Un aprendizaje de madre

Un aprendizaje de madre
Fecha de publicación: 
11 Mayo 2024
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La del título, además de ser una de esas formas que usamos los cubanos para decir que algo está difícil, también es una expresión literal, porque de las madres se habla aquí, hoy que es su día.

Ser madre es mucho más que esas postales floridas, más que las dulces imágenes de señoras acunando a sus bebés arropados con tiernos colores. Las fotos de besos y abrazos son solo pasajes de una larga, maravillosa y muy difícil carrera de la que nunca puede una licenciarse.

Ya llegan, como aguacero de mayo, las crónicas almibaradas inundando los medios de prensa; los textos donde se repite, en distintos diapasones, aquello de que «madre solo hay una», y fluyen cascadas de adjetivos calificando la grandeza, la entrega, el inmenso amor que distingue a las madres.

Pero habría que hablar también de cuán difícil es; de cómo, junto a nuestros hijos, tenemos que ir aprendiendo a crecer en ese oficio de acompañarlos en forjar y defender su felicidad.

Se escribe en pocas palabras, pero no hay nada más complicado que aprender a dejar que tropiecen, se equivoquen, que se caigan y solos se levanten. Porque duele, más que si fuera una misma quien yerra o se lastima; pero es la manera de ayudarlos a crecer.


Fotos: eluniverso.com

Y la primera vez que van solos a la escuela o a una fiestecita, te quedas con el corazón desbocado, repitiéndote mil veces que todo estará bien, aunque de todas formas, la o lo esperes despierta mirando cada cinco minutos el reloj.

Y cuando se enferman, cuando la maestra te da una queja, cuando sabes que no estudiaron lo suficiente para la prueba; o cuando, como ahora, hay que hacer malabarismos para alimentarlos y que comprendan que el chupachupa o la galletica no se pueden comprar… ¡tantos «cuando» que van empedrando el camino de la maternidad y que no recogen las postales!

Después, escogerán parejas, estudios, trabajos… su camino en la vida, que algunas veces los lleva lejos, muy lejos de ti. Pero siempre, como nuevas temporadas de una serie que no acaba, serán otras las preocupaciones, las angustias, y, además, la satisfacción de saberlos capaces, íntegros, y de que —no solo en tal o cual gesto, en la forma de sus cejas o en el color de sus ojos— también en la manera de tomar decisiones, de conducirse, de ser, está el resultado de tu obra.

Los calendarios pasarán y cierto día te percatas de que ese abrazo que te ha dado, además del cariño, sabe a protección y amparo. En ese instante te das cuenta de que te has vuelto la hija de tu hijo(a).

El trovador preguntaba hace años en su canción «¿Quién tiene un hijo en las entrañas?/ ¿Quién le está dando el desayuno para cobrárselo mañana?». Y claro que es horrible de solo pensarlo; las preocupaciones, los trabajos grandes o pequeños que pasamos con nuestros hijos son un «todo incluido» en el amor por ellos. Pero si ese amor vuelve a ti también como cuidados, preocupaciones, a veces hasta como regaños: «¿tú viste que esa blusa que llevas puesta tiene una mancha?», pudieras pensar que te lo ganaste, que hiciste bien las cosas.

Después, cuando llegan los nietos —que no siempre— y descubres en sus cejas, en sus ojos, esos rasgos tuyos que el espejo te devuelve junto con las arrugas; entonces, te empieza ese aleteo rarito en el estómago y exclamas para ti, para tu espejo del alma: ¡de madre! Eso tampoco puede verse en las postales con florecitas.

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