Euro: Una salida, por favor

Euro: Una salida, por favor
Fecha de publicación: 
24 Junio 2012
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Europa está obligada a solucionar ya el embrollo de la moneda única.

“La historia ha demostrado que los llamados visionarios son los verdaderos realistas y que los dubitativos y titubeantes suelen quedarse a la zaga”. Corrían los primeros meses de 1998 cuando el entonces canciller alemán, Helmut Kohl, apremiaba con esta arenga a cumplir los plazos establecidos y a alumbrar la moneda única que traería consigo “una verdadera estabilidad social”. Kohl se salió con la suya —pese a la resistencia de muchos de sus conciudadanos, a quienes acabó convenciendo con un liderazgo que hoy se recuerda con nostalgia en las grandes capitales europeas— y el euro nació el 1 de enero de 1999. Han pasado casi 14 años y la iniciativa más ambiciosa en la que se ha embarcado Europa corre el riesgo de agrietarse por las carencias de un proyecto que, a pesar de las dotes persuasivas de Kohl, estaba incompleto: no iba acompañado de una auténtica unión política y económica.

 

La Europa del euro se construyó inicialmente como un poder débil al que le faltaban parte de las herramientas de prevención de las crisis y todas, absolutamente todas, las necesarias para la gestión de una crisis como esta. En los dos últimos años ha habido un sinnúmero de cumbres que han corregido parcialmente esas carencias. Se ha retocado el edificio. Pero las grietas siguen ahí, a flor de piel. Una sacudida suficientemente fuerte puede llevar a una fractura, a un accidente; el riesgo es que todo ese edificio que tanto ha costado levantar se venga abajo. El examen al que se está sometiendo al euro revela profundas fragilidades en la construcción monetaria europea. “Mientras subsistan los fallos que han salido a la luz, la moneda única será objeto de todo tipo de suspicacias”, escribe Jean Pisany-Ferri en El despertar de los demonios (Antoni Bosch).

 

Europa busca desesperadamente una solución al embrollo en el que se ha metido. Tras las presiones recibidas a principios de semana por los miembros no europeos del G-20 en su reunión en Los Cabos (México), los ministros de Finanzas de la eurozona discutían esta semana en Luxemburgo acerca de la crisis griega, de la crisis bancaria española: de los agujeros más visibles en el edificio del euro. Pero serán sus inmediatos superiores —los jefes de Estado y de Gobierno de la UE— los que el próximo jueves y viernes deberán convencer a inversores y ciudadanos de que el euro es un proyecto viable. Lo urgente es taponar esos dos agujeros. Pero lo importante es apuntalar los cimientos: lo que la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, denomina “desarrollar una unión monetaria completa y real”, con una enmienda a la totalidad de la política anticrisis de inspiración alemana y una ambiciosa agenda reformista que pasa por una unión bancaria y una unión fiscal más integrada. Esa debe ser la nueva utopía factible de Europa.

 

Descartadas, por ahora, iniciativas de más largo alcance por la férrea oposición de Berlín, el debate girará en torno a los remedios a corto plazo —planes de estímulo para fomentar el crecimiento de los países del sur, la posible intervención del fondo de rescate europeo en el mercado de deuda para relajar las tensiones…— y, sobre todo, una ambiciosa reforma bancaria que debería despejar las cada vez más razonables dudas y demostrar que un euro depositado en un banco griego o español es tan seguro como en una entidad finlandesa. El impulso a la unión bancaria se topará —una vez más— con la oposición de los países más ricos del club, liderados por la canciller Angela Merkel. Pero aquí las posiciones no son tan enconadas, y hay más posibilidades de llegar a un acuerdo que en el gran tabú alemán: los eurobonos. Alemania también aceptaría dar algunos pasos en esta dirección (sí a un sistema de supervisión común; no a un fondo de garantía de depósitos europeo ni un fondo de resolución bancaria), pero preferiría dejarlo para más adelante.

 

“No hay tiempo que perder. Europa decidió no involucrar al banco central en la supervisión bancaria para evitar conflictos con la política monetaria. Pero el modelo actual ha quedado desacreditado por los hechos, más claramente con el rescate a los bancos españoles”, asegura el investigador Karel Lannoo en un documento elaborado por el laboratorio de ideas CEPS. Lannoo propone una unión bancaria en tres pasos: el BCE debería asumir en primer lugar la supervisión de todas las entidades de la eurozona, más tarde llegaría un fondo de garantía de depósitos común y, por último, pondría en marcha la creación de un organismo centralizado encargado de liquidar las entidades que amenacen la solvencia financiera.

 

Lo más urgente ahora mismo es, según Guntram Wolff, de Bruegel, “una hoja de ruta clara y detallada para establecer una unión bancaria con autoridades que hagan lo necesario para acabar con las entidades insolventes”. Wim Buiter, economista jefe de Citi y uno de los críticos que mejor ha anticipado los dilemas a los que se encara el euro, reconoce que la Unión se enfrenta a un conjunto de problemas institucionales de muy difícil solución, que exigirán importantes reformas. Lo que es seguro es que la parálisis, la prudencia excesiva, está debilitando el proyecto del euro hasta extremos peligrosos. Ahora, los términos de la disyuntiva rayan la desmesura: más Europa o ninguna. Buiter, que da casi por hecha la salida del euro de Grecia, asegura que la supervivencia de esa moneda sin patria está en el alero y requiere por lo menos lo siguiente: “Un instrumento que invierta en deuda soberana y dé la liquidez necesaria a los países solventes; una unión bancaria, y herramientas para reestructurar la deuda pública y la deuda bancaria, con una mutualización limitada a través de eurobonos”. Es decir, varios de los anatemas que Berlín no quiere ver ni en pintura.

 

Hasta aquí lo que dicen los expertos. ¿Qué posibilidades hay de plasmar estas ideas en la realidad? El presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, uno de los cuatro responsables de preparar las propuestas para la cumbre de la próxima semana, pidió apoyo para impulsar unas reformas que “demuestren al mundo que el proyecto europeo es irreversible”. Pero Bruselas, a pesar de que ha ido ganando parcelas de poder a lo largo de la crisis, carece de un impulso decidido y no deja de mirar por el retrovisor a las grandes capitales, siempre a la espera de saber por dónde sopla el viento esta vez, en lugar de fijar un rumbo. Ante la aún incipiente vuelta de Francia al debate europeo, Alemania lleva el volante con mano de hierro. Y Berlín insiste en no dar ningún paso hasta que se avance en una unión fiscal que implique ceder el control de la política presupuestaria, cumplir sus reglas a rajatabla. Alemania no quiere asumir riesgos si las reglas no están claras y si no hay garantías de que todo el mundo va a cumplirlas. No tiene interés en compartir sus garantías de depósitos —y mucho menos sus deudas— con países que considera manirrotos hasta que estos no entreguen las llaves de la caja fuerte. Somos conscientes de que las expectativas son altas. Tenemos que ofrecer algo, pero muchos países aún no han asumido que deberán avanzar hacia la unión fiscal. Va a ser muy difícil acordar un gran anuncio”, decía el pasado miércoles desde México un asesor de la canciller.

 

Francia, antigua aliada de Merkel, se muestra ahora como el mayor opositor a sus tesis. François Hollande se ha comprometido a impulsar una agenda por el crecimiento y ha propuesto medidas imaginativas como las euroletras. Para empezar, Hollande y Merkel anunciaron el viernes en Roma, tras reunirse con el primer ministro italiano, Mario Monti, y Mariano Rajoy, que se va a destinar el 1% del PIB europeo, unos 130.000 millones de euros, a un paquete para el crecimiento.

 

Todo apunta a que París no se va a conformar con meros retoques; y que en la cumbre de Bruselas volarán los cuchillos en dirección a Berlín. Un diplomático asegura que Francia “cree que en última instancia Alemania maniobrará para salvar el euro. Pero al Elíseo le preocupa que cuando Merkel decida moverse al fin, sea ya demasiado tarde”. De ahí que París ha iniciado una ofensiva diplomática para granjearse el apoyo de España e Italia, para presionar desde dentro de la UE a Alemania en la misma dirección que Estados Unidos, el G-20 o el FMI. La sensación de que un nuevo momento decisivo está muy cerca ha aumentado en las últimas semanas varios escalones el nivel de esas presiones. “La relativa calma de estos últimos días puede dar la falsa imagen de que las soluciones no son tan urgentes y que se pueden dejar para más tarde. Parece que en Europa solo se toman decisiones drásticas cuando el agua ya ha llegado al cuello”, resume el profesor de la Universidad de Valencia Vicente Pallardó.

 

La reunión del pasado viernes en Roma debería servir para limar las asperezas que han surgido últimamente en el eje franco-alemán. Algo se está moviendo. Hace meses habría sido impensable oír al ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, reclamar alzas salariales o al ultraortodoxo Bundesbank aceptar como un mal menor una inflación ligeramente superior a la media europea. Hace solo unas semanas era imposible que Alemania dijera que la compra de bonos por parte de los fondos de rescate está disponible (aunque para ello lo tenga que solicitar un país y comporte un programa con estricta condicionalidad fiscal). Son todavía señales tímidas, pero estos anuncios suponen una cierta concesión a la política de estímulos que reclaman Washington, París y, desde luego, todo el sur de Europa.

 

De lo que haga Alemania, una vez más, depende el futuro inmediato de Europa. Según unos documentos publicados hace unos meses por la revista Der Spiegel, en el equipo del excanciller Kohl abundaban en los años noventa las dudas sobre la capacidad del euro de sobrevivir.

 

Jacques Delors, presidente de la Comisión, apostaba en ese momento por una “federación de Estados nación”, a la que podía llegarse con un rodeo por la moneda, que venía a ser más un medio que un fin. Kohl tenía una idea similar, pero con el euro como instrumento, como piedra base para construir una Europa federal, con los alemanes donando parte de su orgullo (el marco) a cambio de dar pasos hacia la unión política.

 

Entre los asesores de Kohl, por cierto, empezaba a sobresalir una mujer relativamente tímida, procedente del Este, perfectamente conocedora de todos los temas de la agenda política, con las ideas claras y una ambición que aún no se apreciaba en su verdadera dimensión. En manos de la muchacha, apodo con el que Kohl se refería por aquel entonces a Merkel, su antigua protegida, está ahora el subsanar los errores de diseño original o acabar con el proyecto tal y como lo concibió, entre otros, su mentor político. La Alemania de Merkel, en fin, tiene por tercera vez en un siglo el futuro de Europa en sus manos.

 

¿Y la prima de riesgo, qué?

 

El rescate de la banca española, que, según el presidente Mariano Rajoy, era una buena noticia, no solo ha infectado a la deuda española, cuya prima de riesgo tocó el lunes el récord de 589 puntos. La fiebre se contagió de inmediato a Italia. Por eso los jefes de Gobierno de los dos países viajaron a la reunión del G-20 en México con varias propuestas en la maleta.

 

Rajoy trató de reabrir un debate que parecía zanjado cuando España solicitó la ayuda de hasta 100.000 millones de euros: que este dinero no compute como deuda pública. Eurostat, la agencia estadística europea, ya había dejado claro que la inyección aumentará tanto la deuda como el déficit público, y todo apunta a que este es un tema zanjado.

 

Más suerte tuvo el primer ministro italiano. Mario Monti planteó un alivio para los “países virtuosos” que se topan con el castigo de los mercados pese a hacer las reformas que les exige Bruselas. Su propuesta consiste en que el fondo de rescate europeo compre deuda en el mercado secundario para aliviar la tensión. “Esto debería separarse claramente del concepto del rescate”, añadió el italiano, consciente de que Alemania difícilmente va a aceptar ese trágala.

 

Monti recibió un capote del presidente francés. “Italia ha lanzado una idea que merece la pena estudiar”, respondió François Hollande. El BCE ve con buenos ojos esta propuesta porque le libera de la presión que sufre cada vez que se disparan las tormentas financieras. Los perjudicados por el capítulo actual de la crisis del euro, conscientes de que el organismo que dirige Mario Draghi es el único que puede devolver la tranquilidad, miran hacia Fráncfort esperando que haga algo. “Es un misterio que hace un año se permitiera al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF) intervenir en el mercado secundario y que ningún Gobierno haya usado esa posibilidad”, dijo el miércoles Benoît Coeuré, miembro del BCE.

 

El muro contra el que suelen chocar las propuestas no fue en esta ocasión tan duro. La canciller alemana, Angela Merkel, dijo que “existe la posibilidad” de usar este instrumento para comprar deuda, aunque de momento es algo “puramente teórico” y, sobre todo, deben solicitarlo los países que lo desean y aceptar la estricta condicionalidad que lleva asociado. Merkel habría comentado en privado, según la agencia Reuters, que estaría dispuesta a dar este paso si la crisis se agrava.

 

Pero la iniciativa de Monti también tiene sus puntos débiles. El primero es que el país que solicite este mecanismo tendría que asumir una serie de condiciones impuestas por los acreedores. También se verá obligado a firmar un memorándum como los que se redactaron para Grecia, Irlanda y Portugal, aunque en este caso sería mucho más rápido y laxo.

 

La Comisión pone más pegas. El portavoz de Asuntos Económicos, Amadeu Altafaj, calificó la medida de “paracetamol financiero”. “Podría aligerar el dolor, pero no resuelve las causas, que están en la base de los problemas estructurales de la economía española, italiana u otras", aseguró. “Estoy de acuerdo. El EFSF tiene una potencia demasiado limitada como para ejercer una influencia creíble en el mercado secundario de deuda”, asegura Guntram Wolff, investigador de Bruegel.

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