EDITORIAL: El ejemplo de Fidel
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Foto: Roberto Chile
El capital político y humanista de Fidel Castro sigue siendo, en el actual contexto cubano, una brújula indispensable. Forjado desde la acción y el pensamiento, ese legado se alimenta de una vida consagrada a interpretar y transformar la realidad. Fidel fue heredero de una larga tradición de lucha y rebeldía, y supo encarnar las aspiraciones más profundas de la nación, sintetizando la historia y proyectándola hacia el futuro. No se trata solo de rememorar sus hazañas, sino de entenderlas como herramientas vivas para enfrentar los desafíos presentes.
En sus propias palabras y actos, Fidel se definió como discípulo y estudioso de José Martí, a quien reconoció como el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada y la guía moral de la Revolución Cubana. Al afirmar que la Revolución es una sola, desde Céspedes hasta el presente, cimentó la noción de continuidad histórica como pilar esencial del proceso revolucionario. Esa visión, que enlaza las luchas emancipadoras del pasado con las batallas actuales, sigue siendo imprescindible para evitar rupturas artificiales y sostener un proyecto de nación coherente y con raíces profundas.
Su liderazgo no se construyó desde la distancia, sino desde el ejemplo y la implicación directa en los problemas y aspiraciones del pueblo. Fidel nunca eludió el contacto con la gente, convencido de que en ese vínculo se definía la legitimidad de la dirección política. Escuchar, debatir, convencer y movilizar fueron prácticas constantes en su modo de ejercer el liderazgo. Ese ejercicio, cimentado en la confianza mutua, constituye una lección vigente para las generaciones que hoy asumen responsabilidades en la conducción del país.
En el escenario internacional, Fidel alcanzó una estatura universal. Ninguna otra figura política latinoamericana del siglo XX tuvo semejante proyección ni asumió con tanta coherencia la defensa de un proyecto socialista, a muy pocas millas de Estados Unidos. Enfrentó presiones, agresiones y bloqueos con entereza, sentido ético y responsabilidad histórica, demostrando que la soberanía y la dignidad nacional no son negociables. Su legado es también una escuela de resistencia creativa frente a la adversidad.
Como estadista, defendió incansablemente los derechos de los pueblos del Tercer Mundo y denunció las injusticias históricas que los aquejaban. Fue un convencido de la integración latinoamericana y de la solidaridad con los oprimidos en cualquier latitud. Su voz se alzó en los foros internacionales para reclamar un orden más justo, un mundo donde la equidad, la cooperación y la paz fueran principios rectores. Esa proyección internacionalista sigue siendo un referente en un planeta marcado por desigualdades y conflictos.
Su capacidad para conducir procesos en circunstancias críticas, su empatía y su dominio estratégico resultaron claves para encontrar soluciones y alternativas incluso en los momentos más difíciles. Fidel aportó no solo la constancia, sino también la audacia y el pensamiento innovador que impidieron el colapso del proyecto nacional en coyunturas extremadamente complejas. La claridad y vigencia de su concepto de Revolución —cambiar todo lo que debe ser cambiado, actuar con sentido del momento histórico— son hoy más necesarias que nunca.
El humanismo que impregnó su obra y su pensamiento lo llevó a comprometerse con causas globales como la lucha contra el cambio climático, la defensa de la paz y el derecho al desarrollo. Fue un internacionalista convencido, capaz de movilizar recursos y voluntades para enfrentar epidemias, desastres y necesidades de pueblos lejanos, convencido de que un mundo mejor no solo era posible, sino imprescindible. Ese humanismo, que trascendía fronteras, debe seguir inspirando la proyección externa e interna de la nación cubana.
En la Cuba de hoy, marcada por tensiones económicas, desafíos políticos y transformaciones sociales, el ideario y la acción de Fidel Castro no pueden quedar reducidos a la condición de reliquias históricas. Su pensamiento es una plataforma conceptual dialéctica, abierta al análisis y la actualización, que ofrece claves para actuar en el presente. Seguir estudiando, interpretando y aplicando sus enseñanzas es condición para sostener la soberanía, la justicia social y la dignidad nacional. En la memoria y en la práctica, Fidel sigue siendo guía.
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