Las bases ideológicas del plattismo cubano

Las bases ideológicas del plattismo cubano
Fecha de publicación: 
19 Junio 2012
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La Enmienda Platt se firmó en Cuba el 2 de marzo de 1901. Se trataba de un apéndice a la Constitución de la República, aprobada en febrero de ese mismo año, cuyas bases ideológicas se ajustaban al pensamiento del liberalismo burgués del siglo XIX. La presentó el senador estadounidense Orville H. Platt como enmienda a la Ley de Créditos del Ejército, de ahí el nombre con que pasó a ser conocida. Gobernada entonces por Leonardo Wood, Cuba se hallaba bajo la égida de la intervención militar estadounidense y había estado bajo la presión de la opinión pública y las luchas políticas acerca de las relaciones futuras con los EEUU.

William Mc Kinley, presidente de los EEUU, anunció claramente ante el Congreso, el 5 de diciembre de 1899, sus intenciones respecto a la Isla: “La nueva Cuba, al levantarse de las cenizas del pasado, necesita estar sujeta a nosotros por lazos de singular intimidad y fuerza para asegurar su prosperidad duradera.” Con esta alocución, quedaban claros los preceptos a seguir: singular intimidad y fuerza, que significa sujeción incondicional a la política exterior estadounidense, y aseguramiento del progreso, lo que redunda en dependencia económica y asunción civilizatoria del modelo emergente de la democracia norteamericana.

Las circunstancias para la firma de la Enmienda Platt fueron impositivas y se condicionaron, incluso, al establecimiento de la República. Y por la República se había llevado a cabo la revolución independentista. Así, tras los frustrados intentos de los comisionados que viajaron a los EEUU con la intención de conseguir reformas en el texto, y sucesivas votaciones adversas, consiguieron aprobarla, el 12 de unió de 1901, con solo cinco votos de diferencia: dieciséis a favor y once en contra.

En el panorama anexionista nacional pugnaban contra el reconocimiento pleno de la independencia, propuestas como la del anexionismo inmediato, impositivo y de facto; la anexión a más largo plazo, tras un periodo de establecimiento de condiciones propicias; o la adopción de formas semejantes al colonialismo inglés, camuflado tras el desarrollo industrial y las libertades de inversión extranjera. Entre los partidarios de la anexión inmediata se hallaba el trust del Azúcar, que defendía el empoderamiento de sus intereses económicos en la Isla. Con la experiencia de las libertades arancelarias del periodo de ocupación militar, habían comprobado que les sería difícil, si no imposible, desplazar la competencia europea en el ámbito de las relaciones comerciales bajo un sistema de puertas abiertas, como llamaron al nuevo experimento que convertía a “La Perla de las Antillas” en un laboratorio con vistas al futuro del Caribe y América Latina.

Se importaba en la Isla desde EEUU nada menos que el 45,9% de todo el comercio nacional, cifra que era la más alta de Latinoamérica para las exportaciones estadounidenses. Apenas transcurrido el primer año de intervención militar, habían duplicado sus exportaciones y se ratificaban como el primer socio comercial de Cuba. No bastaba, sin embargo, para la hegemonía del imperialismo monopolista en ascenso, y era preciso aplicar su definitiva política del “Gran Garrote”.

Las libertades arancelarias del gobierno interventor comenzaron a regir en Cuba a partir de diciembre de 1898, cumpliendo con la perspectiva de Mc Kinley de insertar el progreso en la Isla para la singularidad, dominadora, de sus lazos con la potencia. Fue, en cuanto al crecimiento económico, un paso de avance para el comercio cubano en relación con el injusto y retrógrado sistema de aranceles español. Por fin, Cuba se enfrentaba a una apertura al mercado mundial sin las insostenibles restricciones de España, aunque bajo el control fiscal de las ganancias por parte de los EEUU. Así, era el propio comercio cubano el que sufragaba los gastos militares de la intervención, sus reformas sanitarias y urbanas, e incrementaba además empleos y salarios. Una sensación de progreso que sentaba las bases para fomentar la discusión anexionista, o, en su lugar, de dependencia económica y vanagloria del sistema político.

Pronto, y a pesar del crecimiento de las exportaciones, los propietarios azucareros cubanos estarían endeudados con la banca norteamericana y comenzarían su intenso cabildeo para establecer un Tratado de Reciprocidad Comercial. Este se firmaría en diciembre de 1902, con su correspondiente ratificación en 1903, y dejaría el camino listo para la dependencia económica, de conjunto con la fiscalización política de la nación. Se trataba de un acuerdo en suma desventajoso, mediante el cual apenas el azúcar y el tabaco cubanos alcanzaban rebajas de hasta el 20% en tanto numerosos productos norteamericanos eran beneficiados con rebajas de entre el 20 y el 40%. Y mientras EEUU seguía su amplio comercio mundial, a Cuba se le negaba la posibilidad establecer tratados con otras potencias. El desequilibrio en la balanza comercial de Cuba fue, por consecuencia, en aumento. Le sucedió una serie de firmas de convenios que ponían de inmediato en práctica los efectos de la Enmienda Platt: el Tratado Permanente, el 22 de mayo de 1903, destinado a recoger todo el articulado de la Enmienda; el Convenio de Arrendamiento para estaciones navales, el 2 de julio de 1903, con la proyección de bases en Guantánamo y Bahía Honda y, en 1904, el Tratado sobre la Isla de Pinos, que cesaba, tras intensas protestas y manifestaciones de oposición nacional, las intenciones estadounidenses de apropiarse de ese territorio. La renuncia a ocupar la Isla de Pinos constituía, a fin de cuentas, el único pago al esfuerzo de los cabilderos plattistas.

Tanto la Enmienda Platt como el Tratado de Reciprocidad Comercial, dejaban legalmente establecidos los fundamentos para el carácter neocolonial de la República y para descargar sobre una supuesta incapacidad criolla para gobernar, las limitaciones de la Democracia partidista. La oligarquía cubana de entonces no tuvo reparos en vender la soberanía de la nación cubana por la promesa del crecimiento de sus propios dividendos y, desde luego, por rapiñar privilegios comerciales.

De ahí que tanto el Círculo de Hacendados y Agricultores como el Centro de Comerciantes y la Sociedad Patriótica de Amigos del País, aceptaran la Enmienda y presionaran para que se firmara. De ahí, además, que el apoyo del Norte se volcase en la candidatura del posterior triunfador, Tomás Estrada Palma, uno de los artífices del pacto, y en contra de Bartolomé Masó, enemigo público de la Enmienda Platt.

Los plattistas del siglo XXI, apoyan el bloqueo económico, impuesto por los EEUU desde 1962 y condenado por la Asamblea de Naciones Unidas en sucesivas votaciones de mayoría a brumadora, y supeditan las posibilidades comerciales de Cuba a su inserción en el panorama del neoliberalismo global. Adquieren de la estrategia injerencista estadounidense sus tácticas de acción, en franca concesión a sus imposiciones. Condicionan además la soberanía nacional al ejercicio del voto ciudadano en la competencia electoral propia de la Democracia liberal y no reconocen su participación activa en el sistema constitucional vigente. Y enconadamente niegan, por demás, la trayectoria de luchas emancipatorias antimperialistas que han marcado nuestra Historia. No es de dudar, tampoco, que se harían abanderados de la firma de uno de los desventajosos Tratados de Libre Comercio que EEUU reserva para los países de América Latina, todo, por tal de conseguir un buen negocio, una empresa próspera o, siquiera, un salario holgado que les permita adquirir las super novas tecnológicas del consumo global.

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