El beso de Klimt
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Fotografía tomada de https://www.salirconarte.com
En el mundo del arte muchas obras recrean ese momento íntimo del beso de amor. Y siempre que veo esta pintura del austríaco Gustav Klimt me pregunto cómo se sentía, intento imaginarme qué intensa ternura le provocó recrear esa escena cargada de dulzura y sensualidad en un campo primaveral.
Este cuadro que tiene ya más de un siglo me impactó cuando lo conocí. En primer lugar, por la gama de colores que utiliza, por los detalles de florecitas, estrellas y otras figuras, por su composición simplificada, pero, sobre todo, por la complicidad que adivino, y por la expresión calmada de la muchacha que no solo se deja besar, sino que abraza a su amado —quiero creer que así es— sin ánimo de soltarlo, justo como los enamorados.
Consigue atrapar a las masas, y ¿por qué? Porque es una alegoría al amor, porque, en realidad, este sentimiento es el único poder que nos sostiene en la vida. No por gusto es la obra más conocida del austríaco, porque el público se identifica y se siente removido.
El beso es pieza maestra del simbolismo vienés. Klimt tiene otras también muy hermosas y de gran valor artístico, pero esta encierra una mística inusual que podemos identificar hasta quienes no dominamos la disciplina de la creación ni la historia del arte. Las interpretaciones son diversas, algunas relacionadas con la mitología griega y el instante en que Apolo besa a la ninfa Dafne. Sin embargo, Klimt nunca explicó su significado.
En la actualidad se encuentra expuesta en la Galería Belvedere, de Viena, Austria. Fue concebida al principio de la época moderna, cuando también comenzó a manejarse el concepto de erotismo tanto en el arte como en la sociedad. Es un óleo sobre tela de gran tamaño, casi dos metros cuadrados, que destaca por su fondo luminoso y esos tonos amarillos y ocre que tanto llaman mi atención. También posee otros elementos brillantes que van del oro a la plata, y se distingue cierta fluencia asiática.
El beso es lo más significativo de la llamada “fase dorada” de Klimt, en la cual experimentó con técnicas de laminado que le aportaron viveza y distinción, y que resultó una innovación para el art nouveau europeo.
Imagen tomada de https://historia-arte.com
Los amantes se encuentran fundidos en una sola figura, vestidos con túnicas también demasiado llamativas para su tiempo, muy adornadas con mosaicos y arabescos que contrastan, sin un fondo concreto, como si ellos con esa porción de césped estuvieran flotando, suspendidos en la nada, a donde, con toda seguridad, nos vamos bajo el efecto del amor cuando besamos, cuando poco a poco se desdibujan los contornos, los sonidos y solo nos quedan las sensaciones.
Para mí es una metáfora, una declaración universal sobre las emociones en nuestras vidas. Me parece hipnótica, poderosa y delicada a la vez. Es lo que siento cuando la observo, me transporta, me ensimisma. Por eso no entiendo a esa parte de la crítica que le atribuye violencia y machismo por la supuesta postura dominante del hombre, como si olvidáramos que en tal ocasión de ardor también puede haber impulso y frenesí, locura y urgencias.
Por más que analizo la obra no le encuentro oscuros significados. Y ante los cuestionamientos sobre la disposición de la muchacha solo descubro un rostro plácido que recibe, y unos brazos que abrazan. No entiendo ninguna actitud repulsiva de su parte, al contrario. Si se sintiera ultrajada y lo estuviera rechazando, al menos debería ella estar ceñuda, verse molesta, no lo estuviera rodeando como acariciando en el cuello y la mano.
Es cierto que él le sostiene su cabeza, pero, ¿quién no lo hace? A veces el acto de besar es puro arrebato, queremos fusionarnos con el otro, apretarlo, sentir su piel, y todo lo que nos quede al alcance, desde el pelo hasta la planta de los pies. Besar es sentirse vivo, no existen protocolos. Es más, de acuerdo con mi subjetividad, los amantes de Klimt son sumamente mimosos, en un fondo apacible, ornamental, que no me inspira más que suavidad y cariño.
Por suerte no abunda ese criterio que me parece un ataque al autor, al cuadro. Y es normal en el arte, como en la vida, comprender desde nuestras perspectivas y conocimientos, buscarle significado a todo, cuando, no pocas veces, los artistas crean por el solo placer de concebir linduras, y no por desahogarse. No todo debe tener una intención conceptual, tal vez es solo estético.
Klimt fue un pintor atrevido, considerado pervertido y escandaloso por lo erótico presente en sus obras. Incluso fue rechazado y llamado pornógrafo. Sin dudas, un incomprendido para su período. Pero él, sabiendo que es imposible complacer a todo el mundo, no renunció a su estilo, y siempre encontró aceptación en un sector capaz de valorar el arte sin tanta interpretación rebuscada.
Su carrera profesional ganó en prestigio con los años hasta convertirse en ícono de la Belle Époque. Aún hoy se le conoce como el pintor de la belleza y la pasión, reconocido por su especial interés en el desnudo femenino. Pero hace una centuria atrás estas libertades eran un problema moral, de ahí el enojo, los debates y escándalos.
Afortunadamente su arte prevaleció y nos dejó obras como El beso, y muchas más. El beso se ganó el clamor popular, probablemente, no por la recreación mitológica que se le asume, quizás por la destreza demostrada, pero, sobre todo —aún sin conocer la intención de Klimt— por el mensaje que nos llega de sensibilidad y romanticismo a través de esta pareja que se nota extasiada como si el tiempo y el espacio no existieran bajo el poder de un beso. ¿Quién no se identifica?
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