Testimonio: Un bombero nunca quiere abandonar

Testimonio: Un bombero nunca quiere abandonar
Fecha de publicación: 
11 Agosto 2022
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A Pacheco y Vilma, su esposa, los recuerdo ligados al Cuerpo de Bomberos de Matanzas desde que tengo uso de razón. A ella la conozco desde que nací, con él he hablado poco, casi nada, quizás un saludo en alguna reunión familiar, pero en cuanto comencé a ver las noticias del incendio en el Supertanquero pensé en ellos. 

Confieso que más bien pensé en que me contactaran con alguno de sus compañeros, jamás imaginé que él mismo había estado en el terreno, pues hace décadas trabaja en la Agencia de Protección contra Incendios, no directamente en el Cuerpo de Bomberos.

Tal cual me comentó, Israel Pacheco Martín no tiene obligación de participar en ningún esquema de respuesta a este tipo de eventos, pero parece que una vez bombero, siempre bombero: 

«Como conozco a toda la oficialidad, conozco a todos los compañeros, yo me introduje en el área del tanque que estaba encendido y aconsejamos a los compañeros en determinado momento asumir otras posiciones, porque el fuego era bastante intenso. Ayudamos a trasladar mangueras, ayudamos a recoger el dispositivo de ataque al fuego, incluidos pistones especializados de espuma, y nos emplazamos junto con los compañeros, nos mantuvimos en la zona, ayudamos a organizar el tiro de agua para una cisterna, a trabajar en el área, y mantuvimos la observación sobre el fuego para alertar de cualquier señal de que podía producirse lo que se produjo realmente».

Había llamado al Director de la empresa y al especialista que atiende directamente a la Empresa Comercializadora de Combustibles y, sin darle muchas vueltas, salieron para la Zona Industrial: «Tenemos un compromiso con esa entidad y entonces, sabiendo que había tamaño problema, pues partimos para allá. 

«Nos dirigimos al lugar en un auto, entramos a la zona, por supuesto que nos dejan pasar porque nosotros somos personas que, desde el punto de vista ingeniero, tenemos un pequeño aval, hemos reunido alguna cantidad de información alrededor de los problemas de la seguridad contra incendios».

Hablamos por teléfono, yo en La Habana, con la cabeza loca pensando en toda la gente querida que posiblemente estuviera en peligro; él, debería darme pena decirlo, mucho más sereno, aun acabado de salir del centro del infierno, me aclara que solo me cuenta sus recuerdos, lo que vivió allí, nada oficial: 

«Se plantearon los esquemas, se estaba trabajando alrededor del tanque, y hubo una primera fuerte amenaza, que fue no solamente la deformación del tanque, que ya llevaba encendido varias horas, es el rojo vino que se pone en la chapa metálica de los tanques cuando ocurre esto, sino también el tema del lanzamiento, la erupción del tanque, producto del vapor de agua que genera una almohadilla por el contenido de agua que generalmente contienen estos tanques de combustible. Tuvimos que correr a guarecernos, ahí tuve una pequeña quemadura en la calva —yo soy calvo, a mucha honra—, entonces corrimos, se salvaron los compañeros, no pasó nada, regresamos a los esquemas de trabajo.

«El tanque empezó a deformarse. La deformación de este tipo de reservorio es, generalmente, hacia adentro, o sea, hágase la idea de una chapa que se dobla sobre sí misma y que va sobre el interior del tanque. Eso crea, por supuesto, canales de fuga para el combustible, porque claro, no es un doblado como se dobla un pañuelo, sino que es metal y entonces se dobla de una manera que casi significa escape de combustible».

El tanque ya tenía una altura de combustible gastada cerca de las seis de la mañana, las llamas crecían y los esfuerzos por sofocarlas también. Nadie pensaba en abandonar el lugar, por más inestable y riesgoso que se tornara:

«Nos pasamos la noche allí, con los compañeros de la ECCM, con socorristas, con el esquema de la Cruz Roja y, nada, estábamos trabajando. Eso para nosotros, desde el punto de vista de trabajo, no era algo fuera de lo común, aunque aquel fuego sí era algo fuera de lo común, la escena era dantesca. Realmente era muy, muy atemorizante, incluso para los compañeros que hemos reunido alguna experiencia.

«¿Qué pasó? Se produjo el lanzamiento hacia el espacio de una gran cantidad de combustible a una altura increíble. El tanque después continúa deformándose y ya a las diez horas casi exactas de estar en combustión se produjo un derrame de combustible. El tanque en ningún momento se abrió por ninguna parte, porque hubiese creado problemas mucho mayores. Nosotros vimos, estábamos allí y supimos que el tanque lo que hizo fue un gran lanzamiento de combustible que, al caer sobre el agua que estaba derramada ya por el propio trabajo del muro de contención, produjo una ola, vamos a decirlo así, una ola de fuego que fue sobre los compañeros de nosotros». 

Ahí fue donde se produjeron los mayores daños, recuerda Pacheco, quien ha recibido dos Órdenes al Valor del Consejo de Estado, pero jamás había estado en una situación como esta: 

«Nosotros escapamos ilesos otra vez de puro milagro, aunque con algunas quemaduras. Más por viejo que por diablo, me acosté detrás de un sostén de la propia tubería del sistema de agua de la ECCM y ahí la ola de fuego pasó sobre mí, sobre la tubería, pero como estaba atrás de esa estructura de hormigón, pues no me tocó directamente. Sí tuve que hacerme un ovillo porque la radiación era muy fuerte y yo estimo como ingeniero que la temperatura andaba en el entorno de los 250 o 300 grados en ese golpe técnico».

Sin embargo, sus cincuenta años de experiencia lo salvaron del fuego, pero no del temor y la consternación: «Me quedé solo en la madrugada, no sabía el destino de mis dos compañeros que estaban conmigo. Sencilla y llanamente, los perdí de vista y me asustó bastante, me hizo prácticamente llorar, caminé alrededor de la batería que no estaba encendida y regresé por la parte de atrás de los dos tanques que ya estaban ardiendo.

«Yo di la vuelta, estaba solo, no por debilidad, sino por impotencia, viendo los carros arder y pensando qué sería de los compañeros, lloré ahí solo en la noche. Me dirigí hacia donde sabía que estaban las fuerzas, prácticamente en la línea de entrada a la Base. Les aconsejé a algunos compañeros de la Policía que se retiraran del área porque los tanques podían seguir deformándose y creando problemas de seguridad. No era seguro estar allí cerca del último tanque. Un poco con una autoridad que ya no detentamos, porque yo no soy militar ya, le gritamos a las ambulancias que no se acercaran, que no era posible en el mar de fuego buscar a nadie.

«Los bomberos mostraron todo el tiempo un valor y una determinación que puede catalogarse de extraña, cuando uno está sometido a un estrés tan poderoso. Extraña en el sentido que nadie mostraba miedo, en el sentido que se mantenían dentro de la zona de calor, con las capas despidiendo vapor porque la radiación era intensa, muy intensa. El escenario era muy comprometido, dantesco, horrible, el infierno en la tierra». 

¿Cuántos años lleva usted trabajando en este tipo de actividad, en los bomberos y después en la Agencia? —le pregunto. «Prácticamente, toda mi vida laboral. Sumados los 25 años que pasé en el Ministerio del Interior, más 23 años en la agencia, sumo casi medio siglo de trabajo y estudios». Quiero saber si había visto algo parecido: «No, no, no, no… en toda mi experiencia como bombero nunca había visto nada por el estilo».

Pacheco logró reencontrarse con sus dos compañeros de trabajo, lesionados, pero vivos. Sin embargo, eso no evita el dolor en la voz cuando llega la hora de hablar de los que no volvieron, de por qué permanecieron en medio del peligro. Te lo explica y resulta prácticamente incomprensible para quien nunca ha vibrado con la sirena del cuartel de bomberos:

«Ahí participó todo el mundo, ahí participaron compañeros del Servicio Militar, profesionales de Cienfuegos, del Aeropuerto Juan Gualberto Gómez, de Santa Cruz, de la Dirección Nacional. Ahí estaba desplegada la jefatura del Cuerpo de Bomberos —como se dice, la crema y nata— dirigiendo, controlando la operación para que no ocurrieran accidentes. Hay cosas que suceden, al margen de lo que se pueda prever. Eso es parte de la valentía innata de los compañeros nuestros; retirarlos de un área peligrosa muchas veces lleva una discusión porque no quieren abandonar. Cuando empiezan a ver que hay compañeros que no están, que los están perdiendo, pues sería más complicado hacerlos desistir, así somos».

Su mensaje para los compañeros que siguen en el terreno y para el pueblo de Matanzas es firme: «Pueden contar con Pacheco. Aquí estamos. Fuerza, Matanzas, como se dice ahora, hay que echar pa' adelante».

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