Arte de memorias y homenajes (+ FOTOS)

Arte de memorias y homenajes (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
19 Septiembre 2017
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Hace pocos meses, el joven artífice Osmani Betancourt Falcón (Versalles, Matanzas, 1973), por todos conocido como Lolo, concibió la creación de una galería al aire libre con  piezas tridimensionales ubicadas en la ribera del río San Juan, realizadas por él y por un grupo de creadores locales pertenecientes a su Proyecto San Juan. La solidez del acogedor paseo escultórico resistió, sin daño alguno, los embates del huracán Irma, tras su devastador paso por Matanzas.

La admirable idea de uno de los escultores más notables de la ínsula, le impregnaron sublime espiritualidad a un segmento de la calle Narváez, donde entre las vías denominadas Jovellanos y Matanzas, radica el taller-galería de Lolo, instalado en un derruido y vetusto edificio donde hace un siglo habitó el profesor  Alberto Tarascó Martínez (Cataluña, España 1891-La Habana, 1952),  creador de las primeras escuelas de artes plásticas y de pintura registradas en esa ciudad. Esta última devino Escuela Provincial de Artes Plásticas, que llevó su nombre.

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Imagen de un destino.

En esa época la calle Nárvaez se llamaba Eleuterio Tello Lamar —después se denominó Río—. En la casona marcada con el número 27, tras arribar a Cuba en el año 1916, Tarascó estableció su colegio, de gran significación en el desarrollo de las artes plásticas, pues en él estudiaron  muchos de los pintores de ese territorio con una obra legitimada en la primera mitad del pasado siglo.

Tales particulares le adjudican relevancia histórica a la edificación, una de las fundacionales de la localidad y que Loló salvó de mantenerse como repulsivo basurero, en tanto quizo homenajear el legado del profesor catalán en aquel sitio ubicado en la Manzana de Oro de Matanzas. Aledaño a él, desde el 3 de marzo de 1941, radica la Escuela Provincial de Arte, cuyos educandos realizan prácticas en el espacio que el talentoso artífice comparte con el  maestro Manuel Hernández —ambos premios provinciales de artes plásticas— y el joven Dariel Lozano Pérez. Ellos anhelan reconstruir el inmueble y crear en él espacios para exposiciones y conferencias. Hoy es uno de los lugares más frecuentados por los matanceros y por el turismo nacional e internacional.

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Extraña soledad.

También reconocido por sus esculturas en bronce y resinas, el uso de colores (óleos), lienzos y otras técnicas mixtas, la obra de Lolo igualmente ha recibido palmas en otros eventos internacionales como la Bienal de La Habana, en cuya penúltima edición presentó su enigmática pieza titulada La Comparsa, la cual acaparó la atención del público en la fortaleza de La Cabaña; suerte que igualmente tuvieron sus trabajos presentados en el Evento Internacional de Cerámica de Oveiro, Portugal; así como en la Muestra de Arte Cubano en Orleáns, Francia, y sus exposiciones llevadas a cuatro salas diferentes de Panamá en el año 1997.

En las obras tridimensionales de Lolo el espectador se enfrenta a un arte reflexivo, eminentemente conceptual, a través del cual el placer y el pensamiento se conjugan en una especie de exorcismo del que emanan disimiles conclusiones relacionadas con la vida contemporánea. Sus discursos plásticos establecen diálogos que nos identifican, valoran y juzgan.  De ahí que su obra se inserte dentro del arte escultórico de vanguardia y no dentro de la artesanía artística, aunque a modo de “descarga” de sus manos también han emergido infinidad de obras premiadas en importantes concursos, como las bienales de Cerámica Amelia Peláez y Arte del Fuego; los salones Roberto Diago, y de La Vasija, respectivamente.

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De la serie Ofrenda.

Su creación es simbólica y enigmática. Si bien La Comparsa marcó una importante señal dentro de la producción iconográfica de este maestro, en general sus esculturas e instalaciones evocan lo doméstico y lo popular  para acuñar un estilo en el que los pañuelos de cabeza, las cazuelas, las jabas y otros artículos presentes en la cotidianidad de los cubanos, devienen referentes existencialistas dentro de complejas narraciones entretejidas mediante una técnica impecable y precisa. Lolo doblega el barro, lo conjura y lo pone en función de su ideario estético, del que emanan inconcebibles personajes y anécdotas que establecen mística interconexión entre el arte clásico del Renacimiento y la modernidad.

Pero Osmani —cuya valiosa obra quisiéramos disfrutar con mayor frecuencia en las galerías de la capital— no siempre fue conocido como Lolo, ese apodo lo recibió durante la infancia, en tiempos en que cursaba estudios  de primaria en Jagüey Grande. Aquel chico con pretensiones artísticas a la postre se graduó en la Escuela Vocacional de Artes Plásticas de Matanzas y luego en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de La Habana (1992), de Escultor y Dibujante; para prontamente trascender con el singular apelativo que hoy lo identifica en todo el archipiélago y más allá de nuestras fronteras. Su obra se atesora en el Museo Nacional de la Cerámica; en la Casa Taller Pedro Pablo Oliva, y en otras numerosas colecciones privadas e institucionales de Cuba, España, Italia, México, Panamá, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Holanda y Francia.

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Restauración para amor mecánico.

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