Diálogos en papel carbón

Diálogos en papel carbón
Fecha de publicación: 
20 Mayo 2015
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Buscaba un programa televisivo en específico, pero al tropezarme en la pantalla con varios niños que respondían ante un micrófono,  me detuve a escuchar.

Eran seis, de Primaria, y todos dijeron lo mismo, casi  con las mismas palabras.

No fue un descubrimiento, pero confirmó algunas suposiciones que he ido construyendo durante mi ejercicio reporteril: Como tendencia, falta creatividad y sello personal en el hablar de los cubanos.

Incontables veces me ha sucedido lo mismo que sufrió el colega de la TV; al interrogar a niños, adolescentes, jóvenes y adultos intentando -sobre todo a través del periodismo de investigación y sus técnicas-  encontrar tendencias, estados de opinión y otras orquídeas, he chocado con frases hechas, consignas y respuestas que expresan lo que el hablante supone que quiere escuchar su interlocutor.

Mientras eso ocurre en intercambios relativamente formales, también en el diálogo informal que a cada instante está construyéndose, igual se hace evidente la pobreza en el decir. Son los mismos adjetivos e idénticas expresiones para referirse a cada asunto.

Y no estoy hablando aquí de vulgaridades, pero sí, también,  de algunos modismos como el calificar que todo está fula. Si la fiesta quedó buena, estaba fula; si quedó mala, estaba fula. Masvla intención de estas líneas no es emprenderla contra si “los chus esos tienen tremendo voltaje”, si fulanito “está escapa’o” o “tranquila, date un tinte”.

Aun en el más correcto español persiste ese mal que menciono, sobre el que pudiera armarse una situación como la siguiente:

Al médico del Idioma acude como paciente la expresión oral y le comunica compungida:

-Ay, doctor, me duele la falta de adjetivos, de opiniones originales comunicadas originalmente; me duele la falta de brillo y vuelo en el decir.

-Estimada paciente, yo podría recetarle la lectura de un par de libros a la semana; pero eso sería solo un paliativo. Como si para una amigdalitis le indicara solo dipirona que disminuyera la fiebre y el dolor de garganta, pero no los antibióticos que acabarían  con la infección.

-Entonces, ¿cuál es su diagnóstico, su tratamiento?

-El hombre piensa como vive, y el lenguaje es la envoltura material del pensamiento. Entonces, estudiemos primero cómo vive y piensa para luego entender qué sucede con sus palabras.

En tanto ese imaginario médico emprende tan complicadas investigaciones, vale dejar apuntadas, por lo menos, algunas posibles condicionantes de ese decir gris, repetitivo y poco auténtico que, aun sin generalizar, puede escucharse en no pocos espacios, formales e informales, de la cotidianidad nacional.

Si en el libro que le entregan en la escuela aparecen en letras negritas las ideas que el estudiante debe aprender, mecánicamente las memoriza para la prueba y punto. Las deducciones, la polémica, la gimnasia para la lógica, no tienen demasiado espacio en nuestro  sistema de enseñanza. Esta cubana, sin que nadie le haga el cuento, fue testigo  de cómo un profesor de los que calificaba pruebas de ingreso respondió a una madre cuando ambos comentaban sobre una pregunta contenida en la prueba de historia: “es verdad que en el periódico se ha hablado sobre eso, y es verdad que en ese libro que usted me comenta también, pero imagínese –casi se quejaba el docente-, ellos tienen que contestar por lo que decía el libro de texto, que es lo que dice la clave”.

¿Dónde están las claves para destrabar nudos como estos?  Dónde, si el que discursa desde un podio, tenga la edad que tenga, igual echa mano a las mismas frases y recursos expresivos, a la vez que reitera argumentos similares. El “deber ser” se trastoca muchas veces con lo que realmente es, y cuando se pide una opinión, apelan a lo primero, es más seguro, cómodo. Además, para esas respuestas ya existen  hasta las formas de decir, precocinadas o enlatadas cual comida rápida. Y estas respuestas en conserva, qué poco saludables resultan a la ética y sus digestiones.

Si a lo dicho agregamos las vulgaridades que se han ido abriendo paso en el habla de los cubanos de todas las generaciones, la mezcla se torna entonces aún más lamentable. Pero no son estas cuartillas para comentar sobre las llamadas “malas palabras”, aunque de todos modos quedan incluidas en el asunto. Se apela tanto a las groserías debido a que a la mente no acuden otros vocablos para expresar lo que se desea, con los matices que harían falta. Cuando es así, entonces las llamadas “malas palabras”, son doblemente malas por evidenciar además de carencias en la educación, sobre todo, carencia de ideas.

El conocimiento y la cultura son sin duda libertad, y por ende, también una expresión libre, original, creativa. Y esos saberes, cuando son auténticos,  no vienen en letras negritas o en guías de estudio, tampoco se adquieren únicamente en la escuela. La lectura es una de las fuentes vitales para pensar y expresarse mejor.

No conozco de ninguna investigación reciente y pública que actualice de cuánto y qué leemos los cubanos. Pero si uno se guía por las colas y compras de las Ferias del libro, lo que al menos puede asegurar es que los libros para colorear y los infantiles en general, se llevan las palmas; sin olvidar las largas filas para las ofertas gastronómicas y otras vendutas.

Si otro camino es atender a qué dedican el tiempo libre los habitantes de esta Isla, entonces también puede corroborarse que no es precisamente la lectura una de sus preferencias para los ratos de ocio. Ver televisión, y audiovisuales en general, sigue siendo la opción que más entretiene a los cubanos.

¿Y cómo y de qué se habla en la TV, cuánto nos ayuda a ser auténticos en el pensar y el decir? En ese mismo rumbo, ¿qué debemos a los medios de comunicación en general, o cuánto nos deben ellos?

Es posible que las soluciones masivas y a veces paternalistas de las que hemos sido destinatarios, y en ocasiones coprotagonistas, también hayan abonado  esa cierta uniformidad en respuestas y formas de expresión oral. No debería olvidarse la frase del filósofo chino Lao-Tsé: “Si das pescado a un hombre hambriento lo nutres durante una jornada. Si le enseñas a pescar, le nutrirás toda su vida”.

Lo peor y lo mejor de todo esto es que la creatividad en el pensamiento, y por tanto en la expresión, sí que no puede ser programada, como se programa en el mundo cibernético, porque perdería su esencia, sería un sinsentido. Vale pues, en busca de soluciones, un viaje a la semilla al estilo carpenteriano, pero no para volver a la nada.

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