El Club Antiglobalista. El coronavirus, ¿voluntad de Dios?

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El Club Antiglobalista. El coronavirus, ¿voluntad de Dios?
Fecha de publicación: 
21 Noviembre 2020
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Para el filósofo español Fernando Savater, la pandemia del coronavirus es un episodio más, del que no saldremos ni peores ni mejores. Según dijo recientemente en una entrevista, le molestan los moralismos que tienden a ver en lo que hoy sucede una especie de toma de conciencia, iluminación o estado zen. Más allá del estricto pragmatismo de este pensador, sujeto a los hechos de la historia, es cierto que, si se revisa la literatura publicada durante esta etapa, -sobre todo los autores que realizan una lectura ecológica del estado de cosas-, hallaremos visiones muy idealistas, en las cuales el planeta, una especie de mente supra o ser absoluto, estaría tomando conciencia de que el virus es la humanidad y por ende la elimina.

Sin ir más lejos, sorprende que autores de una tremenda lucidez en el pasado, caigan en esta trampa, que mistifica la realidad de la especie y de este momento histórico y concreto. Tal es el caso de Naomi Klein, quien aseguró en un intercambio con los medios de prensa que el hecho de que los delfines vuelvan a Venecia nos muestra cuán dañinos somos los seres humanos, así como que el planeta se equilibra de tal manera a sí mismo. Esta autora, famosa por su teoría sobre la doctrina del choque, se contradice de tal manera, haciéndonos ver que la crisis reside en una especie de “castigo de un dios” y no, como sostiene ella misma en su literatura, fruto de que el sistema capitalista genera las condiciones a ex profeso, para poder pescar en río revuelto.

Quienes hacemos una lectura crítica de los hechos y de los pronunciamientos de estos intelectuales, no podemos dejarnos de preguntar cuán orgánicos al poder pueden estar siendo algunos de ellos ahora mismo. El coronavirus es, en efecto, resultado del encadenamiento productivo en masa, que produjo el salto del patógeno del mundo animal a las personas. La lectura ecológica debiera centrarse en la crítica al sistema extractivo que explota intensivamente a la naturaleza, sin tomar en cuenta la finitud del recurso, sino una ganancia a corto plazo para el capital propietario. Incluso, varios organismos de salud habían previsto que, luego de varias epidemias de inicios del siglo XXI, la extensión de métodos mecánicos en áreas agrícolas y la invasividad de los espacios, pudieran generar la aparición de agresivos virus para los cuales no existe exención.

Más allá de esas verdades, el neodarwinismo social del sistema ha recortado, siguiendo la misma lógica mercantil, las inversiones a largo plazo en seguridad social, apelando a la supervivencia de “los más fuertes”, tal y como se vio a inicios de la pandemia del coronavirus, cuando gobiernos como el del Primer Ministro Boris Johnson apostaron por la “inmunidad de rebaño”. Para quienes hacen una lectura “supra”, espiritual, idealista subjetiva acerca de una supuesta conciencia planetaria; estos episodios, -donde el propio hombre tiene las armas científicas para vencer a su alcance y decide actuar políticamente como un cretino-, no encajan en una lógica iluminada, casi religiosa, inoperante y sí muy funcional a quienes quieren esconderse detrás de agendas progresistas para proseguir con su realpolitik.

Por duro que parezca, es más realista el pragmático Savater, que el soñador Slavov Zizek que, aun siendo marxista, cae en idealismos irreconciliables cuando aboga por un “comunismo a la vuelta de la esquina”, que según él será asumido pacíficamente por los mismos dueños del capital, en tanto se va a entender que vamos todos en el mismo barco y o nos salvamos o nos hundimos. Estos filósofos que hacen literatura a partir de hechos concretos ignoran que el mismo sistema ha estado varias veces a punto de destruirse él mismo, ya que no se trata de una autoconciencia absoluta, ni un ser supremo, sino de la movilidad multivectorial de un capitalismo guiado por intereses de clase.

Las teorías de conspiración y el temor a Dios

Las redes sociales no son un espacio neutro, ni desregulado, sino el constructo por excelencia del poder, que funciona mediante un bombardeo conductista de imágenes y mensajes en un mismo sentido. De tal manera, entre las tantas vertientes que se echan a rodar, se ha apelado a cierto bestiario medieval en la mente colectiva, que se relaciona con los tiempos finales de la llegada del Anticristo y por ende la toma de conciencia necesaria de una humanidad que “ha merecido” esta tragedia.

En la Edad Media, al no existir el avance médico, se culpaba al Demonio por las epidemias e incluso se señalaba a Dios como responsable máximo; el recuerdo de aquellos tiempos en las generaciones es avivado por quienes hoy desvían la justa crítica al sistema hacia pautas ecologistas donde, lo que antes era el Ser Supremo es ahora el planeta consciente y deseoso de lanzar su juicio terminal sobre el hombre. El vacío que algo así pudiera generar, la ignorancia política y el daño, ya se están avizorando en el renacer de fundamentalismos idealistas que, mal abordados, se transforman en discursos de odio xenófobos (el malo siempre es el otro, el de afuera). Así, por ejemplo, tenemos términos como “el virus chino” que intentan culpar al gigante asiático por su agresividad sobre el medio ambiente, derivada de un florecimiento a grandes pasos.

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La compartimentación de la crítica ecologista ha dividido el justo reclamo por un mejor planeta en los particularismos de los movimientos, una manera posmoderna de paralizar la lucha de clases. Informes como el de un desarrollo “sustentable” respaldan al punto de vista supremacista y de primer mundo de que, si un país es atrasado, como por ejemplo cualquiera de los del sur, lo mejor es que así siga, pues los ricos se ahorran otro ente contaminante. Aparte del egoísmo que encierra esa visión snob de la ecología, está la indolencia hacia el 85 por ciento de la humanidad que vive en peores condiciones, frente al 15 por ciento que comparte los niveles primermundistas.  

Frente a una real toma de conciencia de la gente, el sistema echa manos a lo que se conoce como ideas disolventes, o sea ingenierías sociales que paralizan la movilización o enfrentan a los actores unos con otros. El uso de personajes e influencers como la famosa niña sueca, por parte del capital, nos intenta (venenosamente) dar la imagen de que existe una porción de los ricos que es consciente, inclusiva y “buena”, culpándonos a los pobres de, en nuestra mentalidad de progreso, poner en riesgo un bienestar común. Tal es ahora mismo el fundamento de la crítica de ciertos sectores ecologistas burgueses hacia China, culpando a dicho país de tener “un diseño no sustentable”.

Capital y progres, alianza del siglo XXI

Hace tres décadas atrás la izquierda antisistema estaba en las calles con pancartas contra los organismos financieros internacionales, como el FMI, y protestaban con furia y rechazo hacia una globalización neoliberal que estaba ahogando a los trabajadores y las familias. Ahora, al cabo del relevo generacional, los milenials no se interesan por ese enfoque clasista sino que, a la manera de niños buenos de clase media, se dan las manos con determinados estamentos del establishment, los cuales, en sus plataformas, han hecho un cuantioso esfuerzo por captar a las causas progresistas.

¿Qué hace, por ejemplo, un organismo como el Banco Mundial hablando de inclusividad y protección al medio ambiente?, ¿acaso el sistema que financiariza y encarece la vida, a través de burbujas artificiales del mercado, ya dejó de ser el culpable del empobrecimiento, el desgobierno y el daño ecológico a grandes extensiones del planeta?  Los lobos no cuidan a las ovejas y mucho menos cuando la lana sigue siendo el negocio por excelencia y por ello precisamente no se nos dejará de esquilmar.

Una noticia reciente daba a conocer que, en una generación que vive pegada a las pantallas de los celulares y que todo lo debe entender mediante historias y fábulas y no el pensamiento abstracto, es muy fácil usar matrices ideológicas que bloqueen el pensamiento y la acción críticos. Teledirigir la furia y la inconformidad hacia otros grupos sociales y no el sistema, ha sido la gran ganancia del capital en estos tiempos de milenials. Para ello, se ha creado en la masa la ilusión de la clase media, de que sí se puede, de que dentro del sistema aún hay espacio para todos y fe en el mejoramiento.

La era Obama, el capitalismo de partes interesadas del Foro de Davos, la sociedad abierta de George Soros y la convergencia tecnológica como sustituta de la lucha de clases; son algunas de las fórmulas que se le venden a este milenial que no se siente un proletario, sino que aspira al mismo nivel de vida que sus ídolos propietarios, solo que con capucha progresista, ecológica, inclusiva. La realidad de la historia, la crisis del sistema, ha sido mistificada en una supuesta confluencia humanista basada en el eslogan de lo “sustentable”, de la idea “bonita” de que “todos vamos en el mismo barco”. Las luchas por la alimentación de todos, contra la desnutrición y la muerte por hambre de millones, son acalladas en los medios por la jerga del veganismo, que no tiene en cuenta las condiciones reales y casi primitivas de muchos seres humanos que viven en condiciones selváticas, como sus antepasados de eras prehistóricas. La imagen sustituye lo real, en una estrategia de mercadotecnia posmoderna propia de las mejores metáforas del genio Jean Baudrillard sobre este tema.

La lucha de clases “nunca existió”

Si vivimos en un planeta con conciencia propia, entonces tendremos que dedicarnos a la escucha zen de sus dictados, renunciando al carácter activo y transformador de la historia, revolucionario. En esa lógica mística, nosotros seriamos en efecto, plagas, que como los marcianos en la novela La guerra de los mundos de HG Wells, sobramos o somos demasiados –el discurso sistémico es cada vez más tendente a promover la no tenencia de familia y descendencia, bajo los  disfraces de la “lucha anti patriarcal” –. Como esos mismos marcianos, nos mata, no una guerra, no el enfrentamiento entre obreros y proletarios o las armas de destrucción masiva pagadas por la burguesía, sino un virus que el planeta ha puesto para corregir el error que somos.

Dicho relato, además de anticientífico e ideológicamente tendencioso, esconde el trasfondo darwinista y racial del sistema, ya que nos dice que hay una lógica selectiva en el aire y que, infalible, será ella quien decida los que deben prevalecer y no la justicia humana buscada de manera activa y revolucionaria. Este renacer del “derecho divino” en las manos de un ecologismo snob, este misticismo que justifica la muerte de millones a nombre del “planeta consciente” podrá parecer un discurso muy irreverente, poético y hasta cinematográfico, pero en esencia es muy reaccionario.

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Si el planeta nos supera en inteligencia, la lucha de clases nunca existió, sino que la historia pasa a ser la de un ente supremo que trata con otro, el hombre, inferior. En este rescate del relato bíblico, no hay la belleza del cristianismo, ni la humildad de los pasajes de Jesús, sino el régimen totalitario de una burguesía interesada en taponar las vías hacia una revuelta justiciera y definitiva a escala global.

Ser humano es un error, lo correcto es dejar de ser. Al final, este discurso nos deja el lineamiento casi eutanásico de que tenemos, por una especie de mandato ético supremo, que aceptar nuestra desaparición. El problema no es del sistema, sino del número de los que existimos, del impacto que generamos y solo dejando que el planeta se encargue, habrá una solución.

En este punto, es preferible asumir incluso visiones pragmáticas de la historia, antes que relatos de iluminados zen, que intentan desde una ideología medio hippie santificar la debacle como algo “inevitable” y hasta beneficioso para todos. En uno de los ensayos publicados en la obra Capitalismo y pandemia, que reúne a varios de los autores progres que ahora mismo están escribiendo del tema, se nos habla de una vida más allá de la muerte como algo real, en el sentido de que debemos contentarnos, si morimos de coronavirus, con una trascendencia hacia otras especies en la manera de abono para las plantas y alimento para los insectos, como parte del ciclo vital. Aparte de ridículo y cruel, este prurito nos remarca dos mil años atrás, a inicios de la Edad Media, cuando morir era una ganancia ya que se pasaba al mundo real y trascendente de las almas. Un ejemplo de cómo el sistema recicla sus propias ideas, usándolas incluso con un ropaje bello y mediático, para enmarañar una verdad incómoda.

 

Comentarios

El mensaje del capital, dormir a las masas que no piensen mucho y ellos el capital seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora, explotar a las masas y seguir saqueando los recursos naturales hasta que la música se acabe.
osmanimm64@nauta.com.cu

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