¿Cuá?, Cua’quiera

¿Cuá?, Cua’quiera
Fecha de publicación: 
19 Febrero 2020
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Resulta bonita la metáfora de que la ciudad es una sinfonía. Con un poco de buena voluntad, puede suponerse que el ronronear de los autos, el rugir de los vehículos pesados, el graznido de algunos cláxons y el susurro —a veces grito— de las olas rompiendo contra el malecón habanero conforman una singular sinfonía.

Pero, en esa sinfonía citadina, ¿dónde quedaría el cantar de los gallos, el graznido de los patos, el gruñido de los cerdos, el berrear de los chivos?

Alguien que viva en otras latitudes, pudiera entender como una sinrazón la pregunta, porque ciudad, metrópoli, urbe, debiera ser el antónimo de ruralidad, campo, de corral y manada.

Sin embargo, basta recorrer no pocas calles y barriadas habaneras para comprobar que, sorprendentemente, a veces los límites entre campo y ciudad parecen estar borrándose.

Lo mismo puede encontrarse a un señor al amanecer pastoreando un rebaño de chivos que se resiste a cruzar la calzada; que puede amanecerse con los primeros claros junto al cantío de un gallo, que resuena entre edificios como diana combativa.

Igual no es difícil tropezarse en ciertos patios a cerdos disfrutando del sancocho traído del cercano comedor obrero, o descubrir junto a la puerta de alguna vivienda sin portal, es decir, en medio de la acera, una jaula de tiernos y pacíficos conejos, ignorantes de su futuro con olor a fricasé.

Lo más reciente con que se tropezó esta redactora, en el corazón del Vedado capitalino, fue una cría de saludables patos, cuyos dueños los sacan a coger el sol al pie de un edificio prefabricado de 21 plantas.

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Se ven bonitos los paticos, limpios, bien cuidados, picoteando aquí y allá el césped que rodea la edificación, mientras las jaulas vacías los aguardan a escasos metros para regresarlos luego quién sabe a qué apartamento, garaje, sótano, pasillo o azotea.

Quizás los estén criando por simple vocación avícola, para disfrutar de sus graciosos contoneos; o quizás sea con una finalidad más pragmática, asociada a la dieta y la proteína animal.

No importa el motivo para preguntar dónde quedaron las regulaciones, la consideración con el vecino, la disciplina en el comportamiento ciudadano, las normas de convivencia e higiene comunal.

Mientras llegan las respuestas en esta ciudad por la que tanto se ha hecho —y se sigue haciendo—, a propósito de su aniversario 500, la sinfonía de la ciudad sigue vibrando con su polifonía de gruñidos, cantíos, ladridos, graznidos y cuanto sonido de animal de corral quiera sumársele.

Por su parte, los paticos de esta historia siguen agitando sus blancas plumas bajo edificios del Vedado, mientras sus graznidos parecen dialogar:

—¿Cuá?

—Cua’quiera, cua’quier ciudad me viene bien.

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