Estados Unidos y la fractura europea
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Una vez más, Estados Unidos divide a una Unión Europea que ya no parece tan fuerte. Como quien exige un precio que no está dispuesto a pagar, la administración Trump presiona al bloque comunitario para que sancione a China y reduzca su intercambio comercial con el gigante asiático. Mientras tanto, en Corea del Sur, el magnate devenido en presidente —experto en reality shows— estrecha la mano de Xi Jinping y anuncia que reducirá los aranceles a los productos chinos.
Con esta actitud, la Unión Europea queda descolocada y vuelve a asumir un papel de subordinación ciega frente a los designios estadounidenses. Y decimos “vuelve” porque esta actitud no es nueva. Tal vez el ejemplo más conocido sean las querellas internas provocadas por las exigencias y amenazas de Trump respecto a Rusia.
Recordemos la tan mediática reunión entre Trump y Putin, en la que los principales líderes europeos no lograron hacerse un lugar, pese a su obediencia ciega a Estados Unidos en su política hacia Rusia.
Esa subordinación los llevó a comprar petróleo y gas estadounidense a precios mucho más altos, lo que afectó negativamente el nivel de vida de millones de europeos. Es la misma subordinación que los llevó a considerar el envío de tropas a Ucrania, generando fuertes divisiones internas y poniendo en riesgo la tan necesaria paz en una región que Estados Unidos se empeña en quebrar, para luego culpar a Rusia.
Pero la cosa no termina ahí. En estas relaciones —que algunos calificarían de tóxicas— la OTAN se ha convertido en una piedra en el zapato para muchos. Ya no basta con que todos los aliados aporten la cifra récord del 2 % del PIB a esta organización; ahora se les exige el 5 %. Y a quienes se niegan, como España, la administración Trump no duda en presionarlos e intimidarlos públicamente.
Los que antes se consideraban socios estratégicos lo siguen siendo, pero ha quedado claro cuál es su papel: son amigos siempre y cuando no se interpongan en los intereses del mandamás.
Y tanta ha sido la presión, que incluso en las cuestiones más elementales de política exterior se evidencia la fractura. Durante años, la Unión Europea votó en bloque contra el embargo a Cuba, y lo hacía no solo porque esa política es cruel e inhumana, sino porque afecta los intereses y derechos de ciudadanos europeos, debido al carácter extraterritorial del bloqueo. Pero hasta en eso, la política exterior estadounidense ha logrado dividir a una sociedad que se considera culta y sabia. En esta ocasión, algunos países ignoraron las afectaciones a sus ciudadanos y empresas europeas, y se abstuvieron en un claro ejercicio de subordinación imperial.
Nada, que con el beneplácito de la extrema derecha y un sentimiento de subordinación innata hacia Estados Unidos, la Unión Europea se dispara constantemente en el pie y asume el rol que le asigna el Imperio: el de socio confiable, siempre y cuando no piense con cabeza propia y olvide que sus tiempos de imperios y potencias ya pasaron.
Así lo demostraron en la retirada de Afganistán. Mientras Estados Unidos salía a toda prisa, quedaban detrás los europeos que lo secundaron durante décadas en una guerra costosa en vidas humanas, dólares y euros.












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