Béisbol cubano: El respeto debe venir desde arriba
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La actual Serie Nacional de Béisbol está presentando graves problemas de disciplina, algunos abordados ya en estas páginas. Sin embargo, en las últimas subseries se han dado dos incidentes graves en los cuales la principal culpa la tienen los árbitros, precisamente quienes están encargados de imponer respeto dentro del diamante.
Para ser sinceros, los imparciales han estado en el centro de cada una de las indisciplinas ocurridas, pero no es lo mismo cuando el germen de una protesta puede ser una supuesta equivocación, pues todos somos humanos y nos podemos equivocar, que cuando la persona que más respeto exige es quien se lo falta a los demás.
Ocurrió primero con una periodista y luego con un mentor. Reclamaron de manera correcta y recibieron respuestas groseras y nada dignas de alguien que está para velar por el orden y la disciplina dentro de un juego de pelota.
La noción de respeto ha sido a menudo malinterpretada y subestimada, y comúnmente se piensa que es un derecho inherente que debe ser otorgado a todos por igual, pero no se puede olvidar que el respeto se gana, no se impone. Esta premisa no sólo es válida, sino esencial para la construcción de relaciones sanas y significativas en todos los ámbitos de la vida, más allá del deporte.
¿Para qué esforzarse por ganarlo cuando puedes simplemente exigirlo como si de un derecho divino se tratara?
Algunos piensan que es suficiente con llevar un uniforme, y otros que se pueden imponer a gritos y con palabras soeces, como si estuviera en la cima de la cadena alimentaria. Total, si no tengo que rendir cuentas a nadie. Pero afortunadamente no es así, y en nuestro propio campeonato ya son varios los jueces que han sido sancionados, con castigos que van desde uno a 10 partidos, en dependencia de la gravedad de los errores.
Las acciones, actitudes y comportamientos de una persona generan una respuesta por parte de los demás, y los seres humanos somos más inclinados a respetar a quienes demuestran integridad y coherencia en sus palabras y acciones.
Una posición de autoridad, creyendo que un título o estatus le otorga automáticamente la sumisión de sus subordinados o compañeros no es correcta. La arrogancia, el egoísmo, la intimidación y la incapacidad de escuchar a los demás son factores que erosionan rápidamente el respeto y generan un ambiente de desconfianza y resentimiento.
Las figuras de autoridad que logran conectar genuinamente con su entorno son las que, de verdad, ganan la admiración de aquellos a quienes lideran, pues cuando las personas se sienten valoradas y escuchadas, es más probable que respondan con esa obediencia respetuosa que queremos.
En vez de esperar que los demás nos hagan caso simplemente por nuestra posición, debemos esforzarnos por demostrar, día a día, que somos dignos de ese respeto a través de nuestras acciones, para poder aspirar en un plano mayor a una sociedad más justa y armoniosa, donde prime la ética por encima de la guerra de egos.












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