Antesala de la llamada Cumbre de las Américas: Las mentiras de McKinley

Antesala de la llamada Cumbre de las Américas: Las mentiras de McKinley
Fecha de publicación: 
10 Abril 2012
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El embajador estadounidense en Colombia, Michael McKinley, hizo declaraciones sobre Cuba a la emisora Caracol Radio, donde mezcló ignorancia y afán de tergiversación.

Próxima ya la titulada VI Cumbre de las Américas, sus palabras abordaron dos temas: la inclusión de la isla en esas Cumbres y los resultados de la lucha antidrogas en el área.

El diplomático subrayó que ambos asuntos formarán parte de los próximos debates, fijados para el sábado 14 y el domingo 15 del presente mes en Cartagena de Indias, Colombia.

McKinley aseguró que siempre han estado dispuestos a hablar de las políticas que realizan en relación con temas controversiales.

También dijo que respetan la posición de otros países hacia Cuba y que «nuestro objetivo durante años ha sido apoyar al pueblo cubano en su deseo de tener una evolución democrática dentro del país...»

Quienes tienen un conocimiento desprejuiciado sobre la historia de las relaciones entre La Habana y Washington, saben que tales argumentos, sencillamente, no son reales.

La Casa Blanca ha martillado la tesis de que Cuba debe su independencia a Estados Unidos, pero enmascara que su intervención militar del siglo XIX en la isla tuvo lugar cuando ya el poder colonial español estaba virtualmente vencido allí.

Impusieron una enmienda a la Constitución de la república naciente, que les abrió el camino para llegar a convertirla  en una neocolonia al servicio de Washington.

El principio del fin de este panorama ocurrió el primero de enero de 1959, cuando echó a andar un proceso dirigido a establecer la independencia, la soberanía y la justicia social.

Ahí radicó desde entonces el «pecado original» de la Revolución cubana que gobiernos de Estados Unidos no le han perdonado ni perdonarán alguna vez.

Días después del triunfo de enero, en Estados Unidos iniciaron una fuerte campaña contra los juicios a asesinos y torturadores de la tiranía de Fulgencio Batista que no pudieron huir.

A tres semanas del triunfo revolucionario, el 22 de enero, durante una conferencia de prensa, un periodista mejicano le preguntó a Fidel Castro qué haría Cuba si Washington le imponía un bloqueo económico.

«Tomaremos –respondió el líder- las medidas que las circunstancias recomienden».

En 1983 publiqué un libro dedicado a este asunto: El Bloqueo a Cuba, que transita desde los tiempos del antiguo régimen colonial hasta mediados del año 1964, cuando la Casa Blanca suspendió las ventas de medicinas y alimentos a La Habana.

Al leer en su conjunto la obra, me convenció aún más de que, en ocasiones, la realidad deja pálida a la ficción, sobre todo cuando se pretende escribir una historia o novela de horror.

¿Cuál ha sido la regla de oro de tal política hacia Cuba? La suscribió el 6 de abril de 1960 un documento elaborado por L. D. Mayory, alto funcionario del Departamento de Estado.

Reconocía que «la mayoría de los cubanos apoyan a Castro», y añadía que el único medio de terminar eso radicaba en «negarle dinero y suministros a Cuba para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno».

Llegaron tan lejos, por ejemplo, que una maestra norteamericana, Joni Scott, denunció años atrás en el Congreso que en 1999 por llevar biblias a La Habana, Washington le impuso una elevada multa.

Ahora la Casa Blanca hizo ingentes esfuerzos para dificultar el viaje del papa Benedicto XVI a Cuba y silenció su desacuerdo con el bloqueo, al igual que antes, cuando desoyó el reclamo de su predecesor, Juan Pablo II, de poner fin a esa política.

Pero el embajador Michael McKinley declaró el lunes en Bogotá a Radio Caracol, que Estados Unidos respeta la política de otros hacia Cuba, pues únicamente les interesa apoyar al pueblo cubano en su deseo de marchar hacia la democracia.

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