Entendiendo a Estados Unidos y al imperialismo: Modelo para armar

Entendiendo a Estados Unidos y al imperialismo: Modelo para armar
Fecha de publicación: 
1 Marzo 2024
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Ilustración tomada de Hispantv.

Recientemente tuvo lugar en el Palacio de Convenciones, en los días previos a la tradicional Feria del Libro de La Habana, el Segundo Encuentro Internacional de Publicaciones Teóricas de Partidos y Movimientos Sociales. Como el evento que le precedió hace aproximadamente un año, realizado entonces en la Casa de las Américas, contó con el coauspicio de esta institución, junto a la Red en Defensa de la Humanidad y otras entidades vinculadas a la cultura y la política, respondiendo a la convocatoria de la revista Cuba Socialista y el Departamento Ideológico del CCPCC.

También, como en aquella oportunidad, los debates giraron en torno a la unidad --de las fuerzas progresistas, emancipadoras, revolucionarias--, en la confrontación antiimperialista, y el avance hacia un mundo mejor. Muchos temas estuvieron presentes en las intensas sesiones, con la participación de activistas, dirigentes y militantes de las más variadas latitudes, organizaciones partidistas y de la sociedad civil, casas editoras, centros académicos e intelectuales, que compartían el empeño común. La referencia al imperialismo como sistema de dominación, múltiple e internacional, así como a Estados Unidos --espacio en el cual habita su centro, en términos geopolíticos--, fue reiterada.

No podía ser de otra manera. A los efectos de contribuir a una proyección más efectiva, en la teoría y en la práctica del quehacer antimperialista, era obligado tratar de entender al país en el que se han originado y radicado, fundamentalmente, las concepciones, estructuras e instrumentos del poder imperialista. Aunque el imperialismo es, por definición, un fenómeno internacional y de que en la actualidad se ha hecho global, comprender al norteamericano constituye un primer paso. De hecho, desde una perspectiva geopolítica, al definirle, se debe incluir a sus aliados y cómplices, a las fuerzas de la OTAN, al Estado israelí, a las prácticas sionistas y fascistas, a la guerra imperialista. En resumen, a todo el amplio mosaico de piezas que le conforman, como entramado de dominación que no respeta fronteras. No entender eso sería, más que ingenuidad, un error conceptual y político.

Las presentes líneas se inspiran en lo señalado. De alguna manera, ahora se prolonga, amplía y complementa lo expuesto en un trabajo que publicó Cubasí semanas atrás, titulado El rompecabezas: Estados Unidos entre crisis y elecciones, que llamaba la atención sobre la complejidad de dos procesos que, como regla, son de los más tratados y familiares al lector. Ahora el objetivo es el mismo: compartir ideas que puedan estimular la profundización de miradas que trasciendan la lectura sobre acontecimientos específicos, pero con un horizonte ensanchado. No se trata de dejar estos a un lado, sino de amplificar la visión sobre el contexto en el cual ocurren, de atender a sus antecedentes e implicaciones.

Al redactar estas notas, el autor hace suya, al recordarla, una sugerente idea de Julio Cortázar, cuando mostró una suerte de “modelo para armar”, esbozado en el capítulo 62 de su famosa y voluminosa novela Rayuela, en 1963, que amplió en la ulterior, más breve, titulada 62/Modelo para armar, escrita cinco años más tarde, en 1968. El propósito de las reflexiones que siguen, expuestas a manera de telegramas, cual claves analíticas o referentes históricos, es motivar al lector, en el sentido de que, al aproximarse al tema, no parta de recetas, sino de que, a lo sumo, configure su esquema de análisis, aportando su experiencia, conocimiento e imaginación.  Es decir, armando su propio modelo. Apelando a la historia y la teoría.

Estados Unidos ha sido una constante, como objeto de atención del pensamiento social y político en la región que José Martí identificara como Nuestra América, en su afamado ensayo titulado con esa misma expresión, escrito en 1891, calificando al naciente imperialismo como “Gigante de las Siete Leguas”, al evocar el célebre cuento infantil Pulgarcito, de Charles Perrault.

El esmero en la necesidad de comprender con urgencia el peligro que ello representaba para la independencia latinoamericana y caribeña, lo llevó a expresarlo no ya de modo metafórico, sino de forma explícita, insistiendo en su llamado de alerta sobre la imperiosa necesidad de impedir a tiempo las inminentes apetencias imperiales en su célebre carta, a Manuel Mercado, pocos años después, previo a su incorporación al combate en mayo de 1895. donde perdería la vida, en Dos Ríos.   

Con anterioridad, otro prócer, destacado en su pensamiento y acción, comprometido con luchas similares en el continente, Simón Bolívar, había advertido en una carta al Coronel Campbell, en 1826, que Estados Unidos parecía destinado a plagar de miseria, en nombre de la libertad a los pueblos latinoamericanos. Así, quedaba claro lo perentorio que era, desde el siglo XIX, atender y entender a Estados Unidos. La pauta injerencista que se prefiguraba desde entonces fue percibida en las oportunas y previsoras visiones bolivarianas y martianas, que captaron la esencia del expansionismo y del sistema de dominación que se desplegaría más tarde. En el primer caso, Bolívar visualizaría tempranamente la significación de la Doctrina Monroe, desde su reciente formulación, en 1823. En el segundo, Martí detectaría las verdaderas intenciones del Panamericanismo, enmascarado en una pretensión de unidad, definido en las conferencias realizadas entre 1899 y 1890, cuando en Estados Unidos el desarrollo del capitalismo pre monopolista ya transitaba hacia la etapa imperialista.

En aquel marco, la genialidad martiana anticiparía la expresión del fenómeno, con sus herramientas políticas, latinoamericanistas e intelectuales, correspondiendo luego Lenin, en su empeño revolucionario en la escena europea y con el basamento en la teoría y la práctica marxista, sistematizar el análisis en su emblemática obra, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Tales esfuerzos fijarían, así, la esencia y el apremio del conocimiento cabal de ese fenómeno, en función de su enfrentamiento eficaz.

La referida pauta imperialista, expansionista e injerencista, se ha mantenido y ampliado, como también lo ha sido el conocimiento acopiado, a partir de aquellas prevenciones y de las que, luego de las evidencias históricas que las confirmarían, como la apropiación por parte de Estados Unidos de buena parte de los territorios de México, en 1848, la intervención norteamericana directa en la guerra de Cuba con España, en 1898, y la espiral injerencista en las primeras décadas del siglo XX en Centroamérica y el Caribe insular. En ese contexto, tendrían lugar, entre otros hechos, la construcción del Canal de Panamá, la Enmienda Platt y el establecimiento de una base militar en suelo cubano. En la actualidad se dispone de un riguroso y vasto acumulado en el entendimiento del poderoso Vecino del Norte, con aportes más relevantes en unos países que en otros.

En este sentido, la cuantiosa producción intelectual registrada en numerosas publicaciones y eventos de índole académica, que, desde la literatura y diversas ciencias sociales (historia, sociología, ciencia política, filosofía, antropología), impulsada desde las latitudes más variadas, ha permitido, en los últimos treinta años, ir superando la asimetría que definía al conocimiento mutuo de las realidades al Norte y al Sur del Río Bravo. Hasta entonces, Estados Unidos conocía mejor a sus vecinos latinoamericanos, que a la inversa.

Sin embargo, es pertinente insistir en la conveniencia de compartir aprendizajes, derivados de la sedimentación de experiencias docentes, investigativas y comunicacionales, en el estudio de Estados Unidos –pensado cual esfuerzo colectivo, conjugando y sumando visiones de diversas generaciones de estudiosos, generadas ayer y hoy--, a fin de sugerir algunas claves analíticas destinadas a evitar o a sortear el peligro de cierta simplificación. Y es que, al interpretar la realidad norteamericana, en ocasiones se le puede concebir de modo estereotipado, a través de eslóganes, etiquetas unilaterales o representaciones esquemáticas. Esta afirmación no desconoce el gigantesco paso de avance dado por el pensamiento crítico contemporáneo, latinoamericano y mundial, incluidos los análisis realizados desde el marxismo y la experiencia cubana, cuya producción bibliográfica ha mostrado una vitalidad y una utilidad impresionante.

Al revisar la literatura disponible, se advierte que a veces, a pesar de lo planteado, Estados Unidos se reduce, como objeto de reflexión, sólo a su proyección como imperialismo, pero sin tener totalmente claro en qué consiste este fenómeno. A menudo sucede que se soslaya que se trata de país, una nación y una sociedad, con una historia, un sistema político y una cultura particulares. Y no enfatiza suficientemente que, justo ahí, radican las bases imprescindibles para comprender hoy al imperialismo con el instrumental que dejó Lenin, de total vigencia, pero acompañadas de su renovación como fenómeno histórico, económico, político y como sistema de dominación múltiple internacional. Esa guía metodológica --para la investigación desde las ciencias sociales, la divulgación desde la historiografía y el periodismo, los textos escolares, académicos, junto a los escritos informativos o noticiosos que aportan los medios de comunicación--, lo es también para la práctica revolucionaria actual, sobre todo para la que se promueve desde América Latina y, en general, en el Tercer Mundo. Eso quedó claro cuando, en el pasado mes de enero, se conmemoró el centenario de la muerte de Lenin, constatándose la vigencia de su legado.

Resulta común también limitar la comprensión de la política de Estados Unidos a su dimensión ideológica y militar, así como su economía a su naturaleza neoliberal. Ello coexiste con miradas unilaterales, subjetivistas, que absolutizan el papel de los mitos y tradiciones, junto a las basadas en determinismos economicistas, extraviándose en ambos casos el camino hacia una interpretación objetiva.

El mayor estímulo para profundizar en el escrutinio del fenómeno imperialista y del quehacer de Estados Unidos lo tienen los lectores ante sus ojos. Enfrascado ese país en una nueva contienda electoral, que deja ver el activismo populista, de extrema derecha, de naturaleza fascista, promovido por Donald Trump, unido a la inquietante preferencia de que es objeto en la opinión pública y en los círculos políticos --más allá del destino del proceso legal que procura enjuiciarlo, sin resultados decisivos--, es un buen ejemplo de la urgencia de comprender esa sociedad. La guerra imperialista que impulsa la política norteamericana, escudada en la OTAN, utilizado a Ucrania como peón en la estrategia contra Rusia, el respaldo al genocidio sionista que lleva a cabo Israel, aliado principal de Estados Unidos, contra el pueblo palestino y su causa, se suman a las políticas recrudecidas de bloqueo y guerra de todo tipo que prosiguen contra las revoluciones de Venezuela y Cuba.

Sirva lo planteado para subrayar la importancia de entender a Estados Unidos con una mirada de conjunto, holística, totalizadora, que refleje con una visión histórica y estructural, las interrelaciones entre los diferentes niveles, procesos y fenómenos que le configuran como formación económico-social, y que a la vez perciba el desenvolvimiento que le define como nación a lo largo del tiempo, desde su nacimiento hasta el presente, en su continuidad, cambios y contradicciones.

• Estados Unidos se conformó cual embrión de la que sería la primera nación moderna, anticipada en su gestación a partir de 1776, incluso a experiencias europeas tempranas o la sociedad burguesa que nace de la revolución francesa en 1789, aproximadamente un decenio después. En su surgimiento se prefigura un Estado --apoyado en el cuerpo ideológico e institucional de documentos como la Declaración de Independencia y la Constitución de Filadelfia--, que representa el antecedente inmediato, en el plano histórico, de la era moderna. De ahí el fuerte apego a la propiedad privada y al individualismo.

• Además de ser un país que nació con un régimen político liberal y que no ha tenido otro, Estados Unidos es, al mismo tiempo, una nación que ha conocido una sola formación económico-social: la burguesa, articulada básicamente en torno a un modo de producción, el capitalista, que se dinamiza inicialmente en el Norte, con el auge de la industria y el trabajo asalariado, pero en amalgama con relaciones sociales como las esclavistas y de servidumbre, inherentes a otros modos de producción y con rasgos propios, que se integraban al anterior. De ahí el afán por el lucro, la obsesión con el capital.

•  En cierto modo, la sociedad norteamericana responde a un tipo peculiar de colonización, diferenciada de la que se afianza en América Latina, resultado de la conquista y colonización española o portuguesa, que produjo sociedades claramente diferenciadas. Lo que ocurrió en Estados Unidos fue aniquilamiento, exterminio o expulsión y confinación segregada de los pueblos nativos. Los colonos anglosajones no buscaron integrar a estos pueblos, no los hicieron parte de su proyecto social, el cual es un proyecto de blancos y para blancos. De ahí el profundo racismo o sentido de supremacía blanca,

• Estados Unidos vivió su etapa de gestación y crecimiento como nación lejos de los centros de poder fundamentales en la etapa colonial, de su nacimiento y desarrollo inicial como nación. En tanto que al comienzo el mundo era eurocéntrico, ese país estuvo en condiciones de regular su grado de participación en conflictos internacionales. Cuando se hizo independiente, en la última parte del siglo XVIII, no quedó inmerso en la dinámica de las disputas internacionales. Se sustrajo a los conflictos en Europa y se consagró al desarrollo interno. Las guerras en que participó, se libraron en territorios ajenos, y la destrucción bélica la sufrieron otros países. De ahí el rápido avance del capitalismo y paso al imperialismo.

• Ese temprano desarrollo, en correspondencia con una muy prematura definición geopolítica, materializada en el proceso de expansión continental, se apoyaba en soportes ideológicos como el de la convicción religiosa de ser un pueblo elegido por Dios, con un rol mesiánico mundial, según el Destino Manifiesto, Varios presidentes lo dejaron claro. Fueron muy conocidas las invocaciones religiosas de Harry Truman en la década de 1940, cuando señalaba que el documento político más importante en la historia estadounidense era la Biblia. En los años de 1980, Ronald Reagan hacía muchas alusiones al Todopoderoso en sus discursos sobre temas internacionales. En el decenio de 2000, George W. Bush aseguraba dialogar con Dios casi a diario. De ahí el papel de la religiosidad protestante como alimento de una ideología conservadora y de una política exterior belicista.

• Estados Unidos no ocupa en la actualidad la posición privilegiada que le caracterizaba durante la segunda postguerra a nivel económico, político, militar, del consenso interno y de las alianzas internacionales de entonces, a partir de lo cual la noción de la hegemonía norteamericana era indiscutible. Tampoco se encuentran en  una situación como la que  alcanzara a comienzos de la última década del siglo XX, al remontar la crisis del decenio anterior y lograr la recomposición relativa de la hegemonía perdida, mediante el enorme poderío militar y mediático que exhibió en la guerra del Golfo, en un mundo al que algunos autores calificaron como el “nuevo” orden mundial, o como lo expresaban otros, por reconstruir un “nuevo siglo americano”. De ahí, el sentido de prepotencia imperialista renovada.

•  La declinación hegemónica de Estados Unidos debe comprenderse en términos relativos. Estados Unidos aún domina, pero sin hegemonía. El debilitamiento norteamericano, al menos en términos económicos internacionales, no es siquiera discutible, dada su evidencia palmaria, al contrastar la rapidez con que el desarrollo de otras potencias internacionales emergentes ha ido acortando la distancia con respecto a la capacidad y poder de Estados Unidos. La disputa geopolítica actual con China y Rusia, por lograr la hegemonía global, es hoy la mejor evidencia, De ahí, la venda en los ojos, al no querer reconocer la transición que tiene lugar en el sistema internacional, que apunta a la decadencia de Occidente,

• Por encima de las visiones que con un prisma esquemático se han extendido, mostrando a la sociedad norteamericana como definida por una esencia liberal, que limitaba los espacios tradicionales al conservadurismo, ello no pasa de ser una imagen mítica, distorsionada. Lo que ha ocurrido más bien es lo contrario: Estados Unidos es un país marcado por una nítida orientación conservadora.  Aún habida cuenta de sus diferencias incuestionables, liberalismo y el conservadurismo, comparten el mismo signo clasista, el de la burguesía monopólica. Coinciden, por ejemplo, en el sentimiento nativista, el nacionalismo chauvinista, la glorificación del pasado, lo cual estimula una posición de “defensa” del país y de su identidad, ante presuntas “amenazas” o “enemigos”. De ahí, la centralidad del tema de la seguridad nacional.

• La aparición de expresiones ideológicas alternativas, identificables como de izquierda, portadoras de propuestas progresistas o emancipadoras radicales, se ha visto condicionado por la pujanza del sistema, cuya capacidad de reproducción y consolidación cultural ha limitado, neutralizado y hasta bloqueado sus espacios intelectuales y políticos, tanto en el plano de los movimientos sociales como de los partidos políticos, o conducido a su cooptación y asimilación. El movimiento de origen latinoamericano, como el chicano y el puertorriqueño, el movimiento negro o de afrodescendientes, el antibelicista, el sindicalista, ambientalista, el feminista y el de homosexuales, han sido objeto de políticas represivas por los sucesivos gobiernos. Ello ha dificultado, aunque no impedido, la actuación de tales organizaciones y grupos, así como el desarrollo de partidos políticos, que no han podido insertarse en el sistema electoral. Ese ha sido el caso del Partido Comunista. confluyendo en ello el muy elevado costo que lleva consigo el financiamiento de las campañas presidenciales y el necesario respaldo de eficientes medios de propaganda, lo cual minimiza, de hecho, la capacidad de la izquierda como alternativa política viable. De ahí, la funcionalidad del consenso interno en Estados Unidos, troquelado por los poderosos aparatos ideológicos el Estado imperialista.

En resumen, el desarrollo histórico de Estados Unidos propició las condiciones objetivas y subjetivas para la implantación de un modelo de capitalismo de libre mercado que ha venido imponiéndose, con el concurso de los resortes culturales, académicos y comunicacionales, compulsando a naciones aliadas y subordinadas a adoptarlo.  Esas condiciones, impulsadas por el expansionismo geopolítico inicial conllevó un proceso de auge industrial y financiero generalizado, de concentración de la propiedad, la producción y el capital, conducente a la transición imperialista en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX, y a la avalancha neoliberal al arribar al XXI. El imperialismo se ha transformado, sobre todo en su anatomía, pero mantiene su fisiología imperialista. Pareciera un juego de palabras, pero no lo es. La globalización neoliberal completó la transnacionalización del imperialismo, confundiendo a muchos. La teoría leninista del imperialismo, la concepción filosófica materialista y dialéctica de la historia, junto a la economía política, ayudan a no perder el camino.

El lector puede concordar o discrepar con lo expuesto. Podría tomar cosas, si lo considerara, a manera de señales o sugerencias, ya que como se indicó al comienzo de estas notas, ellas sólo han tenido la pretensión de motivar. A manera de un modelo para armar un análisis. Sacando, como suele decir un popular comentarista televisivo, al terminar su espacio nocturno dominical, sus propias conclusiones.

*Profesor e investigador de la Universidad de La Habana.

 

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