Aracataca despide al Gabo

Aracataca despide al Gabo
Fecha de publicación: 
22 Abril 2014
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Aracataca, el remoto poblado colombiano que Gabriel García Márquez ancló para siempre en el mapa del mundo transfigurado en Macondo, comenzó este lunes su largo adiós al Nobel, un ritual con sus nueve días y nueve noches contados.

A las 15:00 hora local, con 32 grados centígrados a la sombra, en medio del vapor húmedo del Caribe y un sol ardiente cuyas reverberaciones crean la ilusión de espejismos líquidos en el aire, la multitud avanzó escoltando un féretro simbólico.

Como también lo será su entierro en ese lugar que inmortalizó para siempre en su literatura.

Los habitantes de Aracataca-Macondo llegaron puntuales a la cita, cuyo punto de partida fue la casa revivida en Cien años de soledad, donde transcurrió la niñez y adolescencia de Gabo, hoy devenida Casa-Museo.

Un funeral simbólico, con 10 estaciones o paradas en cada uno de los sitios ligados para siempre a su novela magistral, desde la calle Monseñor Espejo hasta la botica de Los Barbosa.

El lugar exacto en que doña Luisa Santiaga, la madre del escritor, y Adriana Barbosa anudaron, tras años de ausencia, "el abrazo interminable que marcó el nacimiento de su obra monumental".

Otros pasajes del recorrido fueron la calle de Los Turcos, la primera que recorrió a su regreso en 1983 con el Nobel en las manos, la escuela Montessori donde aprendió a leer con la maestra Rosa Helena Fergusso, la Casa del Telegrafista (donde vivió y trabajó varios años su padre, Eligio García).

También las Cuatro esquinas, antigua sede del cine donde lo sedujo para siempre el misterio de esos personajes que vivían su vida frente a él y cuyo soplo de humanidad lo rozaba con un aliento cálido.

El recorrido abarcó el sitio donde está instalada la escultura de Remedios, la Bella en el momento en que ascendía al cielo, entre sábanas blancas, al influjo de su inspiración.

Tampoco podía faltar la casa del exalcalde Luis Porto García, donde se fraguaron tantas parrandas vallenatas (mi novela, afirmaba, es un largo vallenato de 350 páginas).

Luego, el tránsito por la iglesia donde se ofició una misa en su memoria y la vuelta del féretro simbólico a la Casa-Museo.

En el ritual de los cataqueños no podía faltar la música a la que una vez Gabo, en una de sus crónicas espléndidas, dijo amar más que la literatura.

Como centro de ella, esa música de honda raíz popular, la música del Caribe, saturada de boleros, plenas, rumba y los legendarios vallenatos de Rafael Escalona y Leandro Díaz.

Esa música popular de todos los tiempos en cuyo folclore bebieron a fondo en su tiempo los cultores de la llamada música culta: de Bartok a Prokofiev, a Mozart, a Bach o Haydn.

Gabo acunado entre los rumores y el perfume eterno del Caribe.

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