¿Siempre la misma trova?
Hablamos de trova cubana y no hablamos de un conjunto homogéneo. Obviamente: hay una identidad marcada, un hilo conductor que va desde las creaciones de Sindo Garay y María Teresa Vera, pasando por los aportes de Silvio, Pablo y Noel Nicola, hasta los exponentes más actuales —alguien alguna vez los llamó los novísimos— en los que incluso es mucho más difícil establecer pautas inamovibles. Es que la esencia misma de la trova está en la expresión personalísima, de acentuada disposición lírica o social. El trovador siempre quiere dejar un mensaje. No hay trova inocua o anodina. Ni siquiera la trova más insustancial, la menos conseguida poética o musicalmente hablando.
Establezcamos algo: la trova cubana se resiste a los moldes. Se habla de fronteras genéricas que se desdibujan en la actualidad, pero en el caso de la trova cubana, como ha dicho en más de una oportunidad la musicóloga Laura Vilar, esas fronteras nunca fueron rígidas, porque los trovadores siempre tomaron del son, del bolero, de la canción lírica, hasta del jazz y del pop si nos acercamos más en el tiempo. Si hay un espacio de confluencias múltiples en la música cubana (y la música cubana toda es un ámbito de confluencias), si hubiera que destacar un género mestizo, ese sería la trova.
Ya ni siquiera es privativo el formato básico: cantor con guitarra, porque Silvio Rodríguez y otros exponentes de la nueva trova demostraron hace mucho que se puede hacer trova auténtica con formatos musicales más variados. Ahí hay todavía una polémica entre los más puristas y los heterodoxos. Pero nadie pone en duda las credenciales de Silvio, Pablo y compañía.
Estamos convencidos de que la trova, como expresión musical, está salvada, por una sencilla razón: su raíz es eminentemente popular, y trasciende circunstancias específicas. Mientras haya alguien con una guitarra que quiera “descargar” en familia, con los amigos, habrá trova.
Pero está claro que una cosa es el trovador aficionado y otra es el creador con más vuelo y aptitudes. Como en todos los géneros, hay una vanguardia que impone referentes y consolida un público. Ahí la trova deja de ser un fenómeno íntimo y precisa de un entramado de promoción, de producción musical y discográfica, de difusión en los medios.
A las instituciones culturales, al Instituto Cubano de la Música y sus dependencias, a las casas discográficas, a la radio y la televisión les corresponde la tarea de establecer jerarquías sólidas y bien sustentadas… y estar a la altura de las demandas. No es una tarea fácil, pero es imprescindible. Por dos razones:
La primera: La trova tiene un público. No es quizás el público más prometedor desde el punto de vista económico. No se nos ocurre que un trovador pueda pedir 50 CUC a cada asistente a una presentación, como han hecho algunos reguetoneros. Pero es un público fiel, comprometido, muy sensible. Y es necesario atender sus necesidades.
La segunda: La trova es testimonio, crónica de una época. No podemos permitirnos que algunos de los temas que hoy se prodigan en descargas más o menos formales caigan en la desmemoria dentro de algunos años. Sobre todo si son temas con indudables valores musicales y poéticos. No podemos ignorar excelentes voces, estilos singulares, que los hay, solo por el hecho de que no estén respaldados por un aparato publicitario, por el golpe de la suerte y el empeño.
Hay que investigar mucho más. Tenemos que descubrir y apoyar a nuevos talentos, y no por una motivación puramente mercantilista, sino por el compromiso con un legado artístico.
Los referentes musicales se han diversificado, en buena medida por el imperio de las nuevas tecnologías y la consolidación de un mercado. Y está claro que no todo lo que se difunde y consume resiste un escrutinio profundo. Pero la trova, la buena trova sigue siendo puntal de nuestra identidad. Y la defensa de la identidad es garantía de resistencia cultural en tiempos de galopante globalización.
Tomado de mambocuba.com
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alexander
Carlos de New York City
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