ARCHIVOS PARLANCHINES: Mentiroso ¿yo?

ARCHIVOS PARLANCHINES: Mentiroso ¿yo?
Fecha de publicación: 
22 Marzo 2019
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Los cubanos tenemos fama de extrovertidos, volcánicos y arrebata’os cuando las cosas se ponen malas. Cualquier hijo de esta tierra grita y manotea como el que más cuando le pisan un callo y, al rato, ¡todo está bien!, una cervecita o un café bien rico, un apretón de manos y un abrazo de Judas son ideales para seguir en la lucha. Sin embargo, hay momentos en que los criollos también apelan a las mentiras, tontas y hasta beatas, pero en el fondo mentiras, sobre todo cuando se percatan de que con lamentos y caras de malos no van a poder resolver el asunto.
 

Cuando se está en la fuácata y se necesita una bendición de bolsillo, no dudamos en atacar al primero que se nos ponga a tiro: «Asere, préstame un camarón, mañana te lo pago…». Lo malo es que ese «mañana» no llega nunca. A veces, usamos un ardid tan anciano como el dinero: «Amigo, si quieres, paga tú, solo tengo billetes grandes». Una forma hábil para escabullirse propia de los ciudadanos que no tienen ni un céntimo o son víctimas de una tacañería enfermiza.
 

Algo similar sucede con los encuentros: «Oye, acuérdate, la cita es a tal hora». Y nada… estaremos sujetos al calvario de una muy larga espera. Cada cubano tiene un reloj particular y ni Nostradamus podrá predecir el momento en que se va a aparecer. Luego, lloverán las justificaciones; no obstante, nadie se salva del disgusto, el cual puede duplicarse si, a la larga, el amigo no llega, a pesar de haber dicho más de una vez: «Espérame, que voy sin falta». A esto se le llama vivir del cuento.
 

Y ya que hablamos de pretextos, hay dos imperdibles y engañosos: «Se rompió la guagua» y «¡estaba enfermo!». El primero es perfecto para justificar las impuntualidades, pues los ómnibus vienen, a veces, muy llenos y tardan en aparecer. El segundo, por su parte, además de poco ingenioso, es peligroso; de manera frecuente «averiamos» a nuestros abuelos, padres, hermanos y tíos, y no pasa nada, hasta que un día alguien descubre que el hospitalizado es, hace rato, inquilino del cementerio. ¡Guayabero!... ¡Guayabero!... te gritarán por años.
 

En el sector del transporte se ha puesto de moda otra coloquial falsedad. Cuando un «amarillo» para a un carro estatal y se lo quiere llenar de gente, enseguida el chofer aclara: «No, no, compañero, voy hasta allí na’ má’». Claro, un gallo distinto cantará si, a dos cuadras, una chica bien linda lo detiene a fin de pedirle una «botella». Y en las zapaterías, por mencionar algún lugar de servicios, el asunto se torna más feroz aún. Cuando se indaga por el destino de nuestro ruinoso calzado podemos recibir muchas respuestas, aunque ninguna nos sirve: ¡La encargada no está!, ¡se acabaron los materiales!, ¡ayer no hubo luz!
 

Las gorditas y su entorno pueden generar igualmente algunos disfraces. «Yo casi no como», se la pasan exclamando las damas obesas que, en secreto, se pasan de glotonas. Y, después, cuando van a alguna fiesta, les preguntan preocupadas a sus madres: «¿Tú crees que me veo muy llenita?» Y las autoras de sus días les responden piadosas: «No, hija, esa ropa está algo estrecha».
 

Los niños rebeldes, peleoneros y flojos son, asimismo, expertos en el arte de la simulación. «Pedrito, la directora me llamó y me dijo que hoy le diste una patada a Juancito en el receso». «No, mami, estábamos jugando…». Y… ¿te dejaron tarea? «No, la maestra se tuvo que ir temprano, a su hijo le sacaron una muela». ¡Puras calumnias!
 

Bueno, ¿y qué me dicen ustedes de los trucos de los tipos informales capaces de prometer y prometer cosas imposibles de cumplir? «Compañera, la llamé ayer como 100 veces para avisarle que no se le puede entregar hoy el juego de comedor. ¡Usted no agarra el teléfono!» Lo peor de todo es que, al final, resignados, les echamos la culpa a las malas comunicaciones.
 

En ocasiones, se recurre un poco a la ficción con afirmaciones que no se cree nadie: «Ya vi esa película», «yo no tomo café» y «yo no te estoy gritando…». A la primera le echamos mano cuando se aspira a ser parte de una charla de cinéfilos sin visitar un cine en años; a la segunda, cuando la higiene de nuestro anfitrión no es confiable; y a la tercera, cuando hay que pasar por gente educada y se nos olvidan los sonados berrinches que armamos todas las noches en la esquina de la cuadra para hablar sobre Ronaldo o Messi.

Finalmente, muchos de estos «paquetes» no reciben castigos; decirle embustero a un cubano, aunque sea cierto, es un acto muy arriesgado. Como mínimo, buscará mil ejemplos para legitimizar sus aseveraciones y, de ser posible, jurará «por su madre» que él no mete globos. Incluso, algunos buscan el apoyo en las personas que estén cerca o pasan por el lugar de la conversación. ¡Su honra de sabelotodo no puede ser manchada! Ante tamaño alboroto, los denunciantes, a ratos, piden hasta disculpas, con tal de seguir sus vidas en paz…

Bueno, ¿y usted con qué mentiritas engaña a diario al prójimo?

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