Fecha de publicación: 
21 Abril 2025
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La muerte este lunes de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, marca el cierre de una era singular en la historia de la Iglesia católica. Fallecido este lunes 21 de abril a los 88 años, en su residencia de la Casa Santa Marta en el Vaticano, Francisco no solo fue el primer pontífice latinoamericano y jesuita, sino también un líder religioso que llevó a cabo profundas reformas, promovió una Iglesia más cercana a los pobres y no temió alzar su voz contra las injusticias del mundo contemporáneo.

Su salud había dado señales de deterioro en los últimos años. El pontífice padecía una neumonía bilateral con infección polimicrobiana que complicó su estado físico. Desde febrero, cuando fue ingresado de urgencia por una bronquitis que devino en neumonía, hasta su regreso al Vaticano tras más de un mes hospitalizado, su figura aparecía cada vez más frágil. En silla de ruedas, con visibles hematomas por un accidente doméstico, Francisco resistía, como resistió durante décadas, impulsado por la fe y el compromiso pastoral.

Pero más allá del deterioro físico, el papa Francisco dejó una huella indeleble en la Iglesia y el mundo. Su estilo directo y su prédica constante en favor de los más desfavorecidos lo convirtieron en una figura respetada, incluso fuera de los límites del catolicismo. A los jóvenes les pidió “hacer lío”, instándolos a movilizarse y comprometerse. Esa frase, pronunciada en Brasil durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2013, captó el espíritu de un pontificado que apostó por la calle más que por los palacios.

Francisco fue un Papa del pueblo. No solo hablaba de fútbol y se confesaba hincha del San Lorenzo argentino, sino que también optaba por vivir en la Casa Santa Marta en lugar del lujoso Palacio Apostólico. En sus múltiples viajes —más de cincuenta países visitados— predicó la paz, la dignidad humana, la necesidad de cuidar el planeta y la importancia de tender puentes donde antes había muros. Su crítica al capitalismo salvaje, a la indiferencia global y su denuncia de las guerras lo posicionaron como un referente moral más allá del dogma.

Su legado reformista también es incuestionable. Enfrentó con valentía los crímenes de abuso sexual cometidos dentro del clero, fortaleciendo las normativas para la denuncia y castigo de esos delitos. Promovió cambios en el Código de Derecho Canónico, permitiendo mayor participación de las mujeres en roles eclesiásticos y, aunque no modificó la doctrina, reconoció públicamente que las personas homosexuales “son hijos de Dios” y tienen derecho a una familia. Sus palabras abrieron puertas al debate dentro de una institución tradicionalmente cerrada.

La figura de Francisco, sin embargo, no estuvo exenta de controversias. Antes de ser elegido papa, como arzobispo de Buenos Aires, tuvo tensiones con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en especial por sus críticas a la pobreza, a ciertos estilos de gestión y a leyes como el matrimonio igualitario. Fue acusado de conservador en temas sociales, aunque luego, ya como pontífice, mostró matices que ampliaron su comprensión del mundo contemporáneo y dieron espacio a una mayor tolerancia en el discurso eclesiástico.

El primer papa nacido en América Latina tomó su nombre en homenaje a San Francisco de Asís, el santo de los pobres, y procuró honrarlo desde el ejemplo. Aquel técnico químico argentino, hijo de inmigrantes piamonteses y criado en un barrio humilde de Buenos Aires, construyó una carrera sacerdotal basada en la sencillez, el compromiso social y el estudio. Fue maestro, teólogo, director espiritual, obispo, cardenal… hasta llegar a la más alta responsabilidad de la Iglesia católica.

Desde su elección el 13 de marzo de 2013, Francisco procuró acercar la Iglesia a los márgenes. Luchó contra el clericalismo, defendió una Iglesia sin lujos ni privilegios, y se comprometió con causas globales como el medio ambiente y la justicia social. Aunque sus reformas no estuvieron exentas de resistencia interna, su figura revitalizó el papado y amplió el diálogo entre credos y culturas.

Con la muerte de Francisco, se despide un papa profundamente humano, que se mostró vulnerable, que pidió perdón por los errores de la institución que lideró y que insistió siempre en la necesidad de actuar con misericordia. Su legado, aunque incompleto, deja un camino marcado para una Iglesia en transformación, que deberá elegir si continúa la senda reformista o si retorna a viejas formas.

Hoy, mientras el mundo lo despide, resuenan aquellas palabras que dirigió a los jóvenes: “hagan lío”. Quizás su mayor enseñanza no haya sido una encíclica ni un acto oficial, sino la invitación permanente a no quedarse callado, a comprometerse, a hacer de la fe una acción viva. El papa Francisco ha muerto. Pero su mensaje sigue vivo en millones.

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