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Se habla del impacto agravado del Bloqueo en la economía y en la vida cotidiana de la familia cubana, pero, como todo recuento, registra las cifras, los miles de millones de dólares que nos ha costado la imposición de las medidas que componen el andamiaje jurídico del Bloqueo, dentro y fuera del territorio de Estados Unidos, a nuestro país, así como el costo adicional de la aplicación de contramedidas para, en lo posible, burlarlo o aminorar su impacto. Pero este recuento es incapaz de cuantificar el dolor humano. Se ejemplifica, en los extremos, en la imposibilidad de adquisición de un medicamento que salvaría la vida de un niño y, de solo considerarlo, es un elemento más que convincente. Quizás ya de tan habitual no nos damos cuenta de que la mayoría de los problemas con que convivimos tienen su causa, directa o indirecta, clara o solapada, en el Bloqueo. Este recuento de los daños de esta política es asimismo incapaz de cuantificar cuánto ha incidido, incluso, en la diáspora y en la separación de la familia cubana, agravada en la medida en que este Bloqueo ha arreciado. Soy parte de este pueblo, nací bajo el bloqueo, bajo el bloqueo nació mi hija y también mi nieta. Contando mis ancianos padres, aún vivos, son cuatro generaciones a las cuales el bloqueo está afectando de una forma o de otra. Gracias precisamente a esta Revolución, imperfecta como toda obra humana, pero perfectible y de hecho en la medida de las posibilidades propias y en lo que nos permite ese mismo bloqueo, continuamos perfeccionando; sentimos con menos crudeza los embates asesinos de ese bloqueo y, cualquier iniciativa, cualquier acción, cualquier sentimiento que se dirija a su destrucción, cuenta con mi apoyo entusiasta.
energetico@blauvaradero.tur.cu
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