Estados Unidos ama sus armas

Estados Unidos ama sus armas
Fecha de publicación: 
27 Julio 2012
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En algunos estados de Estados Unidos es prácticamente imposible comprar un queso francés elaborado con leche bronca, pero es legal e incluso sencillo comprar un rifle de asalto AR-15, como el que utilizó el presunto atacante en el cine de Aurora, Colorado, durante la premiere de la nueva película de Batman: The Dark Knight Rises.

Una vez más, Estados Unidos fue el escenario de un tiroteo.

Los hechos violentos en Aurora se suman a los del tiroteo en Tucson, Arizona, en 2011, cuando la representante Gabrielle Giffords resultó gravemente herida y además murieron 6 personas, o al tiroteo en la Universidad de Virginia Tech, en el 2007, en el que murieron 32 personas.

Pese a todo, son pocas las voces que promueven reglas más estrictas para la compra-venta y manutención de armas de fuego.

Por el contrario, Estados Unidos es un país que ama sus armas y que prácticamente nació como país independiente defendiendo el derecho de sus habitantes a tener y portar armas para la autodefensa y para formar milicias que defendieran el territorio independiente ante cualquier agresión por parte de los británicos.

La casi 'sacrosanta' Segunda Enmienda constitucional, de 1791, es precisamente donde se encuentra resguardado ese derecho a tener y portar armas.

Desde entonces, se han registrado escasos intentos por regular más estrictamente la compra-venta y la portación de armas. Los magnicidios políticos de la década de 1960: el del presidente John F. Kennedy en 1963, el del activista Martin Luther King Jr., en 1968 y el del procurador de Justicia y precandidato presidencial Robert Kennedy en ese mismo año, iniciaron una discusión sobre la regulación de armas de fuego, y como resultado, algunos estados empezaron a expedir licencias de portación de armas con requisitos más duros.

Sin embargo, no fue sino hasta la década de 1990, con el arribo a la Casa Blanca de Bill Clinton, cuando se dio un paso que para muchos fue inadmisible: un presidente y un congreso demócrata trabajaron una ley en conjunto que vetaría la venta de armas de asalto semiautomáticas, como la usada en la matanza de Aurora. El resultado fue que el Congreso aprobaría dicha ley en septiembre de 1994 por una vigencia de 10 años. Creo que esto, en parte, contribuyó a que en las elecciones legislativas de noviembre de ese año, los republicanos retomaran el control de la Cámara de Representantes.

Políticamente nadie quiere hablar del control de armas. Este tema, me parece, no goza de la simpatía del electorado más que en los núcleos urbanos, y tampoco en Nueva York o en San Francisco se organizan marchas masivas para exigir leyes más estrictas en la materia.

En la academia, incluso en sitios como el Centro de Investigación para el Control de Daños de Harvard (HICRC, por sus siglas en inglés) y otros centros de investigación similares, no hay estudios que concluyan robustamente que mayores controles a la compra-venta de armas ayudaría a reducir la violencia.

Por el contrario, la evidencia de sus estudios revela esa vieja frase de la academia: "se requiere realizar más investigación".

En el contexto de la competencia electoral de este año, tras la masacre en Aurora, Mitt Romney, el candidato presidencial republicano, ha tocado el tema muy tímidamente y solo ha mencionado la típica postura de su partido: el gobierno no debe intervenir y no son necesarias leyes nuevas en la materia.

El Presidente Obama se vio obligado a hablar del tema en un discurso pronunciado ayer en New Orleans. Habló en términos demasiado generales en contra de la violencia y sobre la necesidad de hacer algo para impedir que "personas inestables" o criminales puedan tener acceso a armas que solo el Ejército debería poseer.

Con ese mensaje, creo que Obama estaría cediendo a las presiones de algunos medios más liberales, como The New York Times, que han tratado de revivir el tema del control de armas y que han criticado duramente a los candidatos presidenciales por evadirlo y limitarse a pronunciar condolencias.

El tema de las armas no debe ser visto solo como un asunto de política interior estadounidense, más allá del férreo apoyo del que sigue gozando la política laxa en torno a la compra y manutención de armas entre los electores, especialmente los rurales, y más allá de que no hay candidatos presidenciales ni legislativos que prometan un mayor control de armas como compromiso de campaña e incluso más allá de la inexistencia de un movimiento social fuerte, con recursos y con presencia nacional que abandere esta causa.

Los mexicanos sabemos bien lo que provoca esa política flexible en torno a las armas.

Más de 3 mil puntos de venta en la frontera entre México y Estados Unidos, más de 60 mil muertos en la guerra contra el narcotráfico y el decomiso mensual de miles de esas armas compradas en Estados Unidos hacen que los mexicanos, tanto gobierno como sociedad civil, veamos como absurda una política que en todo caso también es un símbolo de identidad para los estadounidenses.

Ni Columbine, ni Virginia Tech, ni Aurora modificarán el amor que tienen muchos estadounidenses por sus armas. Mucho menos lo harán los reclamos del presidente Felipe Calderón ni las decenas de miles de muertos del lado mexicano, desafortunadamente.

Nota del editor: Genaro Lozano es politólogo e internacionalista, subdirector de la revista Foreign Affairs Latinoamérica, columnista en Grupo Reforma, profesor del ITAM y analista político para CNNMéxico. Puedes seguirlo en su cuenta de Twitter: @genarolozano

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