Adiós al gran maestro del ballet cubano

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Adiós al gran maestro del ballet cubano
Fecha de publicación: 
29 Julio 2013
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Fernando Alonso era un hombre amable, sencillo y jovial. Era uno de los grandes de la danza en Cuba y América Latina, y sin embargo no parecía demasiado persuadido de esa circunstancia. La muerte lo sorprendió a una edad casi bíblica: 98 años, casi lo sorprendió trabajando. No hace mucho todavía acudía a la Escuela Nacional de Ballet (la escuela que él mismo fundó y dirigió hace más de 45 años), a tomar ensayos, a ofrecer conferencias, a aconsejar a quien quisiera ser aconsejado… No asumía poses de leyenda viva, a pesar de que lo era. Se dice fácil, pero las implicaciones son grandes: Fernando Alonso fue el principal artífice de la metodología cubana para la enseñanza del ballet, la columna vertebral de la escuela cubana de ballet, la más joven de las grandes escuelas reconocidas internacionalmente.

Junto a la gran Alicia Alonso (que fue por mucho tiempo su esposa y compañera de trabajo) y su propio hermano Alberto (coreógrafo inspirado), Fernando forma parte del trío principal de la danza académica en Cuba. Los tres fundaron el Ballet Alicia Alonso (después Ballet de Cuba, finalmente Ballet Nacional de Cuba), la primera compañía profesional en Cuba. Fue un empeño mayúsculo, que enfrentó prejuicios y obstáculos. Pero la determinación de los fundadores prevaleció. Después de peripecias más o menos arduas, al triunfo de la Revolución Fidel Castro Ruz le encargó a Fernando la reorganización del elenco. Y desde entonces pudo hablarse de una gran compañía, que a lo largo de estos años ha sido la principal embajadora del arte danzario cubano en el mundo.

 

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¿Cómo es que Cuba, una isla tan pequeña y lejana de los principales centros culturales del mundo, pudo fundar una compañía tan reconocida? Hay muchas respuestas, pero nada hubiera sido posible si Fernando Alonso no hubiera decidido irse a los Estados Unidos llevándose a Alicia (una muchacha especialmente dotada para el ballet) con él. Durante años tomaron clases, conocieron figuras reconocidas en medio mundo. Fueron testigos de privilegio de la consolidación de las grandes compañías de ballet en Norteamérica. Formaron parte del elenco de las principales agrupaciones. Pudieron hacer carrera allí (de hecho, hasta cierto punto la hicieron), pero pensaron que tenían una deuda con su país. Y regresaron. La historia se ha contado muchas cosas.

La escuela cubana de ballet fue fruto de un proceso creativo continuado, pletórico de experimentaciones. Se tomaron en cuenta influencias de otras escuelas, se asimilaron maneras y se desecharon otras. Nació una marca propia, que asumía sin complejos el gran acervo cultural de la Isla, los rasgos de la identidad nacional. Alicia Alonso, bailarina extraordinaria, fue el cuerpo principal de los tientos y realizaciones. Fernando Alonso fue el maestro, el metodólogo, el científico, el organizador. Ya en los años sesenta del siglo pasado el mundo del ballet asistió al “milagro cubano”, representado por las jóvenes bailarinas que asistieron a competencias en Europa. Bailaban de otra manera, había nacido una escuela. Fernando Alonso las formó a todas.

 

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Hombre incansable, dirigió el Ballet Nacional de Cuba con rigor y capacidad incuestionables. Durante su gestión, la compañía se convirtió no solo en el principal referente iberoamericano del arte del ballet clásico, sino también en un centro coreográfico de excelencia. Muchas de las obras que se estrenaron durante aquellos años están consideradas ahora clásicos indiscutibles de la coreografía nacional. Fernando fue un estilista, cuidó de que sus alumnos preservaran las esencias de un arte de siglos, sin que eso significara que se cerraran a las nuevas tendencias.

En 1975 comenzó otra de sus grandes aventuras creativas: la dirección del Ballet de Camagüey. Fernando encontró una agrupación menor, de limitados alcances, y con los años la convirtió en una compañía reconocida fuera de las fronteras nacionales. Sus años al frente de aquel elenco todavía se recuerdan como la edad de oro del ballet en Camagüey. Hoy la compañía está más que consolidada, en buena medida gracias al trabajo de Fernando.

 

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Sus últimos años los dedicó a la Escuela Nacional de Ballet, aunque también era asistente habitual de las funciones del Ballet Nacional de Cuba. Para Fernando el trabajo no era simple responsabilidad, era vocación vital. Bailen como si bailar fuera la vida —repetía de cuando en cuando a sus alumnos. Su muerte es una gran pérdida para la cultura cubana, pero afortunadamente su obra está salvada. Mientras se baile ballet en Cuba, se seguirá hablando de Fernando Alonso. Ese es el gran privilegio de los maestros.

 

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FOTOS: Archivo, BNC y Gabriel Dávalos

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