Prisión… o camposanto
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El mandatario estadounidense sueña con convertir a Gaza en un lugar turístico y sede de grandes negocios, con una población hábilmente escogida a su gusto y al de los multimillonarios que lo acompañarían, pero siempre sin palestinos. Imagen: Captura de video publicado por Trump.
Conocedor de que una guerra nuclear no dejaría margen para negocio alguno (nadie gana, todos pierden), el presidente norteamericano, Donald Trump, se esfuerza ahora para que no llegue a más la inspirada por el propio Estados Unidos y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte para agredir a Rusia mediante Ucrania.
Pero no ocurre así con el abierto e impune genocidio que realiza Israel contra el pueblo palestino.
El propio mandatario estadounidense exhibe una abierta preocupación para que no cese el flujo de todo tipo de ayuda militar a Tel Aviv y complete sus planes para expulsar o eliminar a un pueblo que está siendo masacrado en su hogar.
No hablemos de cifras oficiales o no de víctimas, porque a las casi 50 000 muertes provocadas directamente por el ocupante sionista, habría que añadir otro tanto producto de las ausentes condiciones sanitarias y de alimentación. Las principales víctimas son niños y mujeres, en las que incluso utilizan francotiradores, para evitar que los pequeños crezcan y busquen justa venganza y las mujeres no puedan procrear.
En este contexto, Trump se ha burlado del plan de la Liga Árabe que se basa en que el pueblo palestino permanezca en sus tierras.
El proyecto en cuestión consta de tres etapas, primera de las cuales implica proporcionar alojamiento temporal a los palestinos que perdieron sus hogares.
El plan incluye la construcción de un puerto pesquero, un puerto comercial y un aeropuerto internacional en Gaza, con el fin de contrarrestar la propuesta de Trump, en la que Estados Unidos asumiría el control después de que la población sea reubicada.
El secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Abdul Gheit, igualmente pidió al Consejo de Seguridad de la ONU el despliegue de fuerzas internacionales de paz en Cisjordania y la Franja de Gaza.
Asimismo, propuso crear un comité de gobernación del enclave que incluiría a tecnócratas no afiliados a las facciones palestinas y funcionaría durante un periodo de transición de seis meses, todo lo cual fue saludado por el movimiento Hamás.
El grupo también instó a los países árabes que obliguen a Israel a cumplir los términos de un acuerdo de alto el fuego en el enclave palestino.
El acuerdo consta de tres fases, pero Israel se ha negado a implementar la segunda, que exige una retirada militar completa de la Franja de Gaza.
En su lugar, propone extender la primera fase, que incluye la liberación de los 59 rehenes restantes (24 de ellos vivos) a cambio de la excarcelación de presos palestinos.
Hamás rechaza esta propuesta y exige pasar directamente a la segunda fase, lo que llevó a Israel a suspender la entrada de ayuda humanitaria en el enclave y reanudar los bombardeos contra la población inerme, además de intensificar la represión contra los palestinos residentes en Cisjordania.
NO TIENE QUE SER SIONISTA COMO BIDEN
El mandatario estadounidense sueña con convertir a Gaza en un lugar turístico y sede de grandes negocios, con una población hábilmente escogida a su gusto y al de los multimillonarios que lo acompañarían, pero siempre sin palestinos.
Para los habitantes de Gaza, y posiblemente después de Cisjordania y el resto de Palestina, Trump ha hecho contacto con las autoridades que se disputan el poder en Sudán, Somalia y la llamada Somalilandia, donde Israel tiene una base militar.
No es fácil ser optimista y evitar lo que el escritor argentino Eduardo Mallea predijo en su libro con el explicativo título de que Todo verdor perecerá.
La injusticia sigue allí, latente, y nadie ha podido eliminarla.
Así, como un ejemplo de lo anterior, recordemos que, en apenas dos años, los que duró el periodo que fue desde el plan de partición de Palestina de la ONU de 1947 hasta el fin de la primera guerra árabe-israelí en 1949, cerca de 750 000 palestinos fueron expulsados de sus hogares y tierras en la Palestina histórica. Lejos de ser una coyuntura provocada por la guerra, el éxodo masivo y forzoso de miles de familias árabes respondió en gran parte a un plan de los líderes sionistas del momento, convencidos de que la pervivencia de un Estado judío solo sería posible mediante una limpieza étnica del territorio. Hoy, 77 años después de la fundación del Estado de Israel, los palestinos que sufrieron la Nakba (‘desastre’ en árabe) y sus descendientes no han podido regresar todavía a su lugar de origen, y constituyen, con más de seis millones, uno de los grupos de refugiados más grande y el más antiguo del mundo.
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