Jesús Menéndez quiere conversar contigo
especiales
El líder azucarero cubano Jesús Menéndez, en obra de Adigio Benítez.
Enero 22 de 1948. Manzanillo. Estación de trenes. El capitán del ejército Joaquín Casillas Lumpuy pistola en mano. “Dije que te llevaba vivo o muerto”. Intentó arrestar al comunista Jesús Menéndez Larrondo. Representante a la Cámara por la votación del pueblo. Lo representa de verdad. “Usted no puede detenerme: yo tengo inmunidad parlamentaria”. Le da la espalda al esbirro. Balazos. El pulmón. La muerte.
Cuando hacía mi aprendizaje como machetero en una brigada, y aún yo no era periodista, me contó mucho de Jesús un veterano de las zafras. Ramón, siendo un adolescente, había tenido el privilegio de cortar caña con aquel hombre, labor donde comenzó una amistad profunda con él. Sus palabras fortalecieron en mi pecho la maravillosa elegía de Nicolás Guillén. Esos versos dolorosos y combativos estremecen, son armas: retratan al mártir, lo mantienen vivo y en combate.
“Jesús es negro, y fino y prócer, como un bastón / de ébano y tiene los dientes blancos y corteses / por lo que su boca se abre siempre amanecida; / Jesús brilla a veces con ojos tristes y dulces / a veces óyese bramar en sus ojos un agua embravecida; / Jesús dice carro, río, ferrocarril, cigarro / como un francés renuente a olvidar su lengua / de niño, nunca perdida; / pero es cubano y su padre habló con Maceo; / su padre, que llevaba en el hombro una estrella de oro; una ardiente estrella encendida...
Terminado el almuerzo, sobre su hamaca, antes de ir a recuperar fuerzas con la siesta o sentado sobre la tierra, recostado en el tronco de una palma o cerca de ir a dormir en su hamaca, le narraba esa historia a un grupo de los más jóvenes: “mi gran amigo se enfrentó a presidentes y magnates, a bandidos y millonarios. Molestó demasiado a los yanquis, por eso intentaron con un cheque en blanco que pusiera lo que quisiera ahí pero que se callara. No se vendió. Entonces decretó su muerte”.
Iba al origen -le fue fiel- y las vicisitudes: “Era de Encrucijada, allá por Las Villas. Hogar muy pobre, rico en honestidad y decencia. No pasó del cuarto grado. Desde chiquito cortaba caña en el central Nazábal. Después fue purgador en el ingenio Constancia, eso fue por 1928, y era despalillador de tabaco en los tiempos muertos. Se rebeló contra las injusticias: pues se hizo dirigente sindical. Oigan, me metió en eso. Sabía convencer... Y es el más grande líder entre los trabajadores azucareros. Entró al Partido Comunista en 1931. Y ya tú sabes... Por ambas cosas lo persiguieron duro, muy duro, hasta eliminarlo”.
Recordé entonces la Elegía a Jesús Menéndez del Poeta Nacional: “Cañas / desesperadas/ te avisaban / agitando las manos./ Tú andabas entre ellas. Sonreías / en tu estatura primordial y ardías. / Violenta azúcar en tu voz de mando / con su voz de relámpago nocturno / Iba de yanqui en yanqui resonando. / De pronto, el golpe de pólvora...”
No olvidaré jamás estas frases finales de Ramón aquella noche: “Fracasaron sus asesinos y los que les pagaron. Muchachos, vaya, si un 14 de diciembre nació Jesús Menéndez, volvió a nacer cuando lo asesinaron a balazos con 36 años de edad. Vendrían tiempos nuevos, traídos por gente bragada, sí señor. Ahí venía él. Más nunca lo podrían matar. Ahora mismo: ustedes están aquí, jodiéndese las manos, sin que haya plata por el medio... Lo mantienen vivo en el cañaveral todos los días. Y está por todas partes, por todas partes”. Guillén lo expresó así: “Los grandes muertos son inmortales: no mueren nunca / Parece que se marchan: parece que se los llevan, que se pudren, que se deshacen. ¿Quién vio caer a Jesús? Ni su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas. Y ahora grita, resuena, no se detiene. Marcha por un camino sin término...”
Cuando abracé mi profesión, ahondé en la obra del héroe. No me quedé en lo poético; vale, no obstante, vale también saber, como yo averigüé, gracias a la prensa proletaria de su época, lo siguiente: “logró el primer Convenio Colectivo de Trabajo, la reanudación de la zafra en los centrales inactivos, la creación del retiro azucarero, la implantación del decreto 117 sobre el régimen salarial, la cláusula de garantía del diferencial, el primer decreto sobre higienización de los bateyes, la participación obrera en las negociaciones de la zafra, el aumento de salario marinos y ferroviarios en relación con la industria azucarera, el aumento de ingreso a pequeños colonos y la creación de una base para la Clínica Nacional Azucarera. En total, Jesús Menéndez rescató para los trabajadores del azúcar el monto de mil millones de dólares”.
Hemos rescatado su sangre. Ya la Cuba no es dulce por fuera y amarga por dentro. Aunque quedan plantaciones difíciles, llenas de obstáculos y abismos. Sabremos echarlas abajo con nuevas cargas al machete. Como mambises que seguimos siendo los patriotas. El acometimiento prosigue contra tanta ignominia atacadora desde el revoltijo y la brutalidad del Norte, y los cómplices. En lo particular, tan ligado a nuestro Jesús: hay que rescatar la industria azucarera, tan golpeada por errores y olvidos; hay que lograr zafras como deben ser.
Jesús Menéndez puede ayudarnos. Está ahí, quiere conversar contigo. Ya lo advirtió Guillén: “...no espera tanto tiempo para hablarte. Te habla siempre, como un dios cotidiano, a quien puedes tocar la piel húmeda temblorosa de latidos, de pequeñas mariposas de fuego aleteándole en las venas...”
Trata de actuar como él sin dejar de ser tú. Te pasa el brazo por encima de la espalda, te regala su sonrisa, te crítica o te aplaude con su voz inconfundible, “...pues te habla siempre como un amigo puro que no desaparece”. Lo matas de nuevo si te vencen el deshonor, el vicio, el egoísmo, la falta de fe, y no ocupas el sitio que te corresponde en la batalla por Cuba, por América y la humanidad... Para que trinos y mañanas crezcan, Jesús debe seguir acompañándonos.
Casillas Lumpuy sería batistiano después, ganó grados y mantuvo su paso criminal. Capturado los primeros días del triunfo de la Revolución, juzgado y condenado a la pena capital, intentó escapar cuando lo conducían en un vehículo y, en el forcejeo, las balas de un fusil de un rebelde, terminaron con la vida del Capitán del odio como le puso Guillén.
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Carlos de New York City
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