Cubanos habladores y sentipensantes (III)

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Cubanos habladores y sentipensantes (III)
Fecha de publicación: 
11 Mayo 2019
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                                                                    “El lenguaje que dice la verdad es el lenguaje “sentipensante.
                                                                          El que es capaz de pensar sintiendo y sentir pensando.”

                                                                                                        Eduardo Galeano

“El Mío, yo estaba en la tela, fula verdad, y aquello sirvió. De todas formas, la jeva me dio el berro.”

Sobre todo para los nacidos en las primeras siete décadas del pasado siglo, entender el diálogo entre jóvenes pude volverse a veces algo complicado.

Elena B., vendedora en una farmacia de Nuevo Vedado, confesó a Cubasí que “A veces yo solo les entiendo la idea central de lo que están hablando; me pasa como con las películas en inglés que no tienen subtítulos”.

Obviamente, no son todos los jóvenes cubanos aquellos que necesitan de traductor para ser entendidos por sus padres y demás adultos. Y no son únicamente jóvenes quienes apelan a esos modismos y neologismos que vuelven loca a Elena.

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Pero es innegable que cada tiempo tiene sus palabras. Y si el color punzó de las bisabuelas hoy mueve a risa, también ya se decoloran con el pasar de almanaques expresiones como consorte o monina. Asere, sin embargo, parece ser un término con cierto fijador porque ha ido pasando de generación en generación, aunque hoy con menos presencia.

El trío de vocablos compañero, asere y señor merecería él solito un comentario para abundar en cómo las palabras se re-significan y visten ropajes diferentes de acuerdo con tiempos y contextos.

Eduardo Galeano, ese magnífico domesticador de palabras, se pronunciaba sobre el asunto: “Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública: el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo”. Lo dejó apuntado en Patas arriba. La escuela del mundo al revés, 1998.

Hace relativamente poco concluyó en Córdoba, Argentina, el controvertido VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, abundantes desencuentros marcaron el encuentro. A pesar de presencias tan supuestamente relevantes como la del rey, el presidente, renombrados académicos y demás eruditos, muchos coinciden en señalar que las palabras pronunciadas en el evento por el artista Joaquín Sabina fueron de lo mejorcito en cuanto a aplausos y emociones:

"Yo me considero de una patria mucho más grande, que es mi lengua, la lengua española". Bonito sin dudas, pero Fernando Pessoa ya lo había dicho antes al asegurar que su patria era su lengua.

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En general, la también controvertida comunidad de hispanohablantes suma hoy a nivel planetario cerca de 577 millones de personas, el 7,6 por ciento de toda la población mundial.

En consecuencia, el idioma español constituye la segunda lengua más hablada después del chino mandarín, con unos 960 millones de hablantes en 2017.

Son unas estadísticas bien significativas, mucho más que cualquier congreso porque no son las academias las que hacen un idioma sino las personas que lo hablan.

Son esos más de 500 millones de personas los que van moldeándolo, arrancándole a veces tajos y otras enriqueciéndolo, coloreándolo, poniéndole carcajadas y lágrimas. Y es hoy un proceso tan dinámico como lo es el intercambio de información, la comunicación entre individuos y culturas todas mediante los adelantos de la ciencia y la técnica. Del telégrafo a Internet mucho que han parido y se han enlutado las palabras.

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A propósito de esa perpetua re-creación, la Doctora Nuria Gregori, directora del Instituto de Literatura y Lingüística, y miembro de la Academia Cubana de la Lengua, declaraba a CubaSí el pasado año: “La reafirmación de nuestras identidades lingüísticas y culturales constituye una necesidad impostergable ante un mundo cada vez más globalizado y homogéneo, por lo que no sería lícito adoptar una posición de indiferencia ante nuestra lengua”.

Luego de aclarar que no hay un buen y un mal Español, y que el mejor hablante no se ubica necesariamente entre eruditos y académicos, sino que lo somos todos, la Doctora Grégori sentenciaba: “Como ya lo había adelantado siglos atrás en sabias palabras Don Quijote a Sancho Panza: “El lenguaje puro, Sancho, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos...”

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