Cumbres borrascosas: Mirar las relaciones interamericanas treinta años después

Cumbres borrascosas: Mirar las relaciones interamericanas treinta años después
Fecha de publicación: 
16 Mayo 2024
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El pasado mes de abril se cumplieron treinta años de la realización en Miami de la Cumbre de las Américas, identificada a partir de la siguiente, al establecerse como un cónclave trienal, como la primera. Con ello el imperialismo norteamericano añadía en 1994 un nuevo mecanismo al viejo sistema de dominación continental, habitualmente llamado sistema interamericano, cuya piedra filosofal la fijó en diciembre de 1823 la Doctrina Monroe, consolidada varias décadas más tarde con la Primera Conferencia Internacional Americana, desarrollada entre octubre de 1889 y abril de 1890, en Washington.  Con ella, el poderoso Vecino del Norte daría los primeros pasos institucionales para subordinar, bajo la apariencia de una intención integracionista, a una serie de países de Nuestra América, que enfrentaba y desnaturalizaba la verdadera iniciativa de unión latinoamericanista --la de las concepciones y prácticas bolivarianas y martianas--, en el marco del tránsito capitalista a su etapa imperialista, que cristalizaría con la intervención de Estados Unidos en la Guerra del 98.

La Cumbre nace en el contexto de la restructuración de la política exterior norteamericana, en plena avalancha del neoliberalismo y del proceso globalizador, que se extiende por todas latitudes y que en América Latina se interpreta, como lo hiciera en su libro La utopía desarmada el politólogo y político mejicano, Jorge G. Castañeda, en términos de retroceso de los movimientos emancipadores, de izquierda y revolucionarios, asumiendo que la Guerra Fría terminó y que el triunfador fue Estados Unidos. La obra, convertida de inmediato en exitoso best-seller, se difundiría en los círculos intelectuales mundiales, contagiando a los profesionales de las ciencias sociales, la prensa y las universidades con una visión que desahuciaba al socialismo de la escena internacional y apostaba por un futuro similar al que visualizaban los nacientes ideólogos del pensamiento único --Francis Fukuyama y Samuel Huntington--, acerca del destino universal e indiscutible del liberalismo.

Es el marco en que se conciben los proyectos de libre comercio como receta idónea. De modo simbólico, el año mencionado se inició con la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que unió los caminos de México y Canadá con los de Estados Unidos. El hecho provocó, como reacción elocuente de cuestionamiento y rechazo, el surgimiento el mismo día, el primero de enero de 1994, el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en las montañas de la Selva lacandona, en el estado mexicano de Chiapas. Con armamento moderno, uniformes militares color verde olivo y barbas, evocaban las figuras del Ejército Rebelde en Cuba y del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, acompañados de un discurso nacionalista, con lenguaje posmoderno, contra el neoliberalismo.

El decenio de 1990 avanzaría con tales contradicciones en América Latina, en un mundo en el que se ha desplomado el socialismo europeo y desintegrado la Unión Soviética. El proyecto hegemónico estadounidense se articulará en la región en torno a la proliferación de tratados de menor escala, al estilo del nombrado, y de una de mayores pretensiones económicas y geopolíticas, la del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), como eje de la política latinoamericana de Estados Unidos. El gobierno de William Clinton procuraba ajustar el sistema de dominación a las cambiadas y cambiantes condiciones, impulsando así propuestas neoliberales, sin descartar opciones acompañantes que limitaran los procesos revolucionarios, como las reformistas, de corte socialdemócrata y de un centrismo político, que actuasen como contrapesos de las opciones de izquierda.  Sin embargo, las demandas populares no pudieron ser contenidas y antes de que terminase el siglo XX comienzan a desplegarse procesos que prosiguen en el siguiente ante la incredulidad imperialista. La llamada “ola roja” o “rosada” se expande especialmente en el área andino-amazónica, con la Revolución Bolivariana en Venezuela, la Ciudadana en Ecuador y la Democrático-Cultural en Bolivia, y se extiende con diversos grados de profundidad emancipadora por Brasil y el Cono Sur.

A partir de su aparición, el mecanismo de las Cumbres ha complementado el rol de los viejos instrumentos provistos por la Junta Interamericana de Defensa (JID), la Organización de Estados Americanos (OEA), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), como parte del esfuerzo integral de Estados Unidos por remozar su sistema de dominación. Conviene retener, siquiera mediante un breve repaso, que en fecha no muy lejana, luego de rotar cada tres años por varias ciudades al Sur del Río Bravo, tuvo lugar en 2022 --por segunda ocasión en una urbe norteamericana--, una nueva edición de la Cumbre de las Américas, la novena, mostrándose como el más ilegítimo y disfuncional de tales eventos.

Saliendo el mundo, América Latina incluida, de la estremecedora pandemia de la COVID-19, en medio de una profunda crisis múltiple --sobresaliente en la esfera sanitaria, económica, ambiental, de seguridad humana, pero también política y cultural--, el gobierno de Joseph Biden, a mediados de su primer (o único) período de mandato,  pretende actuar con buena voluntad, “ayudando” a la periferia inmediata, considerada como su “traspatio” o “patio trasero”, a solucionar sus agudos problemas, causados por siglos de dominación y explotación colonial, neocolonial e imperialista, en lo que durante mucho tiempo el principal promotor histórico ha sido, justamente, Estados Unidos. Al momento de escribir estas notas, a pocos meses de las elecciones presidenciales de 2024, Biden prosigue con la ambigüedad con la que comenzó el despliegue de su política exterior, muy alejado de sus promesas de revertir las acciones de Trump, entre debilidades y contradicciones que se reflejan en la opinión pública y en el sistema internacional.

La IX Cumbre de las Américas se llevó a cabo en un año en el que se conmemoraban efemérides cuya significación histórica se ha mantenido con enorme actualidad en el ámbito de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos, conservando su simbolismo y evidenciando cuán presente están hoy viajes fórmulas y conductas, que tipifican las formas y contenidos de la dominación imperialista norteamericana en Nuestra América, al formar parte del sistema de instrumentos, concepciones y experiencias de una estrategia, en la cual se inserta el mecanismo referido. En 2022 se conmemoraron (i) 60 años de la expulsión de Cuba de la Organización de  Estados Americanos (OEA), circunstancia en la que la casi totalidad de los países de la región cedieron ante las presiones del imperialismo, con la honrosa excepción de México, rompiendo sus relaciones con Cuba; (ii) 60 años de la crisis de Octubre o de los misiles, hecho sobresaliente en la historia hemisférica y mundial, con el que Estados Unidos dejó claro su posición intransigente ante lo que consideraba como amenazas a su seguridad nacional, involucrando a su principal rival geopolítico global y a un pequeño Estado latinoamericano en el Gran Caribe; y (iii) 40 años de la Guerra de Las Malvinas, en la que Estados Unidos dejó al descubierto la falacia e hipocresía de su postura y propósito al definir su primera doctrina de política exterior, el Monroísmo, al respaldar a una potencia extra continental  que agredía la soberanía de una país latinoamericano, a contrapelo de su añeja retórica. Quedó bien claro ante el mundo el cinismo de la divisa “América para los americanos”. De esa manera, al apoyar Estados Unidos a un aliado europeo y volver la espalda a Argentina, el sistema interamericano entró en un período de crisis del que no se podido recuperar totalmente. El papel de la OEA cual “ministerio de las colonias”, según la calificó con acierto Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad se acentuaría con posterioridad.

Entre tanto, Estados Unidos arribaba en 2022 al 246º aniversario de su Independencia, y contrastando con la imagen de la nación que simboliza la democracia, los festejos nacionales del 4 de julio estuvieron acompañados de actos de extrema violencia, ya sistemáticos en la historia reciente de ese país, entre ellos tiroteos masivos en áreas urbanas populosas, como la de Chicago y Filadelfia, lo cual coronaba la espiral de ilegitimidad iniciada en el decenio de 1970 con el escándalo Watergate, profundizada con el asalto al Capitolio a comienzos de 2021. ¡Qué paradoja! Una vez más en su historia, el imperio no conseguía ordenar su situación doméstica en correspondencia con sus tradiciones políticas y valores fundacionales y pretendía organizar sus relaciones con el vecindario.
    
En ese contexto es que tendría lugar la más ilegítima de todas las Cumbres que se han realizado. La Cumbre de las exclusiones, como se le denominaría, cuya resonancia se vería limitada, de modo anticipado, a partir de las posiciones y reclamos de países que no la concebían sin la presencia de Venezuela y Cuba, cuyos procesos revolucionarios se habían criminalizado desde anteriores períodos, con gobiernos tanto republicanos como demócratas, como los deW. Bush, Obama y Trump, con diferentes acentos y matices. Y aunque Biden no ha utilizado el término con el que Trump designó a los mismos, el de “troika de las tiranías”, de hecho, en esencia ha continuado la misma política, guiada por el patrón que define al sistema de dominación imperialista de Estados Unidos en América Latina.    

Biden ha tratado de avanzar, ya se sabe, su programa de gobierno en el plano interno. Ese proyecto comprende propuestas generales, afirmando desde su toma de posesión que va a reforzar la democracia y restaurar el liderazgo moral de la nación; restituir la imagen que presenta a Estados Unidos como “nación de inmigrantes”; revitalizar el compromiso nacional para promover los derechos humanos y la democracia en el mundo; identificando seguridad económica con seguridad nacional. Y prometiendo, sobre todo, reconstruir la clase media como columna vertebral del país. Pronto habrán transcurrido los cuatro años de su primer o único mandato y su retórica discursiva sigue marcada por la demagogia.

Es en ese marco que Biden propuso realizar previamente, en diciembre de 2021, la Cumbre por la Democracia Mundial para “renovar el espíritu y el propósito compartido de las naciones del mundo libre”, enfrentar los retrocesos que apreciaba y forjar una agenda común ante las amenazas a los valores norteamericanos y en general, occidentales. Ese evento constituyó una manipuladora y funcional antesala, propiciadora de la lógica político-ideológica desde la cual se situaría ulteriormente, cuatro meses después, la IX Cumbre de las Américas. Recuérdese que en dicho foro estuvieron presentes, de forma virtual, un centenar de países, pero con ausencias notables, como las de China y Rusia, y acabó sin acuerdos concretos.  Según lo reflejó la prensa de modo mayoritario, el evento concluyó como empezó, con un discurso de Biden, como anfitrión, en el que insistió en la necesidad de seguir colaborando para fortalecer las democracias ante amenazas como la desinformación, la corrupción o los autoritarismos, comprometiéndose a colaborar en el fortalecimiento de sistemas democráticos en el mundo, y a defenderlo al interior de Estados Unidos, ante todo, el “sagrado derecho a votar libremente”, en un momento en que varios estados dominados por el partido republicano, dentro del país. habían aprobado ciertas normas, buscando debilitar la presencia demócrata rival, que restringían ese derecho.

La Cumbre de las Américas que se llevó a cabo en Los Ángeles, confirmó una tendencia observable y ampliamente reconocida en los últimos años: la perdida de relevancia y legitimidad de la OEA, pieza funcional de la política estadounidense, subordinada plenamente a su proyección estratégica y al rejuego de los gobiernos conservadores en la región. Se constató que, una vez más, Estados Unidos tenía secuestrada la agenda hemisférica y sometía las relaciones interamericanas a sus intereses políticos a través de los directivos de la organización, utilizados abiertamente como peones, siendo el caso más notorio y escandaloso el de Luis Almagro.

Si bien esa edición de las Cumbres ha sido la más resonante, ello tiene que ver con la desbordante trascendencia y visibilidad de su esterilidad e ineficacia, con la destacada silueta de ilegitimidad que proyectara. Con anterioridad, hubo casos en los que, como sucedió con la Cumbre efectuada en Puerto España, en Trinidad-Tobago, en 2009, o en la siguiente, realizada en Cartagena, Colombia, en 2012, tales eventos exhibieron también sus perfiles igualmente borrascosos. En la primera fue notoria la demagogia de Obama cuando llamó a “un nuevo comienzo” en las relaciones interamericanas, a olvidar el pasado, atrajo la atención mundial el llamativo intercambio que sostuvo con Hugo Chávez, al obsequiarle este un ejemplar del célebre libro de denuncia de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, pero sobre todo cuando, apenas dos meses más tarde, tuvo lugar el golpe de Estado en Honduras. En la segunda, sobresalió la coincidencia del llamado de la mayoría de las voces, exigiendo que, en la Cumbre de 2015, en Panamá, era imprescindible, como en efecto ocurrió, la presencia de Cuba.

Dado el avance de la campaña presidencial en Estados Unidos y lo que se visualiza hoy en términos de opciones posibles y viables para ocupar la presidencia, en un entorno en que en América Latina tienen lugar procesos complejos y contradictorios, --entre ellos algunos electorales de gran significado, como los de México y Venezuela, ya muy cercanos, ante los cuales el imperialismo no permanece al margen--, quizás valga la pena preguntarse: ¿Qué significado se le atribuye a América Latina en las percepciones gubernamentales y académicas a la luz del contexto político-ideológico interno norteamericano, en circunstancias como las actuales, cuando aún se aprecian expresiones del “trumpismo”, opuestas al sentido de la democracia convencional, que Biden se empeña en defender? ¿Mantendrá la región su lugar en el sistema de dominación imperialista, como objeto de sus apetencias y no como sujeto de sus propias determinaciones, o se impondrá un nuevo período de desatención, o como se expresa con eufemismo por parte de políticos e intelectuales liberales, de “negligencia benigna”?

La próxima Cumbre de las Américas, en su décima edición, está prevista para 2025 en República Dominicana. Entonces Estados Unidos contará con un nuevo gobierno y con una dinámica en las relaciones con América Latina condicionada por los procesos que se desarrollen en el continente, donde las proyecciones que se deriven de resultados electorales cercanos, como los mencionados, llevarán consigo implicaciones relevantes. Entretanto, la política norteamericana sigue moviendo sus piezas en todos los ámbitos, desde el militar, a través del Comando Sur y sus constantes iniciativas, hasta el ideológico-mediático, avanzando acciones en función de la desinformación y la recolonización cultural, mediante las posibilidades que brindan el lawfare y las fakenews. En un contexto así, en el que la Revolución Cubana continuará resistiendo la embestida imperialista, y seguirá apostando por la unidad, la integración, la concertación, la solidaridad y el socialismo, dicha Cumbre, que treinta años después de acumular fracasos, no podrá ser menos borrascosa que las precedentes.

*Investigador y profesor universitario

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